El músico Ulises Conti debuta con una colección de poemas y relatos que son un poco apuntes de viaje y otro poco impresiones privadas, siempre marcadas por la búsqueda de la sonoridad y la reverberancia de las canciones.
› Por Mercedes Halfon
El primer libro de Ulises Conti –artista hasta ahora dedicado exclusivamente al campo sonoro– es un compilado de poemas y relatos de distintas extensiones e inspiraciones. Los textos están unidos por el recorrido de un peregrino de la música. Conti lo cuenta en su “nota del autor”: su carrera como músico siempre estuvo extrañamente fundida con la de viajero, como si tocar y viajar fueran parte de un mismo destino. De estos periplos surgió esto que él llama “apuntes” y que, en principio, no estaba destinado a su publicación. Conti agrega que, “por un golpe de timón”, terminó haciendo un libro. Lo que la palabra timón evoca, siendo que hablamos de viajes, no parece arbitrario. Tampoco lo es su precisa sonoridad, ni el mencionado movimiento de golpe, que lo inició, si se quiere, en la literatura. En Auckland ya es mañana, está surcado de sonidos, algunos que se ponen por delante de una realidad, otros que vienen cargados de recuerdos de realidades pasadas y otros que son, simplemente, lo que Conti puede captar de una realidad.
Los textos están encabezados por una ciudad y un día: “Praga, 4 de diciembre” o “Venecia, 20 de julio”, y luego lo que pasó o fue imaginado ese día. Se suceden las ciudades más o menos grises e invernales y, tal vez por esto mismo, el entorno constantemente remite al narrador a su interior. Como en toda escritura autobiográfica, cierto impresionismo lleva a Conti a detenerse en su paso, al mismo tiempo que en lo que observa al pasear. Es así como conviven textos como “Un hombre prehistórico”, bello poema sobre su padre, que no tiene más relación con la situación de viaje que el haber sido escrito en Nueva York; con “Gorlitzer Park Blues”, enérgica oda realista a una plaza multicultural de Berlín. Entonces emerge la pregunta: ¿los viajes son una excusa de la mente? ¿Qué nos muestran finalmente estos paseos diversos? ¿Qué iluminan estas chispas de reflexión itinerante? “La vida es muy extraña, nunca sabemos lo que va a pasar”, anota Conti en un poema así de breve. Es esa extrañeza en la que se detiene y que intenta recuperar a través de historias levemente humorísticas, o de figuras bizarras y melancólicas que se materializan de un modo fantasmagórico.
La narración de Conti, por sus materiales –las ciudades, los aeropuertos, los hoteles, los jóvenes, la música, las listas, el amor, Europa–, se entronca en una escritura muy empática y ciertamente pop en la que es fácil vincularlo con otros de sus contemporáneos. Lo que hace a la singularidad de su libro no es esa mirada sino lo otro, su oído. Como decíamos, los poemas están salpicados por sonidos, por la pregunta por ese indefinible ámbito que nos rodea y del que no nos podemos separar. Conti cuenta cómo graba los sonidos de las ciudades a las que va, o un sueño con Brahms en el que el músico alemán intenta explicarle “algo inexplicable”. También se detiene en el relato de animales que tienen un oído ultrasonoro que les permite moverse en el mundo, o describe las palabras que cree entender cuando escucha hablar en alemán. Un poema es el preludio a una canción, o una consecuencia, tardía y cansina de eso mismo.
El libro concluye con el siguiente pensamiento: “El sonido no se propaga en el vacío”. Evidentemente necesita toparse con elementos materiales. Lo mismo sucede con la escritura de Ulises Conti: se rodea del mundo de lo existente para cantar la canción de lo que no se puede oír.
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