Emmanuel Carrère era un escritor francés dedicado a la ficción y la vida literaria de su país, hasta que el año pasado, a causa de un libro basado en experiencias reales y autobiográficas, logró un inusitado consenso de público. En De vidas ajenas relató la historia del tsunami que arrasó la costa del Océano Indico en 2004, mientras él y su esposa estaban de vacaciones en Sri Lanka y vieron cómo moría la hija de un matrimonio amigo. Con este libro logró conectar con las fibras más íntimas de sus lectores. Radar lo entrevistó y conversó acerca de su giro de la novela a la no ficción.
› Por Juan Pablo Bertazza
El inmenso tabú que existe a la hora de relacionar vida y obra, y algunos abusos que se cometieron alrededor del yo, impiden a menudo descubrir relaciones interesantes y esclarecedoras en ese sentido. Emmanuel Carrère, uno de los escritores más notables de la escena francesa actual, tiene un antes y un después en su trayectoria literaria, un paso decisivo desde la ficción pura hacia novelas con base de verdad. Un rito de pasaje que coincidió, a la vez, con su consagración como escritor, a partir de El adversario. Dedicada a Jean-Claude Romand, criminal y mitómano condenado a represión perpetua por matar en 1993 a su mujer y sus hijos, esta obra tuvo una película dirigida por Nicole Garcia y protagonizada por Daniel Auteuil que llevó a Carrère no sólo al éxito literario sino también al encuentro de un registro que, por ahora, parece definitivo.
“No aseguro que no vuelva un día a la novela pero no tengo ganas, la forma de De vidas ajenas me hace sentir cómodo. La verdad es para mí un motor, un motor de exactitud. Mi modelo de El adversario era, de hecho, A sangre fría de Capote. Incluso como lector perdí el gusto por la novela, y a medida que envejezco me doy cuenta de que los escritores que más me marcaron estos últimos años son W. G. Sebald, Daniel Mendelsohn, autor de Los hundidos, y el neurólogo Oliver Sacks. Las novelas actuales me parecen muy poco necesarias”, explica Carrère este pasaje que se agudizaría, luego, con Una novela rusa, libro acerca de su abuelo materno, colaboracionista nazi que tuvo una vida trágica y generó una especie de maldición en cadena entre los miembros de su familia.
“Ese libro significó para mí un terrible dilema. Tenía mucha necesidad de escribirlo y, a la vez, sentí miedo, al publicarlo, de hacerle daño a mi madre. De hecho, en un primer momento reaccionó muy mal, pero es necesario comprenderla: ella había realmente ocultado la historia de su padre y tuvo la sensación, al leer mi libro, de que el cielo le caía en la cabeza. Después de un tiempo nos reconciliamos. Es la ventaja de mi último libro, salió sin que yo experimentara la menor angustia, lo cual está relacionado con el hecho de que todos lo que estaban involucrados en la historia lo leyeron y estuvieron de acuerdo. Es decir, no es un libro conflictivo. ¡Qué alivio!”
El alivio al que hace referencia Carrère llegó finalmente con De vidas ajenas, elegida de manera unánime como mejor obra narrativa de 2011 según la prensa cultural francesa. Si hasta ese momento todos los libros habían significado una especie de plataforma para exorcizar dolor a partir de la identificación con criminales, mentirosos y antepasados conflictivos, De vidas ajenas, si bien presenta también una temática fuerte y densa, es, por el contrario, un libro plácido, abierto, en el sentido de que muestra un horizonte de tranquilidad, incluso de amor.
Vidas ajenas arranca con el maremoto del Océano Indico de 2004 que tuvo su epicentro en la costa del oeste de Sumatra, Indonesia, y devastó las costas de casi todos los países que bordean el océano. Con una magnitud de 9,3 en la escala de Richter, se trató del segundo terremoto más grande de la historia y dejó 229.866 pérdidas humanas. Carrère y su esposa estaban de vacaciones en Sri Lanka y lograron salvar su vida gracias a una cancelación de último momento que los mantuvo a resguardo en su hotel. Sin embargo, el episodio significó un verdadero trauma ya que, además de ver cadáveres por todos lados, sufrieron la muerte de Juliette, la pequeña hija de un matrimonio francés del que se habían hecho amigos. En la segunda parte, la novela se centra en la enfermedad y muerte de otra Juliette, en este caso la hermana de la esposa de Carrère.
Es difícil que un autor acepte, sin ambages, la naturaleza autobiográfica de su obra, tal vez por el mismo tabú con que algunos críticos evitan referirse a la vida de un autor para ayudar a entender su obra. No es el caso de Carrère con respecto a De vidas ajenas. “Es un libro cien por ciento autobiográfico, en el sentido de que todo lo que ocurre es exacto y que además yo fui testigo de esas situaciones. Sin embargo, mi libro anterior, Una novela rusa, es más autobiográfico todavía, porque no soy solamente testigo y narrador sino también protagonista. Es un libro del que yo soy el héroe, algo que no sucede con De vidas ajenas. No me transformé en un santo laico pero pude liberarme con Una novela rusa de toda mi oscuridad, de eso que llamamos odio propio. Es entonces otro hombre, un hombre curado el que fue testigo del tsunami. Llegué a Sri Lanka con una pareja al borde del precipicio, y esos días de horror nos hicieron salir, a Hélène y a mí, más fuertes y lúcidos que nunca. Creo que ahora finalmente sé amar. Imagino que muchos de mis fieles lectores se sintieron desconcertados: ¡tantos sentimientos nobles! A pesar del sufrimiento y la enfermedad, las parejas de De vidas ajenas son muy sanas, contenedoras y nunca actúan desde un impulso nervioso. Yo mismo estuve mucho tiempo malhumorado, pero se trataba de un malhumor que me fabriqué yo solo, ya que nunca había sido confrontado a un dolor auténtico. Mis ambiciones y mis inquietudes eran irrisorias”, explica Carrère. Y resulta notable prestar atención al itinerario, a la trayectoria de cada uno de sus libros, desde la oscuridad absoluta hacia la densa luminosidad, como si fuera posible también buscar la felicidad en la propia producción literaria.
¿Te sorprendió la importancia que tomó De vidas ajenas?
–La verdad que no, apenas empecé a planearlo, me di cuenta de que el libro iba a tocar una fibra muy íntima y, a la vez, universal. Hechos que todo el mundo ha vivido o con los que algún día, inevitablemente, seremos confrontados: enfermedad, muerte y separación.
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