Dom 26.02.2012
libros

La vorágine

Trama ágil, digresión y liviandad son las armas que esgrime Ricardo Strafacce para satisfacer los mandatos de Italo Calvino y celebrar una línea narrativa inaugurada por Copi.

› Por Damian Huergo

En Seis propuestas para el próximo milenio, las últimas lecciones que preparó Italo Calvino para “evitar” la muerte de la literatura (paradójica y figurativamente, previo a su propia muerte), se destaca la reivindicación de la “rapidez”. En sus notas, Calvino no propone ser rápido para precipitar la historia, para pasar con frivolidad por las acciones de los personajes sino que apunta a incitar la precisión, la agilidad del pensamiento, la desenvoltura, a crear una escritura “dispuesta a las divagaciones, a saltar de un argumento a otro, a perder el hilo cien veces y a encontrarlo al cabo de cien vericuetos...”. Su contraseña es festina lente, apresúrate despacio. El escritor Ricardo Strafacce parece conocerla. Tanto en su fundamental biografía sobre Osvaldo Lamborghini como en sus novelas cortas lo pone en práctica. Y en Crímenes perfectos, su último libro, repite la receta.

El material que se manipula en Crímenes perfectos parece sacado de una “revista de chimentos”. Aparecen mellizas botineras, un mediocre jugador de fútbol que sueña con hacer “la diferencia económica en Europa”, un neófito representante de futbolistas, cenas en Puerto Madero, periodistas que inventan verdades, mafiosos italianos, orgías varias y un par de crímenes transparentes que la ineficiencia de la Justicia convierte en perfectos. Strafacce combina estos elementos de múltiples formas, como si fuesen partes de un juego de rasti que ofrece infinitas terminaciones. Siguiendo la estela iniciada por Copi en libros como La vida es un tango, va armando un absurdo policial que crece por la capacidad de fabular de los protagonistas. Así, los personajes saltan de una trama a la otra, cruzan fronteras, engañan y son engañados. En tal vorágine, el verosímil de la historia se sostiene por el encadenamiento de acciones.

Al igual que en algunas novelas de Sergio Bizzio, Strafacce se las arregla para trabajar con inteligencia en un clima tilingo y fútil. Al rascar la superficie del texto brotan temas clásicos de la literatura, como es el caso del juego de dobles, manifestado por la duplicidad de las mellizas Socorro y Pilar. Tal igualdad –estética, psicológica, sentimental– es utilizada por las hermanas como si fuese un superpoder, un arma secreta. Y quizás lo sea, da a entender el autor: en una cultura liberal que nos forma como seres únicos e irrepetibles, donde el yo es sinónimo de unicidad, quien sepa y promulgue lo contrario –doblez, repetición, cambio de personalidad– puede avasallar con la norma o con la institución que se jacte de representarla.

Un comentario aparte merece los dimes y diretes entretejidos por la compra de Jota Pe, mediocre volante de Ferrocarril Oeste. Detrás se esconde una estafa millonaria de la mafia napolitana al fisco italiano. Para justificar la inversión se le encarga a un periodista que “invente una verdad para modificar la realidad”. Este elabora una teoría que augura que el futbolista moderno, el que está en la vanguardia, “es el que juega sin la pelota”, el que arrastra las marcas para que el resto haga lo fácil: los goles. Pronto la idea se instala en el público, compañeros, prensa y rivales. En este punto, con cierto humor, Strafacce apela a la eficiencia de la videopolítica: crear una ficción, un relato –visual o escrito– que sustituya a la realidad; una construcción paralela que la reemplaza, que necesita sujetos pasivos y acríticos para mostrar a un patadura como si fuese un crack o –en la realidad– a un político en un set televisivo como si estuviese movilizando masas.

El estilo de Strafacce, divertido, ágil, por momentos grotesco, parece un meteorito que se desprende del planeta de César Aira. Su prosa alterna el lenguaje coloquial y escatológico, con hipérboles adecuadas y una verba formal, haciendo convivir en una frase –por ejemplo– modismos de un adolescente snob con los de un escribano. Crímenes perfectos es una novela rápida y delirante que –como pedía Calvino– se atreve a perder los hilos de la trama, aunque no con la suficiente libertad como para quitarles los ojos de encima.

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