Dom 06.05.2012
libros

El dice, ella dice

Andrea Stefanoni y Luis Mey tenían una relación de editor y escritor, hasta que decidieron escribir a dúo. El resultado es Tiene que ver con la furia, una novela que sobrevuela los sinsabores de la vida laboral a través de una historia de amor inestable.

› Por Hugo Salas

A Luciano lo deja su novia, del modo banal y doloroso en que suelen terminarse las relaciones en esta época. Sofía, por su parte, comienza una relación con Mercedes, psicoanalista, madre y amiga de su amiga Roberta, también psicoanalista, una relación que a pesar del enamoramiento mutuo está condenada al ocultamiento y el silencio constante. Los dos, Luciano y Sofía, trabajan en una librería enorme, bella y desoladora al mismo tiempo; los dos escriben, tal vez para rumiar el descontento; los dos se cruzan poco, pero se tienen genuina simpatía. Con prosa sintética y contundente, Luis Mey y Andrea Stefanoni construyen una novela en que las voces de los protagonistas se alternan inquietas, cómplices, para dar cuenta de una insatisfacción difícil de nombrar pero que, claramente, tiene que ver con la furia.

A comienzos del siglo XX, entre otras tantas innovaciones, los surrealistas retoman la práctica de la escritura en colaboración –anticipada por los hermanos Goncourt, que siempre escribieron a dúo– con el propósito de desbrozar la literatura de la expresión de la subjetividad, el omnímodo yo de los románticos, y acentuar todo aquello que tiene de juego, búsqueda y construcción. Allí radica el encanto de los innumerables cadáveres exquisitos –banalizados después hasta el hartazgo, es cierto–, pero también de obras como La inmaculada concepción (Breton- Eluard), Ralentir: traveaux (Breton-Eluard-Char) o Los campos magnéticos (Breton-Soupault). En la producción nacional, claramente, esta serie sólo habría de prolongarse en la escritura lúdica de algunos de los integrantes del grupo Sur, en particular los cuentos del dúo Borges-Bioy (bajo sus diversos seudónimos) y la novela Los que aman, odian, de Bioy y Silvina Ocampo.

Sin embargo, más allá de este aspecto jovial (que la novela de Stefanoni/ Mey comparte en varios de sus momentos más límpidos y ocurrentes), también es la imagen de la soledad ante la página en blanco, y con ella toda una concepción de los modos de producción de la literatura en oposición al modo de producción social, lo que pone en cuestión la escritura conjunta, o más precisamente la firma conjunta (habida cuenta de la cantidad de libros en los que el producto de dos o más personas aparece finalmente atribuido a una sola). De hecho, aunque se trate de su primera novela en colaboración, no es la primera vez que trabajan a dúo: Andrea Stefanoni, responsable del sello independiente Factotum, ofició de editora de las dos novelas con las que Luis Mey se estableció en el panorama de la narrativa reciente, Los abandonados (2009) y Las garras del niño inútil (2010). Es a partir de este íntimo conocimiento mutuo que Tiene que ver con la furia alcanza un extraño balance, donde como bien señala Silvia Molloy, las historias individuales, pese a los detalles que las diferencian, se funden en una sola. Con igual destreza, Stefanoni y Mey consiguen crear dos voces que una y otra vez se hermanan, reúnen y refunden, en lo que constituye no sólo un logro técnico (escribir entre dos autores un libro donde haya dos voces que, sin embargo, no parezca el corta y pegue de dos libros, sino un libro), sino una aguda observación sobre los límites de la espontaneidad, la autenticidad y la identidad del yo en una sociedad contemporánea cada vez más igualada en lo mal que viaja, lo mal que vive, lo mal que la pasa en el trabajo.

Bajo esta luz cobran pleno sentido los juegos de autorreferencialidad que plantea el libro ya desde la solapa, así como también su decepción constante, doble lógica del reconocimiento y el error que permite a los autores, sin necesidad de parrafadas rimbombantes, construir una novela sobre el problema (y la revancha) que supone escribir cuando se está sujeto al dolor social, ése donde no sólo se dan cita amor y desamor, sino también las actuales condiciones de explotación, en las que tantas veces –como denunciaran los surrealistas– la vida parece sometida (y limitada) al trabajo.

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