Domingo, 22 de enero de 2012 | Hoy
Nueve relatos que, amalgamando temas de la fe, la ultura y el arte, plantean la literatura como una verdadera forma de conocimiento.
Por Sebastian Basualdo
“El mundo, mirado a vuelo de pájaro, es eso: un gran escenario donde convergen cantidad de cuerpos, se entremezclan. Además de cuerpos hay temperamentos, hay psiquismo, pulsiones sexuales y la llamada ‘espiritualidad’. Por supuesto, todo esto es mucho más complejo de lo que se supone. Funciona todo junto y a la vez.” Desentrañar esta complejidad a través de una mirada poética sobre el mundo es lo que hace Mariana Docampo en La fe, relatos que bien podrían pensarse construidos a partir de las ruinas que convergen en la posmodernidad: la caída de los grandes paradigmas culturales que le daban respuestas al hombre (la religión, la filosofía, la ciencia, ¿la tecnología?) hasta ubicarlo solo en el centro mismo de la escena con sus preguntas incólumes, aún sin resolver. “¿Cuál es el sentido de la existencia? Mi trabajo consiste en la selección y primera clasificación de los elementos relevantes. El estado emocional nace de la acomodación interna, e impulsos exteriores como el amor y la fe”, dice la narradora del relato que da título al libro cuando, a partir de unas visitas al zoológico de Buenos Aires, observa el comportamiento de ciertos animales e inicia lo que al principio podría denominarse un viaje espiritual, místico, una caída libre a la inmensidad del ser a través de todas las formas posibles del esoterismo, desde la carta astral y maya, pasando por un viaje al cerro Uritorco, un templo budista y el encuentro con un maestro zen, las terapias alternativas de origen norteamericano, las lecturas del Libro Naranja de Osho y la versión alemana de Richard Wilhelm del I Ching, entre otras búsquedas, todo a un ritmo frenético y agudo que, por acumulación, se convierte en una especie de grito agónico: la necesidad imperiosa que tiene el hombre de creer en algo. Y es notable lo que logra Mariana Docampo cuando la revelación busca la respuesta, el interrogante se expande como una teoría cósmica: “Nuevas preguntas se presentaron ante mí: ¿cuáles son las causas verdaderas de las injusticias sociales? ¿Qué responsabilidad social tengo yo respecto de ellas? Yo iba apuntando las preguntas en mi cuaderno. Acaso lo apuntado pueda servir para futuras conciencias que tras mi muerte busquen un punto de partida para nuevas investigaciones”.
Es condición de la poesía exceder los límites del lenguaje; y los relatos que integran La fe están planteados desde esa perspectiva, no sólo por el sutil tratamiento de la prosa, su ritmo interno, sino también por esa gran capacidad que tiene la autora de El molino para generar climas acuciantes e intensos, ya sea abordando el tema de la soledad, o el amor cuando impone su propio lenguaje. Por lo tanto, si la poesía rebasa esos límites resulta natural que los relatos excedan muchas veces los límites del género hasta emparentarse con el ensayo, así ocurre en “La cultura o el arte”, por ejemplo, donde la gestación de un cuento es al mismo tiempo reflexión sobre la constante tensión que existe entre la representación artística y los modelos ideológico-culturales imperantes en cada época.
Literatura como forma de conocimiento, tal vez en eso estriba uno de los mayores logros que tiene La fe, título sugestivo y apremiante. Acaso el libro no sea otra cosa que ese conjunto de verdades que se creen y con las cuales Mariana Docampo arma su universo narrativo de singular originalidad, ya sea planteando el tema de la locura y el miedo a la muerte en el seno de una familia, como lo hace en el relato “La raíz”, uno de los más logrados del libro, o el relato titulado “La pileta”, en el que narra de manera notable la historia de una familia que termina construyendo una pileta por culpa de un modelo de riego tomado de un manual escolar de Ciencias Sociales en el que aparecía el mapa de la ciudad azteca, desbaratando así el orden natural de las cosas. No hay un tema imperante en estos nueve relatos que componen La fe porque lo real, o acaso eso que llamamos realidad, no lo tiene.
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