Julian Assange y su WikiLeaks abrieron un verdadero agujero negro en las relaciones entre los grandes medios periodísticos y el poder. Ahora es el turno de aquellos cables que hacían referencia a los distintos países de América latina, en una investigación de Martín Becerra y Sebastián Lacunza.
› Por Angel Berlanga
Hubo un tiempo en el que el “periodismo de periodistas/medios” era algo casi estigmatizado, considerado como falto de elegancia, trapos que se lavaban más bien del otro lado del telón. El fin, muchas veces, parecía atendible: centrarse en los hechos, causas y consecuencias, más que en quién o cómo cuenta. No enturbiar la cosa, se argumentaba: que el mensajero no se convierta excesivamente en protagonista, etc. Bueh: narraciones infantiles. El lobo ya disfrazado de abuelita. Cuentos con frases como “La prensa libre y robusta de la que goza hoy Ecuador...” o “Bolivia todavía tiene una prensa vibrante e independiente...”. Es difusa la autoría de Caperucita, un relato de tradición oral centenario, pero están identificados quienes escribieron esas frases: Linda Jewell y Philip Goldberg, embajadores norteamericanos durante los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa. Estas caracterizaciones son parte de la sangría que produjo WikiLeaks al ir poniendo a disposición pública unos 250.000 cables intercambiados entre diplomáticos estadounidenses de todo el mundo y el Departamento de Estado de aquel país, con tantos súper héroes, ¿no? El caudal de información filtrada fue tal que el reflejo lleva a pensar en lo inabarcable. Pero, de a poco, van sesgándose posibles miradas, como la que propuso el año pasado Santiago O’Donnell en ArgenLeaks. En este libro Martín Becerra y Sebastián Lacunza se centran en unos 32.000 textos generados en ciudades latinoamericanas y subrayan, sobre ese material, lo que se anuncia en el subtítulo de esta investigación: “La relación entre medios y gobiernos de América latina bajo el prisma de los cables de WikiLeaks”.
La mayor parte de los despachos abarca entre 2004 y 2009, pero los autores exceden en sus análisis ese marco temporal para contextualizar el peso y los tentáculos, las quejas y las pretensiones, la estrategia y la furia de los grupos de medios de comunicación y de periodistas emblemáticos en torno de los gobiernos en esta época tan singular para la región, en la que se visibiliza como nunca el enorme poder mediático y las disputas y discusiones, bien cargadas, de algunos gobiernos con esos sectores que, es sabido, tienen además intereses en bancos, fondos de pensión, empresas varias. Es que varios gobiernos latinoamericanos han superado aquel prejuicio-mandamiento que impedía cuestionar o criticar a los inocentes mensajeros que sólo informan, que sólo cuentan la verdad, que no tienen intereses, que encarnan la libertad. Así que allá iban (van) estos popes del periodismo independiente, a pedir consejo o ayuda o impulso o pañuelo, en las embajadas norteamericanas de sus países. Y resulta, en muchos casos, que de acuerdo con los cables los diplomáticos parecen más ecuánimes y moderados que los paladines mediáticos.
Wiki Media Leaks está organizado en cinco partes. Una, “no apta para simplificaciones”, trata de la Argentina y en particular de la ley de medios, del crescendo en el enfrentamiento entre el kirchnerismo y Clarín y La Nación. Otra, “A los amigos, ni críticas”, está dedicada a Perú, Chile y Colombia, países con los gobiernos más afines a las políticas norteamericanas. Hay un capítulo dedicado a los países díscolos (“Juegos de trincheras”): Bolivia, Ecuador, Honduras y Venezuela, con Chávez en el papel de un satanás “al que hay que aislar”. También hay un capítulo titulado “Las grandes ligas”, Brasil y México, con foco en el rol de sus grandes grupos, Globo, Televisa, Telmex. Y hay, finalmente aquí, de arranque en el libro, una parte dedicada a cómo fue derramándose la información que concentró y fue distribuyendo Julian Assange, desde su acuerdo inicial con los cinco afamados medios (los diarios El País, Le Monde, The Guardian y The New York Times, la revista Der Spiegel) hasta la publicación total de los cables en Internet, pasando por el goteo que fue haciendo para ir suministrando despachos a redacciones específicas de medios de todo el mundo. Anticipan, aquí, los autores, unas preguntas pertinentes que, en el mapa que componen, irán contestando: “Con su indiscreción, WikiLeaks atizó un debate histórico, pero que venía alcanzando un voltaje inusitado en América latina. ¿Quién informa? ¿Con qué criterio? ¿Con qué intereses? Y, sobre todo, ¿qué se oculta?”.
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