Domingo, 28 de octubre de 2012 | Hoy
Angeles Mastretta ha declarado que no tiene crítica adversa, simplemente no tiene crítica. Pero sí un público enorme que la sigue desde el descomunal éxito de Arráncame la vida en 1986 y que actualmente también la puede leer en el blog Puerto Libre. Tras la muerte de su madre, en 2008, Mastretta sintió que la ficción la abandonaba, y por lo tanto no debe ser casual que en su nuevo libro, La emoción de las cosas, rememore muchos episodios de la vida familiar y abreva en el terreno autobiográfico. Libro de crepúsculos, pero también de alegrías y añoranzas, constituye un auténtico Mastretta, la escritora que le cambiaría el final a Madame Bovary y Ana Karenina para que la esperanza sea lo último que se pierda.
Por Laura Galarza
“Estoy más dispuesta a soportar que me digan que escribo novelas rosas a dejar de ser auténtica”, dijo Angeles Mastretta cuando se celebraban veinte años de la publicación de su primera novela, Arráncame la vida, escrita en 1985 y con la que se abrió camino para siempre en el campo literario. “Un editor que yo conocía me dijo que necesitaba una persona joven que se dedicara a buscar escritores a los que publicarles libros en la editorial que estaba fundando. Yo, que tenía treinta años y llevaba diez trabajando como periodista, le dije que lo que yo necesitaba era que alguien me publicara a mí y no buscar a nadie.” En ese entonces, Mastretta, que nació en Puebla, México, en 1949 y que ya estaba casada con el escritor Héctor Aguilar Camín, dejó su trabajo y en un año terminó el libro. Así, esta mujer cuya experiencia más fuerte con la literatura había sido hasta el momento estudiar por un año con Juan Rulfo becada en el Centro Mexicano de Escritores, vendió millones de ejemplares en todo el mundo. Arráncame la vida obtuvo en 1986 el premio Mazatlán de Literatura y fue llevada al cine en 2008 convirtiéndose en un éxito de taquilla. Le siguieron Puerto Libre (1993) y Mal de amores (1996) por el cual Mastretta recibió el premio Rómulo Gallegos, otorgado por primera vez en la historia a una mujer, detrás de Vargas Llosa, García Márquez y Mempo Giardinelli. Mastretta lloró al conocer la noticia: “Estaba Tomás Eloy Martínez entre los finalistas, y a mí me parecía que por lógica, por edad, porque él es un gran escritor, tenían que darle el premio a él”, contó durante un reportaje y también que pidió perdón durante el discurso de entrega. Su amigo Carlos Fuentes le dijo en esa oportunidad: “Un escritor nunca pide perdón porque le dan un premio. Un escritor da las gracias y dice sí me lo merezco”. Mastretta ya no dejó de publicar: Mujeres de ojos grandes (1990), El mundo iluminado (1998), Ninguna Eternidad como la mía (1999), El cielo de los leones (2003), Maridos (2007), Hombres de amores y Angel Maligno (2008).
Hoy y después de que la muerte de su madre, en 2008, la dejara sin poder escribir ficción (“No tenía ganas de inventar”), llega La emoción de las cosas, un libro de memorias, estructurado en pequeños relatos que se suceden sin más conexión que lo autobiográfico. Es Mastretta la que habla, de sí misma y de su familia. La de antes, de inmigrantes, padres, tíos y sus cuatro hermanos; y la de ahora, su marido (“No conozco un hombre en el que quepan tantos hombres”) y sus dos hijos, Mateo y Catalina. Todos con nombre y apellido. Algunas anécdotas, como la de que su padre era ingeniero automotriz y sus hermanos Daniel y Carlos crearon un auto deportivo, el Mastretta MXT, o aquella cuando habla con su hijo sobre qué tal se siente el preservativo porque ella nunca usó, ya fueron publicadas en la revista Nexos y en Puerto Libre, el blog que la autora escribe desde 2008 para El país de Madrid. También hay escritura en derredor de viejas fotos como la de tapa, donde Mastretta y su hermana son niñas y posan espalda con espalda. Antes de llegar al estudio del fotógrafo, Verónica se abre la pierna con un vidrio y entonces en esa foto, debajo de los tules del vestido, hay una herida. En este sentido, se podría decir que La emoción de las cosas es el retorno de Mastretta a la mesa de las librerías y, a la vez, una prolongación de la intimidad alcanzada con sus blogueros, con quienes comparte cotidianamente, desde la sobremesa con Joaquín Sabina después de cantar a dúo “Arráncame la vida” en el teatro Nacional, hasta que su hermana chocó con el auto y se rompió la rótula, o ella, Mastretta, tuvo que operarse los juanetes. Pero también allí habla de su controvertida relación con el mundo literario: “Yo me propuse y me lo sigo proponiendo, escribir los libros que quiero y contar las historias que se me antojan. Pero no encuentro y estoy acostumbrada a no encontrar entre los críticos y entre los académicos gente a los que les guste lo que hago. Hace muchos años que asumí eso. Yo acostumbraba decir que no tenía crítica adversa, simplemente no tenía crítica”. El último de los múltiples idiomas a los que fue traducida Mastretta fue el chino, dejando claro que no tendrá crítica, pero tiene público. ¿O porque tiene público no tiene crítica?
La emoción de las cosas (título extraído del epígrafe de Antonio Machado) abre con la visión de las cenizas de sus padres, en sendas cajas, apoyadas sobre su escritorio. “No tengo miedo, padre, tengo espanto. No tengo espanto, madre, tengo tu herencia y esta casa y tus perros. Tengo a mis hijos y tengo a mis hermanos con sus hijos. Tengo dos cajas, dos montones de arena, una sola tristeza enardecida.” Mastretta crea un mundo simple y lineal. Gusta de los adjetivos que dice soplarle al oído Sor Juana Inés de la Cruz. Y no es la primera vez que ella arma sus libros con su vida. Mujeres de ojos grandes tuvo origen en los relatos sobre las mujeres de la familia que empezó a contarle a su hija mientras estuvo internada de pequeña. Mastretta, que cultiva a rajatabla una estética antirrupturista, ha declarado en varias entrevistas que a Ana Karenina y a Madame Bovary les cambiaría el final. “No sé si puedo hacer un libro que no termine con cuatro gotas de esperanza. Pueden pasar las cosas más atroces, pero soy una necia empeñada en decir: ‘¡Pero qué maravilla! ¡Qué gusto que la vida sea tan apetecible!’.”
El mismo día que la editorial le envió a su casa un ejemplar de La emoción de las cosas, Angeles Mastretta cumplía 63 años. Lo primero que hizo fue sentarse frente a su computadora y contárselo a sus blogueros, a quienes, además, les dedica el libro: “Estoy contenta. En paz. Abrazada al privilegio de estar viva y sana, inquieta y fantasiosa”. Como su personaje en el comienzo de Arráncame la vida: “Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas”, lo mismo podría decir Mastretta, que declara de viva voz su deseo de cumplir los cien y seguir explicándolo todo.
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