Con Dinero para fantasmas, Edgardo Cozarinsky suma una nueva pieza narrativa a las ficciones tan ágiles como urgentes que viene produciendo desde 2001, cuando dio a conocer La novia de Odessa. Relatos dentro del relato y películas que, como las historias, al parecer, se heredan.
› Por Martín Pérez
“Somos jóvenes, el pasado no puede alcanzarnos”, le dice Elisa a Martín, cerrando la flamante novela –breve, como todas sus novelas– de Edgardo Cozarinsky. Como el resto de los relatos, tanto novelas como cuentos que el escritor y cineasta ha venido publicando en poco más de una prolífica década de escritura, sus historias se descubren una dentro de la otra, como en un juego de cajas chinas. El pasado al que alude Elisa es el del director de cine que le legó a Martín, sin conocerlo, unos cuadernos con sus recuerdos. Allí descubren los devenires del romance fallido entre Ignacio y Celeste: ella desapareciendo gracias al cine de una villa porteña al lejano Berlín; él penando aquí por ella y pidiéndole a Oribe –el director de los recuerdos legados y responsable de que Celeste haya llegado a la pantalla– noticias sobre su paradero. El círculo se cierra con Martín y Elisa, cineastas primerizos, imaginando un final trágico para el amor entre ambos. Una tragedia que, según reza Elisa, no podrá alcanzarlos. Pero los fieles lectores de la urgente ficción literaria que no ha dejado de escribir Cozarinsky –luego de haber sobrevivido a una grave enfermedad–, desde la edición de los admirables relatos de La novia de Odessa (2001), saben que los cuentos no se inventan, se heredan. Y las historias con minúscula siempre son deudoras de la Historia con mayúscula, y viceversa.
Una dialéctica que Cozarinsky logró plasmar con maestría en su debut en la novela con El rufián moldavo (2004) o en los cuentos de Tres fronteras (2006). Pero que empezó a sufrir justamente con su pase de Emecé a Tusquets, donde hasta ahora lleva publicadas tres novelas. La primera, la ceñida (y en cierto modo repetitiva) Lejos de dónde (2009), parece haber clausurado cierta forma de trabajar con los recuerdos. Mientras que en las dos últimas ha aflojado las riendas, como si intentase reinventarse, pero sin lograr ser tan conciso a la hora de crear personajes contemporáneos. Mientras tanto, Dinero para fantasmas se disfruta en Los cuadernos de Oribe, un capítulo central que ocupa la mayor parte del volumen, donde las historias se siguen heredando, y el pasado siempre vuelve al lugar del crimen.
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