Nació en Lituania, vivió en los Estados Unidos y en París, donde estudió existencialismo con Simone de Beauvoir y se recibió de filósofa y licenciada en literatura francesa. Sin embargo, Sarah Hirschman, quien murió el pasado 15 de enero a los noventa años, será recordada como la fundadora del grupo de investigación Gente y Cuentos, abocado a mejorar a partir de la literatura y la lectura la calidad de vida de grupos marginados e iletrados. El programa recorrió varias ciudades del mundo, librerías y cárceles. Pero además, la investigación derivó en un libro publicado originalmente en 2009 y que acaba de aparecer en Argentina.
› Por Susana Cella
Sarah Hirschman, luego de su formación en Berkeley (California) y especialización en Yale y Harvard, llevó a cabo una tenaz labor educativa sustentada en el poder de la ficción y su capacidad de llegar y apelar a quienes, desde ciertas perspectivas –sean limitadas, elitistas o interesadas–, son considerados no aptos para entrar en el sagrado recinto de la literatura. Sucedió, entonces, que lo que algunos calificaron de propuesta “utópica” y “populista” más bien resultó ser realizable y popular, como demuestra en Gente y cuentos. ¿A quién pertenece la literatura? El proyecto iniciado en 1972 en Massachusetts se fue extendiendo y confirmó que la literatura “puede convertirse en un espacio donde se establecen conexiones inusuales entre gente que por lo general no tiene acceso a ella”. Así, a las palabras de Danielle Allen en el prólogo, que ve al libro como “manifiesto” a favor de una educación inclusiva e igualitaria, podría agregarse que también es una defensa del valor de la palabra poética. Porque Hirschman no condesciende a “simplificar” los textos, ya que en los meandros de la escritura con sus ritmos, vocablos e imágenes, anida ese “algo” que al resonar en quien lee o escucha, impulsa una respuesta muchas veces imprevisible pero cargada de sentido.
A partir de la decisiva impronta de Paulo Freire y su sistema de educación participativa que no convirtiera a los estudiantes en meros depositarios pasivos, junto con las iniciales experiencias con grupos de culturas y sectores sociales heterogéneos, Hirschman fue diseñando su método de enseñanza. Una formulación que tuvo en cuenta estudios económicos, sociológicos, antropológicos, filosóficos y de teoría literaria (Bajtin, Barthes, Paul Ricoeur, formalistas rusos, Wolfgang Iser, Robert Jauss, entre otros), “interesantes elaboraciones de estos eruditos” que había que compatibilizar con la actividad en “los barrios, las iglesias, los centros comunitarios” para entrar en diálogo con quienes inclusive asumen que la literatura no es para ellos.
El cuento, por su constitutiva brevedad, pareció el género más adecuado según la dinámica de las reuniones. Bajo la premisa de presentar el texto “exactamente como se escribió”, se hizo una selección (progresivamente ampliada) que desechó prejuicios en cuanto a lo que puede interesar o no a ciertos públicos. La propuesta de Hirschman, apartándose de los cuentos didácticos o transparentes, fue buscar los que tuvieran “sombras”, esto es, elementos que pusieran en juego la imaginación. Y en base a ésta y a sumergirse en el relato y disfrutarlo, decidió partir de “el escenario poético” para continuar con la búsqueda de “contrastes y confrontaciones”, “sombras”, y por último “el tema”. Estas categorías estructuran la tarea que realizan las coordinadoras de los talleres, eligiendo cuidadosamente preguntas tendientes a desinhibir y a facilitar la participación al ligar los mundos de la ficción con las concretas y disímiles experiencias de vida, lo que permitió vincular a gente diversa (por edad, origen, lengua, nivel educativo).
Luego de más de treinta años de trabajo, el balance es más que positivo, no sólo caen estereotipos y segregaciones, sino que se logra un salto cualitativo en el “descubrimiento más rico y más inteligente de uno mismo y los otros”. Porque, como Ricardo Piglia afirma en el ensayo que presenta este volumen, “la comprensión de una historia no es del orden del concepto o la información, sino de la experiencia y la revelación, o de la epifanía, para decirlo con James Joyce”.
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