Una nueva entrega, quizás la mejor, de la serie del patólogo Quirke, quien investiga casos criminales en la Dublín de los años ’50. Y, como se sabe, quien está detrás de todo esto es Benjamin Black, quien es nada menos que John Banville.
› Por Rodrigo Fresán
A esta altura de la cuestión los lectores de policiales ya saben por qué siguen los desventurados casos del alguna vez dickensiano huérfano adoptado por ricos y luego patólogo Garret Quirke. Y motivos hay muchos: un protagonista sólido, melancólico, querible, desbordando culpas y rodeado ya de un cast de magníficos secundarios habituales; la tan exquisita como opresiva recreación de la Dublín de los años ‘50; y el descanso de una época donde todavía los asesinos en serie no se reproducen como conejos o la híper actividad forense casi sci-fi de C.S.I. ha suplantado a toda deducción unplugged.
Y, por último pero no en último lugar, la magnífica y elegante prosa del alias Benjamin Black quien –por más que su responsable no deje de considerarlo su “gemelo idiota”– es, también, la de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), sin dudas uno de los más grandes escritores en activo en su idioma.
En busca de April luego de El secreto de Christine y El otro nombre de Laura –acaba de aparecer en inglés una cuarta entrega, A Death in Summer; mientras que El lémur juega a solas por haber sido pensado como folletín por entregas, contemporáneo, sin Quirke– vuelve a hacernos oír una nueva variación sobre un aria ya reconocible y cuyas revelaciones, no por ya oídas, resultan menos gratificantes. “Secretos y mentiras” bien podría ser el título de la partitura y de una melodía que se potencia a medida que se vuelve una y otra vez allí y que hace de En busca de April tal vez la más lograda y mejor balanceada de las investigaciones de Quirke quien, el próximo año, llegará a la TV cortesía de la BBC.
Y lo de antes: no se lee a Black/ Banville por la intriga de sus misterios (que la tienen, siempre a pocos pasos de la tragedia y el drama) sino por su atmósfera y resonancias. Y por el talento del autor para revisitar transitados lugares comunes del género renovándolos y enalteciéndolos servidos hasta el borde del vaso en la poco común existencia del más patológico de los patólogos.
A saber: Quirke deja de beber sólo para poder volver a empezar (a beber) y, mientras tanto, se compra un automóvil y aprende a conducirlo en un día; su hija Phoebe es una romántica incurable especialista en meterse en problemas; la Iglesia es una potencia del Mal, la casi prehistórica Irlanda (con fanatizados garantizando el infierno a todo aquel que aborte o haga uso de métodos anticonceptivos) y Estados Unidos es la demasiado lejana Tierra Prometida que nunca cumple del todo sus promesas; toda institución está corrupta y toda familia esconde algo; el cada vez más eficiente y mejor delineado inspector Hackett (quien podría protagonizar sus propias novelas) anda dando vueltas por ahí como un Watson que no se resigna a ser simple acompañante; el devastado pariente Malachy Griffin (Quirke hizo volar por los aires su vida en El secreto de Christine) es el resignado colega de pub y, como en entregas anteriores, una mujer más o menos fatal no vivirá para contar la fatalidad de su cuento.
En este caso, la víctima sacrificial es April Latimer: oveja negra de familia patricia y doctora amiga de Phoebe que ha desaparecido dejando poco rastro. Quirke –tener en cuenta que el título original es Elegy for April– desde el principio la da por muerta. Así que sólo queda esclarecer el cómo, el dónde, el porqué y el quién ha sido. La resolución del asunto –girando alrededor de un grupo de cuatro amigos de Phoebe y destaca el nigeriano estudiante de medicina Patrick Ojukwu– da lugar no sólo, ya se dijo, a lo más logrado de Black hasta la fecha sino también a grandes páginas de Banville. Casi un Dublineses virado al noir –esa joyceana primera persona indirecta para la narración– a la hora de retratar la juvenil bohemia de entonces (Quirke tendrá un affaire con Isabella, inquieta actriz del círculo de Phoebe) y los (malos) hábitos del añejo clan de los Latimer, conectados directamente con la turbulenta historia local y quienes parecen más bien poco interesados en buscar a April y menos aún en que April aparezca.
Banville –quien acaba de cerrar el manuscrito de nueva novela, solo suya, titulada Ancient Light y a publicarse promediando el 2012– siempre se ha referido a la práctica del thriller como “una disciplina completamente diferente” y “un poco glorioso trabajo manual que disfruto inmensamente: como si se tratara de armar una silla, una silla bien hecha”.
Y, de acuerdo, hay una diferencia atendible: la culpa en las novelas de Banville es un crimen sin resolución; pero nada de “poco glorioso” hay en estas “artesanías” firmadas por otro que es él mismo, apenas escondido tras la niebla dublinesa, mientras nosotros, sentados en la mejor de las sillas, seguimos siguiendo a Quirke por los callejones de esa maldita ciudad.
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