De los indignados de España o los jóvenes que mayoritariamente protagonizan la Primavera Arabe a los militantes de La Cámpora en Argentina, la juventud irrumpió en los últimos años como un actor social repolitizado. Pero ¿hacia dónde van? ¿Cómo salir del dilema de lo efímero de la juventud y al mismo tiempo tener una agenda propia? Estas preguntas y varias más se planteó José Natanson en ¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política?, un libro que no envejecerá pronto, pero igual busca respuestas para cuestiones de absoluta actualidad.
› Por Natali Schejtman
Hiperconectados, mejor formados, pero más temerosos del desempleo como fantasma de época, criados en democracia (en el caso de los jóvenes argentinos)... Esas son, entre muchísimas otras, las características de los jóvenes que hoy están catalizando algunos cambios en el mundo. El periodista y politólogo José Natanson, director de Le Monde Diplomatique edición Cono Sur, abre el ojo y mira a esa franja misteriosa y atractiva de una manera ágil, completa y desprejuiciada.
La pregunta aparece en el mundo y especialmente en Argentina, donde aquel “que se vayan todos” parece haber virado en muchos casos hacia una revalorización del compromiso político con líderes identificables. Y ésa es la pregunta que se hace Natanson en su libro ¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política? De los indignados a La Cámpora, donde analiza los recientes movimientos de politización juvenil en el mundo y se detiene en el caso argentino. Con un marco de referencias heterogéneo, que va desde las académicas hasta letras de Los Beatles o Los Redondos, Natanson propone un análisis integral de la juventud en el que conviven los indicadores de empleo con las bandas de rock más populares y los números demográficos con las reivindicaciones de las minorías sexuales y el uso de redes sociales. En todo este retrato, aparece la vinculación generacional con la política, los partidos y los políticos. Claro que no es lo mismo acampar en la Puerta del Sol de Madrid que pelear contra Mubarak en Egipto.
Pero el libro es reflexivo para encontrar diferencias, puntas en común y próximos desafíos para los jóvenes politizados de la Argentina y el mundo.
Hay un estigma positivo y uno negativo con la juventud. ¿La repolitización de los jóvenes está atravesada por eso?
–Las generaciones no jóvenes quieren ser jóvenes porque eso es lo que les impone el mercado, la publicidad e incluso el estilo de vida de los tiempos modernos. Al mismo tiempo, el joven está marginado, es el protagonista de la inseguridad y demás. Pero los jóvenes cuando se repolitizan no se piensan a sí mismos. El joven repolitizado no está pensando el rol de la juventud. Esa es una diferencia importante con otras identidades que se politizan, como la mujer o las identidades étnicas o religiosas. Son identidades permanentes, y la identidad juvenil es por definición transitoria. Eso hace que el joven cuando se repolitiza no necesariamente se plantee como joven, y me parece que eso está bien, porque si no sería limitante.
¿Cómo se explica el pasaje de los jóvenes argentinos gritando “que se vayan todos” en el 2001 y hoy vueltos a la política con referentes nítidos como Cristina?
–Contra lo que habitualmente se dice, para mí la juventud kirchnerista no es un invento del Gobierno sino que es un proceso que empieza en los ’90, con algunos núcleos de resistencia dispersos contra el neoliberalismo como HIJOS, las organizaciones piqueteras o el Movimiento 501. El 2001 es un momento de mucha antipolítica, en el que paradójicamente se repolitiza un sector de la juventud. Creo que ese tipo de participación después se encuentra con el kirchnerismo, que viene de un lado completamente diferente y agarra ese movimiento, lo captura y lo relanza. Entonces es un movimiento desde abajo que luego es capturado y relanzado desde arriba, no un invento del poder. Y cuando lo relanza lo transforma en otra cosa. Por otro lado, no es lo mismo la juventud kirchnerista del 2003-2004 que la de 2008-2009, el período de reinvención del kirchnerismo en el que aparecen la ley de medios, el matrimonio igualitario... En ese momento se masifica y todo eso se hace visible cuando muere Kirchner, aunque venía de mucho antes.
A diferencia de lo que algunos suelen decir, en el libro ubicás a La Cámpora en línea con la Coordinadora alfonsinista más que con Montoneros. ¿Por qué?
–Yo digo que no tiene nada que ver con Montoneros porque vivimos en un tiempo en donde la violencia no es un recurso político, donde el juego político es democrático, donde hay pluralismo y que eso no tiene nada que ver con el contexto de los años ’70. Entonces para mí una comparación más pertinente es con la Coordinadora. Son los sujetos juveniles de dos movimientos en algún sentido comparables: el alfonsinismo y el kirchnerismo. Son movimientos progresistas, reformistas, que vienen de dos partidos tradicionales, UCR y PJ, y de años de hegemonía conservadora en esos partidos. Tienen liderazgos fuertes que se plantean no sólo hacer cambios estructurales sino también reformar las leyes que regulan las costumbres. La comparación con la Coordinadora me parece que es interesante en cuanto a lo que tiene de enseñanza. La Coordinadora fracasó porque no supo qué hacer cuando Alfonsín empezó a girar en materia de política económica y de derechos humanos, en la segunda mitad de su mandato. La Cámpora no tiene ese riesgo porque el kirchnerismo no se está derechizando como se derechizó Alfonsín.
¿Y cuáles son los desafíos a los que se enfrentaría puntualmente la juventud kirchnerista?
–Yo haría una analogía un poco psicoanalítica: para crecer, hay que matar simbólicamente al padre. La Coordinadora no logró matar simbólicamente a Alfonsín para trascender ese liderazgo y no veo cómo podría hacerlo la juventud kirchnerista con Cristina. El riesgo de La Cámpora es que estando en un lugar tan destacado del poder –como lo estaba la Coordinadora–, la burocracia y el Estado aplasten o neutralicen cualquier energía de voluntad de cambio, desafiante, que debería ser un aporte de la juventud kirchnerista al kirchnerismo. La Cámpora tiene un dilema complicado: se sienten obligados a funcionar como corazón ideológico de un gobierno que está sostenido en un entramado de alianzas que es muy heterogéneo. La Cámpora dice: “Nosotros somos el verdadero kirchnerismo”. El riesgo es que operando de esa forma se cancele cualquier posibilidad de salir de lo que dice el líder. Yo creo que de eso se sale con una agenda propia, agenda que no veo. En ese sentido me parece sintomático que el voto a los 16 años haya sido impulsado por Aníbal Fernández, que está más cerca de la jubilación que del centro de estudiantes, y no por la juventud kirchnerista.
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