Domingo, 29 de enero de 2012 | Hoy
Basado en conferencias dictadas en los últimos dos años, Daños colaterales aborda las principales obsesiones de Zigmunt Bauman en torno de la modernidad líquida y sus víctimas: los excluidos del consumo, los que sufren por estar afuera o en los márgenes de la sociedad, y también los que sufren a causa de las catástrofes naturales.
Por Mariano Dorr
Quiénes tienen mayor probabilidad de convertirse en “víctimas colaterales”, ya sea de un “emprendimiento” humano como de una catástrofe “natural”? En primer lugar, los que corren ese riesgo son aquellos que ocupan una posición degradada en la escala de la desigualdad social; es decir, los olvidados, los excluidos, los marginales, los humillados. No es casual que los llamados “daños colaterales” (provocados por inundaciones, huracanes, tsunamis, pero también por ondas expansivas) sean sufridos, en la mayor parte de los casos, por los desposeídos: “Las bajas se tildan de colaterales en la medida en que se descartan, porque su escasa importancia no justifica los costos que implicaría su protección, o bien se tildan de inesperadas porque los planificadores no las consideraron dignas de inclusión entre los objetivos”, explica Bauman en la Introducción. En este sentido, los pobres, cada vez más criminalizados, aparecen como los “candidatos naturales” a sufrir bajas colaterales. Hay una “íntima afinidad e interacción entre la desigualdad y las bajas colaterales (los dos fenómenos de nuestro tiempo que crecen tanto en volumen como en importancia, así como en la toxicidad de los peligros que auguran”). Los once capítulos del libro, basados en su mayoría en conferencias dictadas entre 2010 y 2011, abordan estas cuestiones, siempre desde una perspectiva crítica, lúcida y pesimista.
Con más de 85 años de edad, el sociólogo y ensayista polaco Zigmunt Bauman (Premio Príncipe de Asturias 2010) lleva publicados más de treinta libros, investigando y desarrollando lo que en uno de sus trabajos más reconocidos señaló como las “consecuencias humanas” de la globalización. Uno de sus diagnósticos más difundidos es aquel que interpreta a la modernidad (desde el siglo XIX hasta la actualidad) dividiéndola en “sólida” y “líquida”. La modernidad sólida es, para Bauman, característica tanto del primer capitalismo como del socialismo: ambos –con mayor o menor efectividad y credibilidad– prometieron una estabilidad ideal, en el fondo inalcanzable. En la modernidad “líquida”, en la que vivimos todavía hoy, lo anhelado no es lo estable sino precisamente lo efímero, lo transitorio y pasajero, donde lo único permanente y constante es la más cruda incertidumbre. En “El destino de la desigualdad social en tiempos de la modernidad líquida”, Bauman afirma –con Michel Crozier– que la capacidad de manipulación de la incertidumbre es el más decisivo instrumento de poder. El dominio es ejercido por quienes están cerca de las “fuentes de la incertidumbre”, es decir, por aquellos que están en mejores condiciones para generar inseguridad.
En “Privacidad, confidencialidad, intimidad, vínculos humanos y otras víctimas colaterales de la modernidad líquida”, Bauman menciona un acontecimiento que podría entenderse como el inicio mismo de la fase líquida de la modernidad. En los años ’80, Vivienne, una francesa “común y corriente”, declaró en un programa televisivo (ante varios millones de espectadores) que nunca había tenido un orgasmo en su vida matrimonial, ya que Michel, su marido, sufría de eyaculación precoz. El talk show puso de manifiesto que las fronteras entre lo público y lo privado se habían borrado definitivamente: “En nuestros días, lo que nos asusta no es tanto la posibilidad de que se traicione o se viole nuestra privacidad sino lo contrario: que se nos cierren las salidas. El área de la privacidad está transformándose en un sitio de encarcelamiento donde el dueño del espacio privado está condenado y destinado a cocerse en su propio caldo, obligado a sumirse en una condición cuya impronta es la ausencia de oyentes ávidos por extraerle los secretos y atravesar las fortificaciones defensivas para arrancárselos y exhibirlos en público, convertirlos en propiedad compartida por todos y en propiedad que todos desean compartir”, escribe Bauman. La crisis de la privacidad es inescindible del fenómeno que Bauman llamó “amor líquido”, a propósito del debilitamiento de los vínculos interhumanos. Si hace sesenta años se escribían largas cartas para fortalecer (con una o dos personas) los lazos de amistad, ahora se escriben brevísimos textos a los cientos o miles de “amigos” o “seguidores” virtuales, apenas en 140 caracteres o menos.
“Wir arme Leut’...” (que significa “Nosotros, los pobres”) es el título de uno de los artículos más interesantes del libro. Se trata de una interpretación de las palabras del personaje del soldado Woyzeck (creado por el dramaturgo Georg Büchner y llevado a la ópera por Alban Berg, y al cine por Werner Herzog). Cuando el Capitán y el Doctor –en el primer acto– se burlan, ridiculizan e injurian a Woyzeck por ser tan distinto a ellos, señalándolo como el colmo de la vulgaridad, el soldado replica (en versión libre del propio Bauman): “Nosotros, los pobres, no podríamos vivir como ustedes por mucho que lo intentáramos... En el juego de los vicios y las virtudes, las reglas fueron establecidas por ustedes y por otros como ustedes, y por eso a ustedes les resultan tan fáciles de seguir; sin embargo, les parecerían muy difíciles si fueran pobres como nosotros”. Siempre preocupado por la alarmante situación de los excluidos y marginados del proyecto moderno, deprimido ante el creciente vacío ético global, Zigmunt Bauman sigue pensando y repensando sus propias categorías, intentando explicar el acelerado mundo en el que vivimos.
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