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Domingo, 13 de mayo de 2012

El héroe metafísico

Los poemas de Jacobo Fijman que se reúnen en Romance del vértigo perfecto fueron escritos en el Hospital Borda y regalados a médicos y enfermeras. Después de pasar por distintas manos de libreros y anticuarios, hoy se publican junto con dibujos e ilustraciones del propio Fijman. El último legado del poeta que supo fascinar a Marechal y a los martinfierristas.

 Por Damian Huergo

Samuel Tesler y Jacobo Fiksler son algunos de los nombres que el poeta Jacobo Fijman tuvo en la ficción. Samuel Tesler es el “judío cristiano” que integra la pandilla de escritores, pintores y magos que desfilan, como sombras platónicas, por Adán Buenosayres de Marechal. Jacobo Fiksler aparece en El que tiene sed de Abelardo Castillo, junto a Esteban Espósito –protagonista de la novela– en un diálogo extraordinario en un manicomio. Cabe preguntarse entonces ¿quién fue el Jacobo Fijman de carne, hueso, talento y hambre que llegó a tocar el violín en la calle para sobrevivir? ¿Qué lugar ocupó en esa élite de escritores vanguardistas de principios del siglo XX? ¿Cómo se debe leer la obra de un hombre que una sociedad positivista excluyó por considerarlo loco? ¿Qué dicen esos textos de nosotros? Los datos duros de la vida de este “héroe metafísico”, tal como lo llamó Marechal, apuntan que Fijman nació en Rusia en 1898 en el seno de una familia de campesinos judíos. La distancia con su país natal se agrandó con la temprana migración a la Argentina. En su educación formal hubo lugar para la matemática, filosofía, música clásica, griego, latín y religión. Esta acumulación de saberes se materializó en poemas, traducciones y ensayos periodísticos que aparecieron en diarios, Martín Fierro y en revistas religiosas como Criterio. En su juventud viajó por Europa, donde conoció a Breton y Artaud. Fijman consideraba a los surrealistas “auténticos poetas”. Sin embargo, optó por alejarse al concluir que estaban al servicio del demonio y no de Dios, como consideraba que era su misión. Para entonces ya se había convertido al catolicismo para realizar una transformación en su persona, convirtiéndose en santo “por decisión de Cristo”. Fijman era consciente de su entrega. En “Canto del cisne” escribe: “Demencia: el camino más alto y más desierto/ Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas”.

Su mutación religiosa no fue la primera que tomó para dejar un legado y reinventarse por voluntad propia. Desde la niñez, su familia le decía que sería un importante pintor. Ante tal veredicto, sea por rebeldía, inconformismo o debilidad, Fijman quemó todo su trabajo. Sin embargo, el fuego que acabó con el material no pudo despedazar su visión del mundo, construida con imágenes, luces y colores que remitían al Génesis. Los tres libros de poesía que publicó en vida –Molino rojo (1926), Hecho de estampas (1929) y Estrella de la mañana (1931)– pueden ser leídos como las etapas de un viaje espiritual de curva ascendente. Durante más de veinte años, Fijman estuvo internado en el Borda, sin figurar en los registros hasta su muerte, en 1970. Sin embargo, continuó escribiendo y dibujando en servilletas, en recetarios de médicos y en documentos del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública.

Romance del vértigo perfecto. Jacobo Fijman Descierto 2012 168 páginas

Algunos de estos papeles –la mayoría fechados entre 1958 y 1960– integran Romance del vértigo perfecto. Según sus compiladores, Fernando Gioia y Roberto Cignoni, el libro estuvo pensado como un cuarto volumen autónomo dentro de la obra de Fijman, al punto de que utilizaron la misma tipografía y composición que en las primeras ediciones de sus libros. El material, que pasó por las manos de diferentes libreros anticuarios, en un principio salió del Borda como regalos del propio Fijman a médicos y enfermeros. Ese ejército blanco de trabajadores de la salud es retratado con misericordia en sus versos: “palomas ardientes/ que razonan dolientes”, los llama, como si comprendiera que la dominación científica que practican lo hacen por ignorar las formas de la locura. Así, el poeta que escribe “para acercarse a Dios” logra transformar el perdón divino en poesía.

Romance del vértigo perfecto también incluye dibujos con carbonilla, lápiz y pastel. Alternan retratos de perfiles, delineados con líneas suaves que se acercan a un estilo “figurativo” y, por otro lado, trazos gruesos, ensombrecidos, que marcan la descomposición abstracta de la imagen. En el libro aparecen escaneados junto a los poemas escritos sobre “documentos clínicos”. Vistos en conjunto, los dibujos y versos interviniendo sellos de ministerios públicos o firmas médicas, intranquilizan por la interposición de sensibilidades.

Los poemas de Romance del vértigo perfecto remiten a los versos de Molino Rojo y de Estrella de la mañana. Del primero toma la influencia de los cantos gregorianos y la estructura del ritmo musical. Son cantos simples, movidos por conjuntos de rimas fáciles de memorizar. De Estrella de la mañana toma la métrica del latín eclesiástico y el uso de imágenes en lugar de metáforas. Pero sobre todo, en los poemas que escribió en el manicomio-monasterio, Fijman completa el recorrido solitario, ascendente, espiritual, que lo transportó a ese espacio metafísico ajeno a nuestra cotidianidad. Desde ese lugar escribe las palabras que cierran el poema que bautiza al libro: “El sudor ha cubierto la doliente razón/ del amor y la muerte”. Palabras sencillas, que alcanzan, que sobran, para dejar de preguntarnos por él y empezar a hacerlo por nosotros mismos.

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