Dom 26.02.2012
libros

Amigos de lo ajeno

Copiones, escritores fantasma, curiosidades y datos perdidos en la historia de la literatura son convocados en el detectivesco libro de Juan-Jacobo Bajarlía sobre los plagios. Además, el volumen incluye un estudio de Elsa Drucaroff sobre el resonante caso de Bolivia construcciones.

› Por Sergio Kisielewsky

En principio, si se permite, una digresión de este comentarista que conoció y trató a Juan-Jacobo Bajarlía (1914-2005). Eterno fumador de pipa, generoso y cálido con los que comenzaban en el oficio de la escritura –con los narradores y en especial con los poetas–, siempre de buen humor, locuaz, con una anécdota entre manos o un recuerdo para compartir. Junto a Edgar Bayley, Gyula Kosice y Tomás Maldonado introdujo el dadaísmo en la Argentina. Adhirió al signismo, corriente que consideraba que los signos lingüísticos son insuficientes para denotar el entorno contemporáneo. Fue traductor, docente, periodista, poeta y abogado. Su estudio en la calle Cerrito era lo más parecido a un sitio donde la escritura era ejercida por un personaje: un hombre que tenía auténtico aspecto de detective privado. Pero era un escritor de tiempo completo. Es eso lo que uno recuerda de inmediato cuando lee El libro de los plagios, la figura detectivesca detrás de pistas; de alguna manera la continuación de su voz, su curiosidad por las nuevas escrituras y estéticas, la circulación por los márgenes lejos del mundanal ruido.

Así es como se hizo cargo en esta obra de las diferencias entre plagio, intertexto e influencias durante diferentes épocas y lugares, y cómo fueron llevadas a la práctica por los escritores con mayor y menor fortuna. La lista de casos es extensa y por momentos fatigosa, pero así y todo es sólo una muestra de casos relevantes. “No existe el concepto de plagio”, afirmó en forma temeraria Borges y, sin embargo, Bajarlía, luego de definir el plagio como un “apoderamiento doloso de la obra de creación de un autor”, cita casos imposibles de obviar por la calidad y la trascendencia de los escritores, una suerte de rompecabezas a desentrañar en detalle sin dejar de abordar los orígenes del debate.

El libro de los plagios. Juan-Jacobo Bajarlía Ediciones Lea 126 páginas

Están los que se atribuyen lo que no es suyo sin indicar las fuentes. Bajarlía se lo toma con humor y propone el Premio Pierre Menard (autor del Quijote) ¡al mejor plagio! Las ideas y posiciones frente al controvertido tema dan lugar a más de una sorpresa. Voltaire condenó a los plagiadores, en cambio Lautréamont y Goethe (“a falta de hijos adopte los nuestros”) eran benévolos con los amantes de la copia. Neruda reconoce que su poema 16 en Veinte poemas de amor y una canción desesperada es una “paráfrasis” de “El jardinero” de Tagore y el chileno sale airoso en la resolución del texto (“mi voz viuda”). También tomamos conocimiento de las influencias de Plutarco y Laercio en la obra de José Hernández, pero nadie en su sano juicio puede invalidar el Martín Fierro como una obra única en su género. En la polémica entre Vicente Huidobro y Guillermo de Torre sale victorioso el poeta (“y todos los ríos no explorados/ bajo mis piernas han pasado”) así como se le atribuye al Dante una frase que no era suya que quedó para siempre en La Divina Comedia: “¡Ay de mí! / aunque vivo vas contemplando los muertos”.

Algunos casos sorprenden. Valle Inclán copiando a Casanova en Sonata de primavera; las dudas sobre textos de Sarmiento en sus Viajes por Europa, Africa y América publicado entre 1849 y 1850 abren otra trama que se desliza en el libro, lo que se denomina “obras por encargo”, textos que firman otros. Los franceses lo llaman ecrivain negré, escritor negro, y los ingleses ghost writer, escritor fantasma. Bajarlía sostiene que Alejandro Dumas tenías varios trabajadores anónimos a su servicio y muy pocos escrúpulos al poner su firma al pie del libro concluido. Las idas y vueltas se van convirtiendo en juegos y en muchos casos Dumas también fue un escritor oculto al servicio de los folletines de época. Pero las aventuras con la tinta dejaron paso a hechos de sangre. Se acusa a Arthur Conan Doyle de asesinar a su amigo Bertram Fletcher Robinson, que le sirvió en bandeja el argumento de El sabueso de los Baskerville. Con tantas citas y ejemplos Bajarlía sostiene con sabiduría ejemplar que, en el fondo, todo escritor aspira a ser plagiado. El procedimiento del plagio llegó hasta otras disciplinas artísticas: el tribunal de Apelación de Bruselas condenó al coreógrafo Maurice Béjart por plagiar una escena de La caída de Icaro, del belga Fréderic Flamand.

Como prólogo de la obra de Bajarlía se incluye un artículo de Elsa Drucaroff sobre el plagio, en especial sobre el caso Sergio Di Nucci y la polémica alrededor de la trascripción en su novela Bolivia Construcciones (que obtuvo el Premio del diario La Nación en novela) de párrafos enteros de la novela Nada de la escritora española Carmen Laforet.

Este artículo es obviamente un estudio ligado a uno de los casos más resonantes de los últimos años, pero guarda total autonomía con el libro de Bajarlía que, sin dudas, desde ahora puede considerarse un texto de referencia sobre el tema.

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