Domingo, 3 de febrero de 2013 | Hoy
No Ficción > En las primeras décadas del siglo XX se resolverían dramáticamente las dos caras de la libertad y de las condiciones de trabajo. Claro que la perspectiva cambiaría drásticamente si se tratara del punto de vista obrero o del patronal. Patrones y obreros, de la historiadora María Ester Rapalo, viene a revelar y aportar novedosas fuentes sobre la actuación de capitalistas y empresarios bajo el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Una ocasión para revisar un tiempo de lucha y también de reacción, muchas veces bajo la más violenta represión directa.
Por Gabriel D. Lerman
La formación de grupos de choque que rompieran huelgas o, bajo el eufemismo de garantizar la “libertad de trabajo”, la creación de sociedades protectoras del trabajo y de los Círculos de Obreros Católicos, entre otros instrumentos, fue la respuesta de la clase propietaria, del capital, a los reclamos crecientes de mejoras, paradójicamente en las “condiciones de trabajo”, que exigían obreros, empleados y trabajadores organizados en general desde fines del siglo XIX. Ley de residencia de 1902 con deportaciones, la represión directa de las divisiones de Policía y el desconocimiento del Estado como un espacio de resolución o arbitrio del conflicto social, fueron el modo cerrado y disciplinador en que las fuerzas económicas, al patrocinar un régimen político oligárquico, actuaron de manera relativamente homogénea, al menos hasta 1916. La pregunta es qué ocurrió con el mundo del trabajo y los sindicatos a partir del ascenso de Yrigoyen y el radicalismo al poder, y qué hicieron, como contraparte, los patrones.
Lo primero se ha trabajado largamente, sobre todo en el arco de estudios que va desde el anarquismo con su producción letrada, sindical y militante, con su prensa y sus difusores, hasta el socialismo, también con sus escritores políticos, sus organizaciones mutuales, literarias y sus teóricos. Se ha recuperado por años, de ese modo, la densidad de una trama cultural y social rica en formas de organización que, en tanto luchaban por la construcción del socialismo o contra amos, dioses y patrones, paliaban, contrarrestaban o incluso conseguían logros políticos intensos. Centrales son, para la construcción de una tradición popular y de izquierdas en la Argentina, los estudios y los relatos sobre la Semana Trágica de 1919, los fusilamientos de la Patagonia en 1921, que jalonan una amplia hendidura en los estudios sociales que se remonta al Club Vorwärts o Unidos adelante fundado el 1º de mayo de 1882, al informe del catalán Bialet Massé, a los sucesos de la huelga de los inquilinos en 1907. Por el lado del radicalismo, sin embargo, el problema del poder estuvo centralmente ubicado en la ampliación de los derechos políticos y en la incorporación al Estado de capas medias que participaban del modelo agroexportador, medular del proceso económico argentino, y la formación de sus instituciones de gobierno.
El libro Patrones y obreros. La ofensiva de la clase propietaria 1918-1930, de la historiadora María Ester Rapalo, viene a colocar sobre la mesa una serie de evidencias que podrían abrir un espacio de reflexión de alto interés en el tema, dado que se ocupa, contra ciertos lugares comunes, de la política que adoptan los capitalistas y los empresarios tras la llegada al gobierno de Hipólito Yrigoyen. Decimos que abre un espacio novedoso, ya que permite observar un conjunto de sucesos y organizaciones que salen al ruedo, en respuesta a una tímida búsqueda del primer gobierno electo democráticamente por la resolución de ciertos conflictos. Dice Rapalo: “Durante 1917 y 1918, la resistencia patronal a negociar con los grandes sindicatos del transporte marítimo y ferroviario y el rechazo rotundo a una negociación institucionalizada por medio de la intervención del Departamento Nacional del Trabajo propiciaron huelgas que obstruyeron el núcleo de las actividades económicas ligadas a la agroexportación. La reacción del presidente Yrigoyen fue arbitrar en buena parte de estos conflictos, expidiéndose a favor de los huelguistas”. Y, agrega Rapalo que, como novedad en la función tradicional del Estado, se negó a reprimir o a utilizar a la policía para romper huelgas o suministrar reemplazos de los huelguistas en sus puestos de trabajo.
La respuesta de la patronal fue la creación de la Asociación del Trabajo, entidad que cubrirá el período hasta 1932, y que sirvió para contrarrestar lo que sus ideólogos, dirigentes y operadores veían como los efectos inmediatos de la pérdida del control político del Estado por parte de las clases altas. Su actuación fue insistente, profusa y de larga intervención. Emparentada con la futura Liga Patriótica, Joaquín de Anchorena y Atilio Dell’Oro Maini fueron sus líderes excluyentes desplegando acciones en todo el país, tanto en la formación de Centros Patronales que asegurasen la “libertad de trabajo” y reclutaran mano de obra rompehuelga, como en la asesoría legal a empresas, comercios y al propio Estado según el caso, para impedir la sindicalización, enjuiciar luchadores y, sobre todo, obstruir el avance de la legislación obrera en las instancias legislativas, políticas y judiciales. El 5 de agosto de 1926, el entonces diputado nacional Francisco Pérez Leirós, histórico dirigente sindical socialista, fundador de la Unión de Obreros Municipales, dijo en la Comisión de Legislación Laboral: “Las organizaciones patronales (...) tienen a su servicio personalidades destacadas e influyentes, que son los primeros en golpear a nuestras puertas para hacer pesar toda su influencia en el sentido de que estas leyes no salgan del Congreso”.
Una delgada línea dramática pareciera indicar que, en el período en que Alvear ocupa la presidencia, la distancia entre la Asociación del Trabajo y el gobierno se acorta, y que regresan fuertemente los planteos xenófobos y temerarios a medida que se vislumbra el regreso de Yrigoyen al poder. Desde las páginas de sus órganos, los empresarios enfatizan el peligro comunista, critican la falta de valores occidentales y cristianos y ponen en duda la vocación patriótica del gobierno, en línea con una identificación nacional forzada y clasista. Los efectos la organización patronal son devastadores, y es aquí donde se reaviva la polémica con el radicalismo. La temprana reacción oligárquica, revela el libro de Rapalo, prefiguró una educación rápida del gobierno popular, ya que apenas al año de formada la AT se produjo en Buenos Aires la tristemente célebre Semana Trágica.
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