Domingo, 22 de abril de 2012 | Hoy
Entre la prosa poética, el verso libre y el ensayo, Rodrigo Naranjo Cortés aborda una problemática social donde pone el acento en los más marginados.
Por Damian Huergo
En las primeras páginas de Apartados, el académico y escritor chileno Rodrigo Naranjo Cortés hace referencia a cómo la aparición de una nueva técnica pictórica exige experimentar otro tipo de mirada. En particular se ocupa de los orígenes de la Naturaleza Muerta, que le interesa por ser un “género menor del naturalismo en comparación a los retratos de grandes personajes”. Destaca cómo –en su momento– la fijeza del objeto en el lienzo predispuso a ver su modificación en el cosmos, extendiendo así la contemplación de la obra al resto del paisaje, develando su diálogo silencioso y estéril. A medida que el lector avanza en la lectura de Apartados notará resonancias entre dicho análisis y lo que tiene frente a sus ojos. De este modo, Naranjo Cortés se las ingenia para introducir sutilmente un manual de instrucciones sobre la forma en que debe ser leído –lo correcto sería decir experimentado– este libro inclasificable que deja en manos del lector con la intención soterrada de interrogar sus límites de comprensión y tolerancia, tanto morales como intelectuales.
Dividido en doce partes que formalmente no son cuentos ni capítulos, los textos del libro están compuestos por un híbrido entre prosa poética, verso libre y ensayo informal. Cada uno está acompañado por una ilustración del artista visual Jorge Opazo. Los dibujos, de trazo liviano y temática mitológica y épica, contribuyen al efecto surreal y oscuro de los fragmentos escritos. Sin embargo, la variación de elementos y la parcelación no crean un libro disperso, ni uno de esos archipiélagos literarios que recopilan editores desesperados tras la muerte de un autor “vendible”. Al contrario, al pasar un texto detrás de otro crece la sensación de estar abriendo las celdas de un mismo penal. Y Naranjo Cortés, como si fuese un extraño carcelero, señala con un lenguaje erudito y sofisticado el musgo que progresa en las paredes de nuestro propio cautiverio.
Suele decirse que escribir ficción es como hacer sobrevolar un espejo sobre la realidad. Naranjo Cortés se propone romper el espejo desde el inicio y desperdigar sus partes. Los textos de Apartados –publicado en edición bilingüe español/portugués– son pedazos sueltos que reflejan partes inconexas, mutiladas, de un mundo desparejo e injusto. Piezas que muestran a niños-viejos deambulando por un desierto con hedor a muerte, que recuerda al Comala de Pedro Páramo; niños-mercancía stockeados en pabellones, como objetos en una tienda, para el negocio de la trata; faros que en lugar de iluminar oscurecen lo que tocan; peces putrefactos que reflotan de tanques de agua luego de sesiones de tortura; cuerpos vejados que en soledad comulgan ante Dios, con una visceralidad espiritual similar al corpus poético de Héctor Viel Temperley; y sociedades modernas que –mal que le pese a Lévi-Strauss– sobreviven por medio del incesto, rompiendo los límites entre naturaleza y cultura.
El título del libro refiere a los excluidos, a todos aquellos que el sistema –en sus facetas económicas, políticas y sociales– hizo a un lado. Lo acompaña un subtítulo no menos sugestivo: “La máquina de tortura del testigo de los alimentos”. Ambos nos ponen sobre aviso: Naranjo Cortés hace literatura con las sobras, con el agua sucia que se derrama del vaso, con los desperdicios de la máquina (difícil no pensar en los conceptos de Deleuze) de explotación capitalista. Para muchos autores, trabajar con problemáticas sociales es un escollo: el dilema es convertirse en un voyeurista cuasi aristocrático o “contarla desde adentro”. Naranjo Cortés encuentra una salida por arriba para trabajar sus obsesiones (muchas de sus investigaciones académicas se centran en los regímenes de cautiverio). Utiliza un lenguaje surreal y poético para darle una nueva forma a la temática hiperrealista. Su estrategia es elevar el sentido de las palabras para que al caer golpeen con más fuerza, haciendo temblar así los cimientos embarrados que sostienen la máquina y las lecturas que hacemos de ella.
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