El reconocimiento al holandés Cees Nooteboom está llegando por fin mediante la publicación de sus libros en castellano. Hotel Nómada y El desvío a Santiago revelan su faceta destacada de cronista singular y heterodoxo, a la altura de Kapuscinski o V.S. Naipaul. Un cronista que encontró su estilo en el movimiento y que, aun atento a la diversidad, viaja para descubrirse a sí mismo.
› Por Mariana Enriquez
Desde hace varios años, el nombre del escritor holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) suena como candidato al Premio Nobel. Es, por cierto, un candidato natural: prolífico y diverso, poeta, novelista, ensayista, crítico de arte, cronista de viajes, Caballero de la Legión de Honor de Francia. De la extensa y variada obra de Nooteboom hay mucho editado en español, desde los recientes relatos de Los zorros vienen de noche (2009) hasta su primera novela Philip y los otros (1955) o la colección de ensayos Cómo ser europeos (1993). Hace unos seis meses, Nooteboom fue distinguido especialmente por su trabajo como cronista de viajes. Por un lado, recibió en 2010 el Premio Chatwin, el más importante para el subgénero; por otro, fue incluido por la revista Newsweek entre los mejores cronistas de viajes de los últimos cien años, junto a Kapuscinski, Naipaul o Paul Theroux. En español, el Nooteboom cronista de viajes se puede leer en tres libros: Hotel Nómada (2002), El desvío a Santiago (1993/2010) y Tumbas (2007). Pero si bien este último muestra una trayectoria fascinante –una recorrida mundial por tumbas de sus escritores admirados, desde Shelley hasta Neruda, pasando por la de R.L. Stevenson en Samoa y la de César Vallejo en París–, no es el más representativo de su narrativa de viajes. En cambio, los dos primeros lo definen perfectamente, incluso en sus diferencias.
Hotel Nómada es una antología de artículos diversos: viajes a Bolivia, Mali y Gambia fechados en los años ‘70 –años en los que ninguno de esos países conocía el turismo–, textos sobre recorridas de museos, sobre sus cuadernos de nota, sobre sus hoteles favoritos e ideales y, muy especialmente, textos sobre el viaje en sí, sobre el hombre en movimiento, sobre el nomadismo elegido como estilo de vida. Nooteboom especifica ese primer viaje, que marcaría su vida: “Un día, hace ya mucho –y sé lo romántico y anticuado que suena lo que voy a decir, pero así es como sucedió–, cogí una mochila, me despedí de mi madre y una hora después –ustedes saben lo grande que es Holanda– me encontraba en la carretera cerca de la frontera belga con la mano alzada y, en realidad, esto es lo que he continuado haciendo desde entonces... No he parado de moverme por el mundo y, con el tiempo, he ido acompañando mis viajes con ideas, ideas que, si ustedes quieren, pueden llamar meditaciones... Cuando aún no podía saber lo que sé ahora, opté por el movimiento, y más adelante, cuando ya sabía mucho más, comprendí que este movimiento me permitía encontrar la calma indispensable para escribir, que el movimiento y la calma se equilibran mutuamente”. Hotel Nómada, antología caprichosa, es sin embargo muy homogénea en cuanto a describir qué tipo de cronista de viajes es Nooteboom. Un cronista enamorado de la Historia y fascinado hasta la melancolía por el pasado, que les dedica artículos a mapas antiguos y al vértigo que le producen las ruinas de Teotihuacán. Un cronista que parece estar casi siempre solo, incluso cuando pide entrevistas con líderes (en el artículo “Bolivia amarga”, por ejemplo, logra un encuentro con René Barrientos, el militar que era presidente cuando fue asesinado el Che Guevara en La Higuera), Nooteboom es siempre protagonista exclusivo: su subjetividad y su estilo reconcentrado dominan cada párrafo. La mirada de Nooteboom es eurocéntrica y bienintencionada pero, sobre todo, es sincera: jamás intenta convencer al lector que entiende la política, la historia y las costumbres de esos países que, a veces, lo enamoran locamente. Es un cronista de viajes sorprendentemente humilde, en un rubro donde abunda la arrogancia y el simplismo. Como la mayoría de los cronistas blancos occidentales que visita el profundo tercer mundo, Nooteboom cae en los lugares comunes de escribir sobre la burocracia, el calor, la corrupción, los hoteles; pero cuando esta mirada se vuelve tediosa o irritante, súbitamente irrumpe con una reflexión como ésta: “Y yo no dejo de mirar hacia atrás a la gente que sigue ahí de pie y que me enfrenta a mi propio destino: un ser que nunca será africano, que nunca llegará a saber qué es sentarse de noche bajo los árboles y contarse lentas historias, que nunca vivirá en familia hasta la desaparición de todos y de todo”. O como ésta, una notable visión sobre los aspectos negativos del turismo, escrita en Gambia en 1975: “Los tour-operadores escandinavos en el fondo también son un monocultivo”. Pero, con más frecuencia –y esto es lo más valioso, y lo más importante–, sorprende con un párrafo de gran nostalgia y belleza: “Dejamos de hablar para seguir escuchando, en el rumor de la noche, esa voz que dentro de dos o tres generaciones ya nada significará. Una voz que para entonces sí será verdaderamente antigua, un mito enlatado sobre un estante de un museo financiado por la Unesco, un recuerdo de Africa, de su gran época, de sus héroes sagrados, de su historia, hasta que la aldea de MacLuhan marque el tanto del empate, y aquello que alguna vez perteneció al pueblo no sea sino un juguete caro para una descendencia sorda”.
El desvío a Santiago, considerado su obra maestra de crónica viajera, es un libro muy diferente. Con textos que van de 1981 a 2001, cubren veinte años de recorrer y amar España, su patria adoptiva (Nooteboom vive gran parte del año en Menorca). Aquí la minuciosidad es obsesiva y recuerda a la de los cartógrafos imperiales del cuento de Borges “Del rigor de la ciencia”, que elaboran un mapa que tiene el tamaño exacto del territorio. En sus viajes por España, Nooteboom hace inventario de cada recodo y de cada iglesia, en una extensa carta de amor fascinada donde conviven los viejos monasterios medievales con Velázquez, La Mancha, Machado, los pueblos que sufrieron con más crueldad la Guerra Civil, y siempre el pasado que Nooteboom ama y que en España lo apabulla. En cada uno de estos textos se pierde en los laberintos de la historia española, así como se pierde en sus pueblos dormidos, y proclama su amor por esta tierra con algo de provocación: “El carácter y el paisaje españoles están en consonancia con quien yo soy. España es brutal, anárquica, egocéntrica, cruel; España está dispuesta a ponerse la soga al cuello por disparates, es caótica, sueña, es irracional”. Este libro desmesurado, lleno de digresiones, es un ejemplo del Nooteboom absolutamente en tema, ya no el observador respetuoso sino el estudioso, el peregrino que conoce cada recoveco.
En estos dos libros, en sus diferencias y sus coincidencias, aparece el Nooteboom cronista: alguien que empezó a viajar para encontrar algo sobre lo que escribir y que finalmente en el movimiento perpetuo encontró su propia voz como escritor de ficción. Y alguien que hace un esfuerzo consciente por comprender la diversidad, pero que no oculta que, en realidad, viaja para sí mismo.
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