Domingo, 19 de febrero de 2012 | Hoy
David Safier es un escritor alemán muy exitoso que, en sus dos novelas anteriores, empleó un procedimiento idéntico y singular: libros comerciales legibles y humorísticos, basados, respectivamente, en Buda y Jesucristo. En su tercera novela, que lleva el engañoso título de Yo, mi, me... contigo (apenas un gancho comercial) repite la operación pero con un escritor: William Shakespeare, que en este caso, en clave de sitcom literaria, visita el presente en forma de espíritu, metiéndose dentro del cuerpo de una mujer.
Por Juan Pablo Bertazza
A es el dramaturgo más célebre y más representado de la humanidad, acaso el más grande enigma en la historia de la literatura; figura descollante nacida en 1564 en Stratford-upon-Avon, inspiró una infinidad de adaptaciones cinematográficas de sus tragedias, pero también películas basadas en su figura, alguna romántica muy conocida y hasta un film político-policial sobre las dudas que existen en torno de la autoría de sus obras que, todavía, no se estrenó en nuestro país: Anonymous.
B es un escritor alemán contemporáneo, del palo de la televisión que, en sus dos novelas anteriores, empleó un procedimiento idéntico y singular: libros comerciales –con títulos y portadas pegadizas–, legibles y presuntamente humorísticos basados, cada uno, en un personaje emblemático de la historia: Buda en Maldito Karma y Jesucrito en Jesús me quiere.
A es William Shakespeare.
B es David Safier.
Era obvio que sus caminos, tarde o temprano, iban a cruzarse.
Como casi todas las mujeres de Safier, Rosa es una solterona desesperada y llena de complejos que detesta su trabajo como docente y no se anima a largarse a escribir. Además perdió al hombre de su vida y, para colmo, fue invitada a su casamiento. Luego de una sesión de hipnosis, Rosa termina atrapada, en forma de espíritu, en William Shakespeare en plena era isabelina: un Shakespeare desaforado, joven y ocurrente que para resumir Hamlet, la obra que acaba de empezar, dice simplemente: “Trata de un danés que no consigue decidirse; si Hamlet va a una taberna, se pregunta ‘¿tomo vino o no tomo vino?’ y si quiere comer algo reflexiona ‘¿como cerdo o no como cerdo?’”. Pero también un Shakespeare agobiado por una extraña culpa que tiene que ver con la muerte de su esposa Anne.
Durante su estadía en forma de espíritu, Rosa lo provoca, lo seduce, lo confronta, lo halaga, se deslumbra, le habla del futuro –que siempre es más impredecible que el pasado, por más remoto que sea– y hasta escribe a cuatro manos (o, mejor, a cuatro voces) el Soneto XVIII. Rosa entiende casi de manera inmediata la misión de su viaje por el tiempo: descubrir qué es el amor verdadero para volver renovada al presente.
Con mucho de Lalola, aquella ficción protagonizada por Carla Peterson y Luciano Castro que tranquilamente pudo haber visto Safier, Yo, mi, me... contigo (la cita a Sabina es puro marketing de la traducción, ya que el título original es Plötzlich Shakespeare, algo así como De pronto, Shakespeare) es más importante por lo que deja que por lo que es. Es decir, salvando el empleo de un recurso novedoso que es hacerlos hablar, simultáneamente y en primera persona, tanto a Shakespeare como a Rosa cuando comparten el mismo cuerpo, el libro resulta menos original que Maldito Karma y menos divertido que la irreverente Jesús me quiere. Pero, a su vez, la tercera novela de Safier confirma la regla, resignifica a las dos novelas anteriores y acaso proyecta, de acá a treinta años, la carrera literaria de su autor.
“Un género nuevo” reza exageradamente la contratapa del libro pero acaso sí se trate de una vuelta de tuerca particular: usar personajes históricos en clave de sitcom literaria. Y, en ese sentido, digamos que si bien todos los personajes históricos usados por Safier hasta el momento son enigmáticos y casi etéreos, los incorpora a sus ficciones sin replanteos, sin dobleces, acaparando, casi uno a uno, todos los estereotipos sin ponerlos en cuestión. Eso es, quizá, lo que garantiza su éxito, ya que resulta ideal para todos aquellos que gusten de lecturas entretenidas pero con algún plus cultural, casi como una ficcionalización de la serie “para principiantes”.
Por último, vale la pena destacar la elección de Shakespeare como personaje, de quien en su excelente biografía, Bill Bryson desarrolla al menos tres grandes paradojas: 1) “A pesar de que dejó casi un millón de palabras de texto, sólo se conservan catorce de ellas de su puño y letra”; 2) “Muchos de sus biógrafos consideran que desdeñó a su mujer (a quien le dejó en herencia su segunda cama tras pensarlo dos veces) y sin embargo no hay nadie que haya escrito de un modo tan elevado, apasionado y deslumbrante acerca del amor y la unión de dos almas gemelas” y 3) “Todos reconocemos de inmediato cualquiera de sus imágenes sin que sepamos, a ciencia cierta, cómo era; algo similar ocurre con casi todos los aspectos de su vida: de nadie se sabe tanto y tan poco a la vez”.
Tal vez uno no espere con ansia la próxima novela de Safier, pero sí quizás haya cierta ansiedad en saber con quién se meterá en ella.
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