La RDA tuvo una vida breve como país: cuarenta años signados por la separación del Muro de Berlín, la vida cotidiana marcada por la vigilancia de una policía tan implacable como burocrática y una intelectualidad sometida a un clima de permanente sospecha. Uwe Tellkamp es un escritor alemán de la ex Alemania Oriental que emprendió una tarea tan desmesurada como llamativa: registrar la vida entera de este país en una novela de raíces clásicas, una saga familiar que hizo recordar a muchos, exageradamente, a Los Buddenbrok de Thoman Mann. La Torre es un experimento interesante aun en las numerosas grietas y fallidos de su monumental ambición.
› Por Juan Pablo Bertazza
En una de las casi mil páginas que componen esta novela se cuenta que al protagonista le gustaban los libros voluminosos, ya que con quinientas páginas empezaban las auténticas novelas, “por eso Christian recurría a las ballenas azules, como llamaba a las grandes novelas épicas de Tolstoi, Dostoievski, Thomas Mann, en cuyos libros se escuchaba el sonido de las sirenas de los barcos, la música de los barcos de vapor, los silbidos de los trenes continentales”. En esa definición subyace, a la vez, lo más interesante y lo más endeble de este libro singular. Epico, monumental pero también grandilocuente, excesivo y desequilibrado, La Torre ofrece, por lo menos, un gesto interesante: recrear de manera literaria un país que ya no existe –la RDA, la Alemania oriental o democrática, cuya vida transcurrió entre 1949 y la caída del Muro de Berlín, el nueve de noviembre de 1989– a partir de una forma literaria caduca, obsoleta, casi tan fantasmagórica como el país que viene a retratar: una novela extensísima, minuciosa y erudita que da cuenta de todos los niveles idiosincráticos de ese país, desde el lipsi (la música de rock propia que intentó crearse en la Alemania Oriental), hasta el catálogo completo de vicios del Partido Socialista Unificado de Alemania que gobernó ininterrumpidamente, pasando por la sintómatica transformación del mayor lema popular, del “somos el pueblo” al “somos un pueblo” que anunciaba la unificación. Además de su estructura clásica –dos extensos capítulos y un interludio–, los variados registros de su paleta recuerdan las novelas decimonónicas: diarios personales, cartas, declaraciones ante el Tribunal y hasta citas literarias (Shakespeare, Thomas Mann, Hölderlin) que se filtran en los diálogos de los personajes.
La contracara de semejante proyecto es, sin embargo, la profunda inadecuación que existe entre forma y contenido, como si los personajes no pudieran ir tomando vida a medida que se acumulan las páginas. De hecho, cuando Uwe Tellkamp –a pesar de su juventud, ésta es la tercera novela de un hombre que encontró tiempo para dedicarse a la cirugía, que estuvo preso en 1989 por oponerse al régimen y que desde 2004 se dedica sólo a escribir– quiso publicar su libro, un editor le pidió que le sacara doscientas páginas que, a su entender, le sobraban a la novela. Tellkamp no sólo se resistió sino que, además, logró publicarla gracias a eso en Suhrkamp, la editorial más importante de Alemania, cuyo prestigioso catálogo incluye los nombres más importantes de la nueva literatura de Alemania, Suiza y Austria. Como si esto fuera poco, La Torre ganó el Deutscher Buchpreis, premio equivalente al Booker y al Goncourt que, además de 25.000 euros, asegura ventas de la novela ganadora, aun cuando tenga tantas páginas.
Al igual que viene sucediendo con el cine de los últimos años (La vida de los otros o Goodbye Lenin), La Torre retrata la vida de los habitantes de un barrio residencial de Dresde, entre 1982 y 1989, es decir, durante los últimos siete años de la RDA. Curiosos burgueses ilustrados y exiliados de sí mismos que pasan su tiempo entre música, poesía y pintura mientras observan con pasividad, resignación y cinismo cómo, desde sus propias ruinas, la RDA y el socialismo comienzan a derrumbarse. Cinco casas y una treintena de personajes componen esta saga familiar, cuyos más destacados personajes son tres parientes: Christian Hoffman, claro alter ego del autor: adolescente inteligente, sensible, introvertido, y bastante escéptico y confundido que no encuentra ni siquiera una manera de ser rebelde; quiere ser médico pero luego de quedar sentenciado a doce meses de prisión por leer literatura “subversiva” y criticar el régimen termina trabajando en la industria química; su severísimo padre, Richard, un exitoso cirujano que, aunque engaña sistemáticamente a su mujer, intenta con su colaboración quedar bien con las autoridades sin perder demasiada dignidad y, por último, su cuñado Meno Rohde, miembro de una editorial de Dresde, que también tiene que aprender a lidiar con la censura.
Es notable, pero las casi mil páginas de esta novela se podrían resumir en una de las sencillas frases con que Tellkamp presentó su libro en Barcelona: “En teoría la RDA era una utopía con buenas intenciones, pero en la práctica se convirtió en todo lo contrario”.
Algo similar ocurre con esta novela llena de buenas intenciones que, pese a su extensión, no logra hacer escuchar ni las sirenas de los barcos ni los silbidos de los trenes. Una ballena azul que encuentra en lo desmedido tanto su triunfo como su derrota: por querer abarcarlo todo deja gusto a nada, si bien se distingue a priori de la literatura actual, sufre de comparaciones que le terminan jugando en contra, como la de aquellos que la comparan, excesivamente, con Los Buddenbrok de Thomas Mann.
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