No ficcion > No por nada, y tratando de mantener una línea de investigación sociológica dura, Eva Illouz advierte que Por qué duele el amor, un libro que viene llamando la atención en los distintos países donde se publica, no es un manual de autoayuda. Aun así resulta difícil que muchos lectores no lo consulten para medir las variables del amor en sus vidas, desde el sexo hasta los factores emocionales. Nacida en Marruecos, formada en París y actualmente profesora en la Universidad de Jerusalén, Illouz niega ser una gurú del amor y sostiene que éste depende de factores sociales y ambientales más que de la vida interior y las neurosis.
› Por Laura Galarza
Si la mujer de hoy no es Emma Bovary ni Anna Karenina, que arriesgaban todo por amor, ¿es Carrie Bradshow en Sex and de City? ¿Es Bridget Jones? Si el amor romántico de entonces hoy se convirtió en una mercancía que se ofrece mediante Internet, como “los platos de una mesa fría”, ¿qué forma tiene el amor en la modernidad? Este es el interrogante clave que recorre la socióloga Eva Illouz en su último libro, Por qué duele el amor, quien durante el mes de octubre estuvo en nuestro país para brindar una conferencia. En esa oportunidad, Illouz dio una entrevista donde rechazó la idea de ser “una gurú del amor”. “Yo nunca le digo a alguien lo que tiene que hacer”, respondió contundente esta ávida investigadora de la vida emocional nacida en Marruecos y formada en universidades de París, Pennsylvania y en la Hebrea de Jerusalén, donde hoy es profesora en el departamento de Sociología y Antropología.
En los primeros capítulos, Illouz reflota el romance en los siglos XVIII y XIX, tomando recortes de obras como Cumbres borrascosas, La edad de la inocencia y Madame Bovary, para recordar cómo en aquellos tiempos el amor estaba regido por normas claras y explícitas como el cortejo, el pedido de mano, la virginidad previa al matrimonio y los arreglos económicos entre familias. Cómo en esa época, sufrir por amor era un acto altruista, una ofrenda al otro que devenía en una elevación del carácter. Hacer frente a un amor no correspondido hacía más hombre al hombre y mejor mujer a la mujer. Hoy, plantea Illouz, si bien se avanzó en la conquista de la libertad individual y hombres y mujeres eligen con quién pasar la noche, están sometidos a otros órdenes, como las leyes de mercado y el consumo o la erotización de los vínculos sexuales, que de igual manera terminan condicionando el encuentro con el otro. “Para mí, el aspecto es un requisito básico, y no sólo la cara: tiene que tener cintura angosta, linda, con pechos redondos, vientre chato, mmmhh, y piernas largas”, dice Alan, un gerente de ventas de 52 años, uno de los entrevistados que conforman la muestra que toma Illouz para poder corroborar sus hipótesis. Illouz no sólo trabaja con entrevistas, sino que busca hacer coincidir sus ideas con materiales bien disímiles como artículos periodísticos, estudios académicos, blogs, foros, revistas femeninas, obras de ficción. También recortes de varios libros de autoayuda (un elemento risueño y curioso dentro del libro) como el manual Las reglas del juego, que en 1995 resultó un éxito en ventas y donde aconsejan a las mujeres cómo poner distancia de los hombres. “No mires a los hombres ni hables demasiado con ellos”, “no los llames y devuelve sus llamados de tarde en tarde”, “no aceptes ninguna cita para el sábado a partir del miércoles”.
Lo que se desprende sin mayores complejidades de la investigación de Illouz es que hoy enamorarse no es más la única fuente de felicidad. Como tampoco sufrir por desamor convierte a los hombres en héroes. En la cultura hedonista de hoy, sufrir es una pérdida de tiempo y enamorarse, un obstáculo para la “realización personal” y una amenaza a ciertas libertades. “Si puedes mantener una aventura con una mujer mayor que tenga hijos en la universidad, disfrútala. Si no los tiene, corta la relación antes de que sea muy tarde. Pisándole los talones al ultimátum para casarse llegará el ultimátum para tener hijos”, aconseja un hombre a través de un foro, definiendo lo que Illouz llama el “miedo abúlico al compromiso” o “el desapego masculino”, al que le opone “el deseo femenino del apego” y la “sobreoferta femenina”: “Cuando conozco a un hombre nuevo, después de un segundo o tercer encuentro, es increíble, pero ya empiezo a imaginarme la boda, el vestido, las invitaciones, todos los clichés. A veces me pasa hasta unos minutos antes de conocerlo”, dice Bettina, una traductora de 37 años, contribuyendo a la causa.
El libro aclara desde la tapa su postura sociológica: la conducta de los sujetos está condicionada por fuerzas sociales, a diferencia de la psicología, que remite el origen a la interioridad. Sin embargo, esto no queda para Illouz en un planteo de diferencia de objetos de estudio. En sus obras anteriores traducidas al español, Intimidades congeladas (2007), El consumo de la utopía romántica (2009) y La salvación del alma moderna (2010), le apunta al mundo de la psicología. En una entrevista describe la neurosis creada por el psicoanálisis como “una gigantesca operación de marketing sanitario”. “Si te enamoras de una chica, pero no te conviene, tienes un conflicto y tal vez una neurosis; o si te peleas con tu padre o los vecinos o con tu perro, tienes conflictos y eres un neurótico.” Illouz quita la lupa de los complejos infantiles: los fracasos de la vida amorosa no se deben a una debilidad psíquica, sino a un orden institucional diferente. Pasan por el libro recortes de Kant, Descartes, Sartre, Hannah Arendt, Nietzsche, Kierkegaard, Shakespeare, Mark Twain, Coetzee. Todos ayudan a Illouz a concluir que diferentes fuerzas sociales son las que conspiran contra el romance.
Ahora bien, desde voces autorizadas como la de Lacan, que ya dijera que “no hay relación sexual”, hasta otras como aquel famoso libro Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, de John Gray, se sabe que el amor es desencuentro. ¿Aporta algo nuevo la visión de Illouz? Por qué duele el amor transita una delgada línea que obliga a su autora a cerrar el libro con un epílogo donde responde a las supuestas objeciones que pudiera tener una “lectura crítica” y explica que si bien su libro tiene como objetivo “calmar el dolor”, no es un libro de autoayuda. A lo que el lector podría responder sumándose a la afirmación de Jonathan Franzen que la misma Illouz cita en las últimas páginas: “Vivir una vida entera sin dolor es no haber vivido”.
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