Eugene O’Neill andaba cómodo por Buenos Aires. Era joven, era yanqui, era boxeador y marinero, a gusto en un puerto ya lleno de gringos, cabalistas, anarcos, princesas rusas y alguno que otro chino fumando opio. Lo que vio el futuro dramaturgo a fines del siglo diecinueve hizo carrera y contagió a esta ciudad, de las que se toman todo bondi mientras sea literario, complicado, excéntrico. Este libro en serie que es Siwa es un retoño más de este manierismo porteño y agradable.

Salvador Gargiulo, Christian Kupchik y Héctor Roque Pitt –combinación de nombres también muy de aquí– van escribiendo y editando la bitácora de viajes reales, imaginados e imaginarios que es Siwa. La estética de Lucas Frontera Schällibaum es barroca, plena de grabados y frontispicios de los tiempos en que viajar era raro, una aventura y un sabor que la publicación quiere recuperar. Lo que lograron estos cuatro es una exquisitez inteligente que sale cuando sale y que, atención, se edita en doscientos ejemplares numerados de rápida desaparición y seguro coleccionismo.

El barroco de Siwa no es apenas visual sino una decisión ecléctica de épocas, más un giro a lo inesperado. Por ejemplo, que el tema de este tercer tomo sean los argumentos literarios y morales contra el viajar, incluyendo los del gran sedentario Fernando Pessoa. Esta vindicta no excluye textos sobre faros, viajes paralelos, lugares deformes, viajeros notables y hasta una página erotizante de grabados de 1888 con nativas de Omo, Etiopía, debidamente en topless. Lo más agradable es la naturalidad con que se acepta irse a lo remoto, lo extraño. La idea es alejarse lo más posible de Miami, olvidarse de hacer compras y llevarse sólo lo que entra por los ojos. Aquí no se hacen reservas, la norma es la lanzada de Eberhardt y el bueno de Ibn Batuta sirve de guía. Y todo bien, pero bien escrito.