El brasileño Lima Barreto y el antillano Aimé Césaire en dos rescates que pueden leerse en la encrucijada de un nuevo paradigma de crítica cultural: un tiempo nuevo en América latina que va al rescate de un pasado popular.
› Por Gabriel Lerman
Son poco conocidos los efectos culturales de la época nacional y popular que viven los países de América del Sur, sobre todo en lo que concierne al impacto en ciertos espacios intelectuales y universitarios, también artísticos, que se manifiestan en una persistente reposición y puesta en valor de obras y autores oscurecidos por la liquidación globalizante y el centrifugado de las literaturas nacionales. Distintas napas de legitimación en la historia cultural son ahora excavadas en busca de la veta, del yacimiento específico que sustente un latinoamericanismo nunca elevado con la fuerza canónica que imponen las invenciones positivistas, los gestos modernistas. Hay una nueva mirada que intenta mapear aun en la marea de cierta uniformidad, vestigios del habla del pueblo, historias que revelan el mito, la trayectoria del marginal, su espíritu cazador, de emprendedor improvisado. Lo mestizo, el indio y el negro están en las periferias urbanas, en sus peatonales céntricas, en el personal de servicio, en un sillón presidencial. La frontera está adentro.
Dos ediciones de libros recientes proponen formas de entrar a las ruinas arqueológicas con una construcción teórica que intenta sustentar un nuevo populismo cultural. Aunque aún no tengamos las palabras adecuadas para definirlo ni el camino esté claro. Un grupo editor, que se presenta con el nombre fuerte de Ediciones Latinoamérica, ofrece un texto lejano de la literatura brasileña, una novela que acaso tampoco tuvo en el ahora país hermano mayor, la legitimidad suficiente. Se trata del libro Recordaciones del escribiente Isaías Caminha, de Lima Barreto (1881-1922), auténtica perla de la enunciación popular. El relato de un nordestino que migra a Río de Janeiro. Un mulato pobre, descendiente de esclavos en la reciente república, mientras se consolida el orden oligárquico. Publicada por primera vez en 1907, es una crónica novelada, escrita en una rigurosa primera persona cuya respiración reverbera como carta y testimonio. Posee una fuerza única en tanto cultiva un énfasis en lo vivencial, en lo entrañable, en la sorpresa del hombre solitario que se arroja al mundo con su estigma a cuestas: nieto de esclavos, mulato en la mayor ciudad del país gigante. Isaías Caminha, acaso alter ego de Lima Barreto, llegará a trabajar en el diario O Globo, tal su parábola mítica, balzaciana, que recuerda también al joven fotógrafo de Ciudad de Dios. El libro es acompañado por un estudio preliminar de Horacio Mosquera y otras exégesis, además de dos prólogos diferentes del autor.
El otro libro que atrae una atención en los términos de pensar qué ocurre con lo latinoamericano en las bambalinas que flamean hoy entre arte y política es la edición bilingüe, con traducción al español de Ana Ojeda, de la obra teatral Una tempestad, de Aimé Césaire. Poeta, dramaturgo y político de la Isla Martinica, con una convulsionada vida política y un productivo sentido de la emancipación del negro en América, Césaire fundó en 1939 la revista Tropiques y elaboró junto a Léopold Sédar Senghor la noción de “negritud”. Maestro de Frantz Fanon, fue además diputado en su país natal, primero por el Partido Comunista y luego por el Partido Progresista. La obra de Aimé Césaire es de 1969, contemporánea del proceso de descolonización y de la lucha por los derechos civiles, contemporánea de Jean-Paul Sartre prologando a Fanon. Retoma a los personajes de Shakespeare, los sitúa en la América negra y, con una potente metáfora busca dramatizar el dolor de las cadenas, la obscenidad del hierro, la negación del otro, su deshumanización. Volver animal al otro, tenerle miedo, domesticarlo, sacrificarlo una y otra vez. Editado por El octavo loco, el libro trae un estudio previo de Rocco Carbone y Leonardo Eiff, quienes con habilidad crítica y buscando la intersección política y cultural del opus resaltan a la vez la importancia de Shakespeare en la literatura latinoamericana, sobre todo de La tempestad como relato del colonizador que narra al oprimido.
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