Con La inauguración, novela ganadora del premio Letra Sur 2011, María Inés Krimer logra una eficaz aproximación a algunos aspectos de absoluta actualidad. Ambientada en los días del conflicto con el campo, el eje de este policial negro es la trata de personas. Un relato a cargo de la voz de una mujer que debe recurrir a todos los recursos que tiene a mano para escapar de su encierro.
› Por Damian Huergo
Después del 11S americano, el editor de la revista literaria N+1, el ruso Keith Gessen, pronosticó que faltaban al menos cincuenta años para escribir la “gran novela” sobre el atentado. La advertencia, a juzgar por los resultados objetivos, fue decodificada como un desafío. Y durante la década siguiente, varios escritores –Updike, Lorrie Moore, DeLillo entre muchos otros– asomaron su cabeza al agujero negro de la Zona Cero y contaron lo que vieron dentro. Cabe preguntarse entonces, una vez más, sobre la prisa que impulsa a transformar en literatura un hecho histórico reciente, inconcluso y aún revuelto como una montaña de escombros: ¿Lo mueve una actitud militante? ¿Sentido de la oportunidad? ¿Necesidad individual y colectiva de aclarar el panorama?
Al empezar la lectura de La inauguración estás preguntas reflotan como el polvo en las calles de tierra. En su último libro, ganador del Premio Letras Sur 2011, María Inés Krimer no escatima actualidad. Utilizando técnicas del policial noir y del realismo regional, arma una trama narrativa con materiales habituales en las portadas de diarios: la trata de personas y el conflicto por la resolución 125, conocido bajo la fórmula “campo o Gobierno”.
No es la primera vez que la autora escribe sobre la trata de personas. En el policial Sangre Kosher, la detective Ruth Epelbaum es la encargada de rastrear a la hija de un comerciante, desaparecida en tiempos de la famosa sociedad polaca Zwi Migdal. La principal diferencia, además del salto de época, es que en La inauguración el protagonismo y la voz narrativa no lo lleva una mujer potente, que tiene un objetivo claro y una personalidad fuerte inspirada en detectives de la talla de Sam Spade. Será el eslabón más débil de esta cadena subterránea de poderdominación: una mujer –de la cual no sabremos el nombre ni la edad pero sospechamos joven y bella– que termina en manos de una organización de proxenetas de provincia, luego de escapar de un pasado tan pantanoso como el presente que debe transitar. Pese a este panorama, es necesario destacar la astucia de Krimer para no convertir a la protagonista en una mártir, en una pobre víctima. Como si fuese la única bala en el tambor de una pistola, la mujer tiene una última posibilidad de resistencia: utilizar la seducción y el sexo para revertir, por un instante, la situación de opresión que sufre.
En la literatura argentina de comienzos del siglo XX el campo podía llegar a representar la pureza, la tierra utópica, en contraposición a la ciudad sucia, invadida por la desconfianza que generaban los inmigrantes. Es decir, se intentaba construir un imaginario que invirtiera –no que eliminara– la lógica civilizaciónbarbarie que fundó nuestro país. A ese lugar cargado de bondades y promesas llega la forastera. Y en lugar de tierra virgen encuentra personajes perversos, en vez de un hogar una prisión de puertas abiertas y cuando espera una mano amiga recibe una paliza. Con lúcido sentido histórico, Krimer plantea que a poco de cumplirse el Bicentenario, en ciertas zonas rurales perduran rasgos de la cultura machista, del sistema de castas y, sobre todo, técnicas esclavistas. De este modo, ese lugar soñado por las almas higienistas del siglo pasado, es retratado como el escenario donde se naturaliza la violencia. En otras palabras, Krimer hace retornar la barbarie al lugar que nunca abandonó.
Uno de los logros de La inauguración es transformar un espacio abierto, la llanura pampeana, en un ambiente cerrado, sofocante. El clima se sostiene por la acción continua dentro de los perímetros de la estancia de Buby, un caudillo paternal y sádico. Allí los personajes se mueven con pasos cortos, calculados, como si estuviesen en un ring de boxeo.
El estilo preciso, certero, cinematográfico de la prosa, parece imitar sus pensamientos: va directo al grano; mejor dicho, a sacarle la pus.
Krimer no escribe sobre un problema social para lavar culpas civiles. Tampoco para hacer de policía moral, enjuiciando a los personajes. Esa labor se la deja al lector. Como buena narradora, sólo se permite acompañarlo hasta el lodo patinoso de la actualidad. Allí le suelta la mano. Y deja que observe el proceso, que se arriesgue a conocer, a dejar memoria del mientras tanto.
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