Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Mercedes Halfon
José Angel Cuevas es un enorme poeta en un país de poesía enorme. Como sucede con muchos de sus congéneres de la generación del ‘70, su obra está tan preocupada por la poesía misma, como por los avatares políticos de su patria. Chile es un país que ha sido dicho por la poesía, más que por ningún otro arte. Desde su amado y odiado Premio Nobel Pablo Neruda, hasta la actualidad, con poetas que siguen reinventando su lenguaje, su forma de afirmarse en una tradición poderosa y comprometida. Todo esto aparece en Ex tremista, la temprana autobiografía que el autor de Introducción a Santiago y 30 poemas del ex poeta –entre muchos otros libros– ha editado por la editorial trasandina La calabaza del diablo.
Es particular leer la prosa de Cuevas: ágil, certera, honesta, trascendental y cotidiana a la vez, repleta de escenas muy vívidas, perfumes, lugares, personas. Y es particular leerlo/ escucharlo (su voz pareciera resonar en la música de cada párrafo, en sus giros más orales) contar su travesía existencial. El libro está estructurado en tres partes, que responden a las décadas del ‘70, el ‘80 y el ‘90, y que podrían a su vez definirse como la breve esperanza que significó para el poeta la Unión popular, seguida de la horrorosa desilusión con el advenimiento del golpe militar dentro del cual se movió en un exilio interno, y luego la resignación no carente de resentimiento de los últimos años. Cuevas cuenta su peripecia y a su vez narra la de Chile (“El absurdo chileno. Irse a Valparaíso y llegar a Curicó. Ir camino al socialismo y llegar a una dictadura militar/ capitalista feroz de 17 años”, dirá). Historias cruzadas que le permiten a su vez mapear la poesía chilena de esos treinta años y llegar casi hasta hoy. Su voz proviene del mismo bar, de la misma calle, de la misma barriada donde la historia y el poema se estaban haciendo.
Cuando las reflexiones sobre el poder de la palabra, el signo, el lenguaje no provienen de la teoría sino de la misma práctica, las cosas se ponen bien interesantes. Algo así propone NN, del chileno Julio Espinosa Guerra (1974). Publicado originalmente en 2007, ganador del premio Sor Juana Inés de la Cruz en poesía, se trata de un poemario contundente y en cierto modo definitivo. Un tratado definitivo sobre la palabra, el signo, el lenguaje. Espinosa Guerra, autor de la novela El día que fue ayer y de otros poemarios como Sintaxis asfalto, trabaja aquí y desde su mismo título, en la radical violencia que se ejerce en el lenguaje. Porque ¿qué significa un NN en Chile? ¿Un país con una literatura avasallante y una dictadura agotadora? ¿Cómo algo tan enorme como la desaparición de la identidad de una persona puede reducirse a tan sólo dos letras? Un poema a modo de ejemplo: “Lo pusieron al frente/ le pegaron un palo en medio de la cabeza/ Después le rajaron el cuello/ Lo desangraron/ Acto seguido lo despellejaron/ Partieron su carne en trozos/ Y para finalizar/ Cuando ya no quedaba ni rastro de él/ más que la grasa pegada en el asador/ alguien dijo que eso era un/ cordero”. Los usos de las palabras, y hasta de las letras, se ponen en discusión. Hay una irreductibilidad de lo real que se resiste a entrar en la retícula del lenguaje, y de hacerlo, no lo hace sin la mediación de la violencia, desgarrándose, dejando las marcas del dolor. El libro se desarrolla en otros aspectos, pero vuelve siempre su mirada hacia aquí. A veces ve la misma literatura como un insectario al que se le van pegando las palabras, como bichos. Especies raras, perdidas. La presencia de un largo poema llamado Agüa, en el cual se habla del curso de un río, da cierto aire a una temática dura y agobiante. El río es el reverso del mundo y allí cualquier intento de significación se torna inexistente, justamente, se diluye la tinta, los hombres se vuelven limpios navegantes.
Se trata del segundo libro de cuentos de Luis López Aliaga, narrador chileno nacido en 1967, cuya obra se completa con novelas y nouvelles, –El bolero de Nadja y El verano del ángel, entre otras– publicadas por diversas editoriales independientes y consagradas, desde mediados de la década del ‘90. El bulto está integrado por nueve cuentos que se desarrollan tanto en Chile como en diversas ciudades europeas, a donde han recaído chilenos con distintas suertes. El título del volumen oficia de clave de lectura: porque si bien hay un cuento así llamado, queda abierta la incógnita, ¿qué es el bulto? Lo que se esquiva, lo que se conoce sólo en su superficie pero no en su interior, algo ominoso, incómodo, algo que debe esconderse o evitarse.
Hay una chica que se encuentra luego de décadas con su padre exiliado y alcohólico; un niño que debe comprender el suicidio de su hermano mientras se prueba como arquero en un equipo de fútbol; dos amigos de la bohemia a quienes la adultez ha tratado de distinto modo y a los que el reencuentro pega mal; otros dos amigos, creadores de un exitoso escritor fantasma, que se separan; una suerte de Michael Corleone chileno que viene a hacerse cargo de los asuntos de su padre. López-Aliaga es un as de la elipsis, siempre tejiendo historias con tramas que le permiten eludir, justamente, el bulto: o porque hay temas negados o tabú, o porque se trabaja con sobreentendidos, siempre se le escamotea al lector parte de la información. El resultado es un conjunto de cuentos en los que la tensión de lo no dicho pulsa por salir pero se mantiene a oscuras. No por nada el único escritor mencionado en el volumen es Ernest Hemingway. Hay un lejano parentesco con la teoría de iceberg, a la que se suma una prosa descriptiva, sinuosa y no carente de cierto cinismo. En repetidas ocasiones aparecen hielos, pero siempre están cubiertos de whisky.
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