Domingo, 22 de enero de 2012 | Hoy
Apareció en 1991, en pleno giro menemista al neoliberalismo. Ahora El Ojo Mocho vuelve en una nueva etapa, con recambio generacional y una agenda cargada de interrogantes entre el nuevo siglo y la revisión de su propia tradición.
Por Gabriel D. Lerman
Al agregarle Fray a Mocho, don José Sixto Alvarez le daba un tono clerical, respetable, al apodo corto, seco y burlón que sus amigos le habían puesto. En conjunto, las dos palabras fueron una marca registrada de la escritura costumbrista, del humor político. Pero, ¿qué es “mocho”? Según algún diccionario es falto de punta o sin la debida terminación o, directamente, quedarse pelado. Nada tienen que ver con estas líneas, por ahora, el bautismo de una revista cultural porteña cuyo número 1 nació en el verano de 1991. O sí. Porque si bien el chiste macedoniano de oponer un “ojo mocho” al “punto de vista” más seriote y libresco de la “otra” revista, traía consigo un paquetazo de diferencias. Resonancias y repiques pero que, en ambos casos, apuntaban a uno central: la mirada. Mientras una se abría a las novedades de las ciencias sociales y se hacía eco de una búsqueda de actualidad y sincronía intelectual con el mundo, la otra comenzaba a navegar en las aguas profundas del naufragio, haciendo rescates de libros amarillentos de tradiciones políticas y culturales argentinas. El Ojo Mocho anticipaba desde el vamos la imposibilidad de la la nitidez: donde había una punta no afilada o terminación deforme, no podía haber imagen enfocada. Todo lo contrario de la promesa del punto de vista, propio de lo visual confiable y, también, de una teoría literaria de claridad expositiva, argumentativa, especializada. El Ojo Mocho era desprolija: notas largas. Cómo olvidar las entrevistas a Fogwill, a Jorge Asís, Casullo, entre otras. Por lo demás, El Ojo Mocho nació en la Facultad de Ciencias Sociales, en la hora acuciante de una bisagra no menor: Menem en tránsito neoliberal.
Veinte años después, nueva época, y en otro giro macedoniano, la broma sobre la nueva época de una revista cultural que vuelve tiempo después, y la broma por la nueva época que vivimos, una vuelta de página argentina, antes o después de Kirchner. Algo notable de esta vuelta martinfierresca u asterixiana es la consumación de una máxima setentista: el trasvasamiento generacional. De un tirón, cual disposición de los sabios de la tribu o documento del comité central, el nuevo Grupo Editor está encabezado por Alejandro Boverio, Darío Capelli y Matías Rodeiro. En claro homenaje a uno de sus fundadores, la clásica entrevista está dedicada a Eduardo Rinesi, quien alude a su propio recorrido y al pasado de la revista. Si el destino se corporizara en alguien que, desde alguna parte, pudiera ver en aquel Rinesi de hace veinte años al actual rector de una universidad nacional, pues ese ser debiera ser muy imaginativo: ¿en qué momento de la historia argentina reciente pudo empezar a creerse que un exquisito crítico y pensador de la política llegara a rector? Pero no sólo eso: otros de sus fundadores ocupan lugares destacadísimos en instituciones culturales. Hasta aquí, la posta generacional huele a éxito. El campanazo celebra una madurez y un triunfo, se da en el primer plano cultural. La pregunta sería, para El Ojo Mocho que vuelve, cuál es, cuál será el lugar que tendrán los fundadores, tan presentes en el panorama cultural y político actual, y asomarse a esta pregunta, que ronda sus casi cien páginas, justifica el regreso y el volver a empezar.
Dado que su presencia está en el pasado de la revista y en el presente de la política, parece una doble condición. Y, como en una cinta de Moebius, no es para nada difícil imaginar al kirchnerismo, si se pudiera decir todo lo que eso implica en una palabra, como un hijo cultural de, entre otras cosas, la primera época de la mirada mocha. En ese descenso al sumario del momento, esa captación no desesperada de temas que se eligen no por actuales sino por actualizables, en este número 1, este verano dos décadas más tarde, resulta provocativa y estimulante la nota de Capelli sobre la nueva época y la eternidad del Eternauta y de Cristina. Desafiando siempre a categorías de la ciencia política, es una buena síntesis la nota de Sztulwark y Gago sobre el Estado. Por otro lado, se extraña una mirada sobre la literatura argentina de mayor envergadura, amplia, desprejuiciada, menos calculada.
Para una historia de la revista, casi una historia intelectual contemporánea, es de gran ayuda el texto de Gerardo Oviedo. Y es notable, porque actúa como santo y seña pero a la vez como legado, el artículo firmado por Horacio González “Etnografía profana y sociología artística”, donde lee a contrapelo la historia de la revista pero también el presente, ligando los últimos veinte años con Nicolás Casullo, y con David Viñas y León Rozitchner. Hay algo que la nueva época ya no podrá disimular y es materia para más reflexión: ¿existe una escritura kirchnerista? ¿Cómo se liga este número inicial del nuevo ojo con otras revistas como El río sin orillas, la reciente Mancilla, y con otras escrituras cercanas como el suplemento Ni a palos y una larga serie de blogueros? ¿Hay un nuevo tono? A celebrar el renacimiento y la herencia, el diálogo está planteado.
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