› Por Claudio Zeiger
No han sido muy afortunados hasta ahora los intentos por exhumar textos póstumos de ficción de Carlos Correas. Ya había sucedido con Un trabajo en San Roque. Para quienes hayan leído Los reportajes de Félix Chaneton, la expectativa podía ser enorme, pero enseguida se entendía por qué uno se había publicado en vida de Correas y otros no. Algo en el trayecto se había desdibujado, secado. En el caso de Los jóvenes pasa algo curioso, ya que se asiste a lo que se llama (y llama Jorge Lafforgue en un estudio), “el germen”. Texto presumiblemente escrito hacia 1952, es anterior a todo, inclusive a “La narración de la historia”, cuento magistral que le valió un juicio al autor y a Lafforgue, editor de la revista Centro, donde se publicó en 1959. Después de aquel episodio Correas no volvió a ser el mismo escritor, pero en 1984 apareció su gran legado, Los reportajes... Algo, sin embargo, se había quebrado en su relación con la literatura. Los jóvenes deja el interrogante de si su difícil relación con lo literario estaba en el origen, en su juventud. Bien dicen José Fraguas y Eduardo Muslip en el epílogo que hoy esta breve novela encuentra su cauce en una corriente de literatura que nace de los afluentes de Osvaldo Lamborghini y Copi, pero eso no significa que, más allá de incrustaciones anfetamínicas notables, sea un relato confuso y tempranamente resentido, excesivamente escatológico. Brilla en su desolación, al describir una noche de bar gay en un sábado de los años ’50. Pero no había encontrado Correas la precisión conceptual que le permitiría fijar esas mismas experiencias en “Un problema moral”, primer relato de la trilogía de Los reportajes...
Vale entonces como curiosidad –ineludible para estudiosos de Correas y de ciertas corrientes subterráneas de la literatura que era muy difícil ejercitar antes de los ’60–. En el volumen se publica también “La narración de la historia” y luego dos textos singulares, “Las armas tiernas” (extremismo varonil a lo Viñas) y “Algo más sobre mi caso” (la relación del viejo Correas con travestis), que hacen curiosos espejos de aquel kitsch de anticipación, de aquellos jóvenes agobiados por el peso de las entrepiernas.
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