Domingo, 8 de enero de 2012 | Hoy
Hace mucho que no se reeditaba una novela de Silvina Bullrich. Un acontecimiento, si se quiere, por tratarse de una escritora poco visitada y que supo marcar una época dorada del best-seller nacional. Teléfono ocupado, texto breve y brillante, muestra su faceta de comediante ágil, aunque ya insinúa la crítica mordaz a su clase. Una vez más, Bullrich llama por teléfono.
Por Claudio Zeiger
Silvina Bullrich escribió muchos, numerosos libros, demasiados a criterio de algunos que no le perdonaron haber sido en los años ‘60 no sólo de las escritoras argentinas (así, en femenino, el subrayado es nuestro) más prolíficas sino también, y sobre todo, más vendedoras. Quizá la más vendedora. Y por eso no deja de tener un encantador gustito a paradoja y revancha que su novela Teléfono ocupado salga por una no menos encantadora editorial independiente cuyo espíritu está lejísimos de la maquinaria Bullrich. En la contratapa del libro, con acierto, se marca que este texto “puede leerse como la antecesora de un mundo que no es ajeno al de Puig, de un estilo que roza aquello que luego se llamaría pop”. Pero hay que advertir que no toda la producción de Bullrich tiene tanto charme.
Supo transitar registros más descarnados, y en general una visión ácida de “los burgueses”, esa deformación materialista de la aristocracia. Pagó el precio de su fama con la expulsión del Parnaso del prestigio y los intercambios simbólicos entre estéticas diferentes. Ella era un animal literario y se protegió detrás de un velo de ferocidad irónica. Tajante, poco tierna, poco amable. Se mostraba vulnerable cuando le convenía, para después dar el zarpazo que demostrara que era capaz de manejarse sola, de vivir sola, de ser una escritora sola. Y Teléfono ocupado no ignora ese espíritu de Bullrich, si bien lo muestra muy reprimido entre líneas.
Teléfono ocupado es una comedia de enredos con leve tono policial, muy al estilo de las películas argentinas de los años ‘40, donde todo se arreglaba entre mohínes y se restauraba al final un orden que había sido suavemente alterado. La verdad es que esta breve novela publicada en 1956 no elude el tema central no tanto de la obra sino de la vida de Bullrich: el dinero. Cómo tenerlo y cómo no perderlo. Qué comprar con él. La pesadilla de llegar a no tenerlo. El precio que hay que pagar por tenerlo. La protagonista, felizmente casada, recibe un chantaje de la secretaria de su ex amante. Ella posee unas cartas que la comprometerían. Pero el chantaje sólo tiene sentido a raíz de que ella heroicamente tuvo que ocultarle a su actual marido quién fue su amante, no por un tema de pacatería o moralina. Esta trama se desarrolla con brevedad y precisión bajo la forma de una comedia digna de guionistas experimentados.
En las primeras páginas encontramos esas frases y observaciones tan Bullrich, graciosas y enervantes. “Todo puede ser dicho por teléfono, señorita, todo. Yo digo todo por teléfono y eso nunca me ha traído la menor molestia. Para serle franca, creo que fuera del teléfono jamás he pronunciado una sola palabra, salvo alguna orden a la cocinera.” O una bien típica: “Sólo los pobres creen que las joyas tienen valor. No, las joyas son como los vestidos, las pieles, valen cuando se las compra, no cuando se las vende”.
Como en casi todos sus libros, en Teléfono ocupado hay un acento en las costumbres, los modos y modas de un sector de clase que ha viajado, que tiene comidas y fiestas casi a diario, que ostenta un cierto mal gusto y que se pone bajo una lupa divertida que nunca termina de ocultar una napa de resentimiento y amargura. Como en casi todos sus libros, sobre todo los de los años ‘60 en adelante, éste sería un poco precursor, hay un afán por captar lo nuevo, lo moderno, y someterlo a una mirada de perspicaz observadora sociológica, donde la idea de clases antagónicas siempre está en tensión.
Bullrich no fue en vano sinónimo de best-seller nacional, porque logró poner en el centro de interés de sus lectores el imaginario, precisamente, de sus lectores. En Teléfono ocupado casi les susurra al oído, como si les hablara en un tono levemente chantajista al auricular, los pros y los contras de su intimidad; un mundo de esposos y esposas que se toleran, que tienen o tuvieron amantes, que reciben regalos y premios por hacer las cosas bien desde el punto de vista de los protocolos sociales. Los lectores de Bullrich la creyeron de una forma –sofisticada, muy rica, caprichosa y cruel–, y ella nunca los desmintió. Les devolvió espejos en los que sus lectores no tranquilizaban su conciencia sino que se veían más bellos y maledicentes, un interesante pacto de lectura en una época de masas lectoras que se llevaban puntualmente a fin de año el nuevo libro de Bullrich a la playa.
Quizá la sola publicación de esta breve novela feliz no alcance a un nuevo lector de Bullrich para tener una dimensión de su obra, compuesta por más de cincuenta títulos muy buenos, buenos y regulares pero, salvo algunos pocos, no decepcionantes. Aunque es un buen arranque y quizá se puedan reeditar más. ¿Por qué no Escándalo bancario, o Los pasajeros del jardín, o la más famosa Los burgueses? O quizás haya que seguir rastreándola en las librerías de saldo y de viejo, donde aparecen de tanto en tanto, como si las bibliotecas familiares de hace más de veinte años no terminaran de derramarse sobre las librerías de Corrientes y Avenida de Mayo.
Bullrich, incompleta y siempre polémica, esta vez nos llama por teléfono.
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