Dom 24.06.2012
libros

Los pasajeros del jardín

Subgénero de la literatura de viajes, la descripción de viajes interiores se fue abriendo paso en la literatura. En La quietud en movimiento, el alemán Bernd Stiegler reunió los escalones que van del cuarto al jardín, de la casa rodante a la autopista, de la biblioteca a Internet.

› Por Damian Huergo

“Este no es un libro para sedentarios, agorafóbicos o apáticos a los viajes”, aclara de entrada, como una advertencia al sentido común, el alemán Bernd Stiegler al comienzo de La quietud en movimiento. (Una breve historia cultural de los viajes en y alrededor del cuarto). Al contrario, si hubiera que catalogar a un lector ideal para este libro –raro, prescindible y aun así magnífico– debería tener como virtudes el empuje de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días, las aspiraciones turísticas –truncas pero válidas– de Traveler en Rayuela y, por último, algo de la capacidad de extrañamiento de uno de los tantos flâneurs que trazaron con su mirada calles literarias.

Xavier de Maistre fue el primer escritor que para contar el mundo optó por pintar su cuarto. Fue en 1790, durante un arresto domiciliario de cuarenta días. A fines del siglo XVIII, los libros de relatos de exploradores tuvieron un fértil florecimiento, estimulados por las ambiciones colonizadoras de Europa. De Maistre, mezclando parodia e ironía, se propone “descubrir” el mundo conocido con el desapego y la distancia del extranjero. En otras palabras, anticipando la filosofía trascendental de Kant, busca adecuar el objeto/cuarto al sujeto/viajero que lo observa y lo redescubre. El resultado es Voyage autour de ma chambre (Viaje alrededor del cuarto), un libro que ronda las cien páginas y que inauguró este subgénero dentro de la literatura de viajes.

Stiegler, con erudición y noción del entretenimiento –cualidades que pocos académicos pueden hacer convivir–, arma una guía arbitraria de textos y autores que tomaron como modelo el viaje de De Maistre. Los acompaña con imágenes y recomendaciones de lecturas que funcionan como mapas para moverse en territorios inhóspitos. En los primeros apartados, Stiegler se ocupa de los viajes que exploran la intimidad de los autores. Cada capítulo parece ser el cuarto de un hotel repleto de escritores, científicos, cineastas y artistas. Con sólo empujar la puerta se pueden conocer mujeres y hombres excéntricos, como el coleccionista Edmond de Goncourt, que en La maison d’un artiste (1881) cuenta el modo en que los objetos, con su presencia material, neutralizan la ausencia de las personas amadas. O como el escritor francés Alphonse Karr, que publicó Voyage autour de mon jardin (1945), donde detalla las mutaciones en su jardín y las estudia en relación con las transformaciones del cosmos, al misterio de la creación.

Aunque formalmente La quietud en movimiento está estructurado en veintiún capítulos, podría dividirse en dos partes que engloban series distintas. La segunda parte se podría denominar “el interior extendido”. Allí, Stiegler se encarga de los textos que proyectan la intimidad de su cuarto hacia el afuera; obras donde la ciudad pasa a ser habitada como una habitación; donde el individuo pierde su condición cotidiana del yo. Sucede en “El flâneur”, donde dialoga con Walter Benjamin y, sobre todo, cuando describe el “viaje inmóvil” de Raymond Roussel en su roulotte –una casa rodante– que le permite viajar sin salir de su hogar. Por último, el libro se cierra con el singular viaje por la autopista París-Marsella que Cortázar realizó junto a Carol Dunlop, planteado como una expedición etnológica, surreal y celebratoria de la unión de los viajantes.

En La quietud en movimiento, Bernd Stiegler se encarga de otros periplos alrededor de cuartos que no remiten al formato literario; por ejemplo, “el viaje virtual en tiempo real” mediante el uso de la web que propone la artista Mónica Studer. En ningún caso Stiegler hace juicios críticos o de valor sobre las obras que recuenta. Igual que un expedicionario, está más interesado en mostrar sus descubrimientos. Es decir, el modo en que las personas puedan hacer de sus espacios cotidianos un lugar para la aventura.

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