Cuando en 2011 se cumplieron cincuenta años de su muerte, Louis-Ferdinand Céline quedaría finalmente excluido de los festejos nacionales que Francia les dedica a sus artistas, escritores e intelectuales. Las heridas por su antisemitismo no terminaron de cerrar. Este año, de todos modos, seguirá siendo objeto de biografías y ensayos que vuelven una y otra vez sobre su genio literario y su mal genio humano. En Argentina acaba de publicarse el Céline de Philippe Sollers, donde se reúnen los textos que el novelista e intelectual de Tel Quel le dedicara a lo largo de cuarenta años. Desde París, Sollers habla sobre su libro y los desafíos que el más grande de los malditos franceses sigue provocando en la cultura de su país.
› Por Juan Pablo Bertazza
El 21 de enero de 2011, cuando el por entonces ministro de Cultura Frédéric Mitterand retiró el nombre de Céline de los festejos nacionales de ese año, la historia y la histeria volvían a repetirse. Porque no fue esa la primera vez que, tras amagar con dárselo, terminaban dejando a Céline sin ningún tipo de reconocimiento oficial: en marzo de 1987 la municipalidad de Montpon-Ménestérol inició los trámites para la creación de la calle Louis-Ferdinand Céline, pero debió renunciar inmediatamente a su propósito por la férrea resistencia de un comité de ex combatientes. En 1985 se había intentado poner una placa en la fachada de su célebre departamento en la calle Girardon, donde Céline vivió durante la guerra, pero luego de un primer acuerdo sobrevino el rechazo de la prefectura de París. En 1992, un nuevo intento: el boletín celiniano solicita que se nombre monumento histórico a su última casa en Meudon, locación de muchísimas escenas literarias de sus libros Rigodón y De un castillo a otro, pero el pedido también fue desestimado, en este caso, por intercesión de la Dirección general de asuntos culturales. Por último, en 2010 se intentó poner una placa conmemorativa en la casa que ocupó el escritor en Génova, pero también quedó sin efecto luego de que el propietario del inmueble recibiera una serie de amenazas anónimas.
Cuando llegó el 2011 muchos pensaron que la historia no se volvería a repetir. Todo estaba encaminado, de hecho, para el homenaje nacional por el cincuentenario de su muerte. Hasta que la Asociación de hijos e hijas de judíos deportados en Francia pidió que la celebración quedara sin efecto a causa de su antisemitismo furibundo. Mitterand escuchó el reclamo, releyó uno de los tres panfletos en cuestión, Bagatelas para una masacre, y expresó su veredicto: “no caben dudas”.
“Te puede gustar Céline sin ser antisemita, como te puede gustar Proust sin ser homosexual” dijo en alguna oportunidad Sarkozy sobre Céline. Y, alcoyana, alcoyana, la otra fanática era Carla Bruni, pero Bruni antes de conocer a quien sería su futuro esposo. De hecho, hace muchos años la cantante le pidió a un amigo novelista que le presentara a Lucette Destouches, la viuda de Céline que, con cien años de edad y plena de proyectos de reediciones, vive aún en la célebre casa de Meudon, una apacible comuna ubicada en la periferia sudoeste de París.
Uno de los grandes enigmas tiene que ver, entonces, con tratar de explicar su brote antisemita luego de la escritura de dos notables novelas que no dejaban aflorar (casi) ningún rasgo de racismo: Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito. Una teoría aduce que el joven Louis Destouches, nacido el mismo año en que se destapó el escándalo Dreyfus, vivió su niñez y adolescencia en un mundo donde predominaban los pequeños comerciantes antisemitas. La otra teoría, que no excluye ese tufo familiar antisemita, puntualiza algunos acontecimientos fundamentales en los que convergen la decepción amorosa y el resentimiento literario: en 1934, en un viaje a Estados Unidos, Céline descubre que el gran amor de su vida, la bailarina Elizabeth Craig (a quien le dedica Viaje al fin de la noche), lo abandonó por un tal Ben Tankel, hijo de una familia de inmigrantes judíos rusos. Por otro lado, la recepción crítica de Muerte a crédito fue mucho menor a sus expectativas: “son todos sucios tontos y judíos”, lanzaba Céline en las primeras páginas de Bagatelas, acreditando la idea de que el fracaso relativo de su novela y el nacimiento de su antisemitismo podrían estar ligados. De hecho, Muerte a crédito apareció en las librerías el 12 de mayo de 1936, una semana después de la asunción al poder de León Blum, cuyas reformas en importantes avances sociales hicieron que hoy sea considerado una de las grandes figuras del socialismo francés.
A pesar de todo eso, Céline es uno de los grandes genios literarios del siglo XX, en Francia sólo comparable con Proust. Artífice de una verdadera revolución copernicana en el lenguaje y el estilo, Céline empleó muchas veces la imagen del bastón en el agua para explicar su singular poética: “para que un bastón parezca recto en el agua y poder evitar la refracción de la luz solo hay que torcerlo bajo el agua”. Ese era su poderoso método: retorcer el lenguaje hablado para poder imprimirle una emoción fluida en el escrito.
Rebautizado Céline en homenaje a su madre y su abuela materna, Louis Destouches ejerció de médico, viajó y tuvo que exilarse a lo largo del mundo cuando lo acusaron de cómplice de la ocupación alemana en Francia. Ante cada visita al tribunal, se presentaba diciendo que era “una víctima de una especie de affaire Dreyfus al revés”. Antes de eso, combatió en la Primera Guerra Mundial dejándole heridas y secuelas que lo acompañarían hasta su muerte.
Vida compleja y transversal dentro de los escritores polifacéticos, las anécdotas de Céline parecen no tener fin, acaso porque participó de todos los dramas del siglo veinte y, al mismo tiempo, su obra es fuertemente autobiográfica: fue utilizado como bandera para unas elecciones municipales celebradas en 1953 en Meudon, de hecho, en uno de los afiches se lo define a Céline como “escritor hitleriano y pornográfico, y amigo íntimo de muchos nazis”, además de ponerlo a la misma altura de un antiguo ministro del lugar, Fernand de Brinon, y de un alto jerarca nazi, Otto Abetz. Por otro lado, a pesar de que su obra nunca se llevó bien con el cine, Céline apareció en una película del período entreguerras llamada Tovaritch, un film de 1935 del célebre director teatral Jacques Deval, quien lo habría tentado para hacer una versión hollywoodense de Viaje al fin de la noche. Céline aparece algunos segundos durante las primeras escenas del film, donde lo vemos pasar por un almacén, y sólo pronuncia una frase: “Au revoir, monsieur”.
Una buena modalidad para evaluar la importancia y complejidad de una personalidad histórica es indagar en la cantidad de biografías y libros escritos al respecto. Los de Céline, además de ser múltiples, no paran de salir. Entre los más destacados se cuenta la flamante biografía Céline de Henri Godard, la publicación de Cartas a la Nouvelle Revue Francaise, con prefacio de Philippe Sollers precisamente, donde Céline se muestra cruel, divertido, intransigente. Y hasta un monumental libro de más de mil páginas llamado De un Céline a otro, cuyo autor, David Alliot, desencantado con las formas convencionales de realizar una biografía, se propuso nada menos que recopilar todo lo que alguna vez se dijo sobre el escritor en un verdadero caleidoscopio de testimonios en los que conviven su viuda, sus compañeros de regimiento, escritores, amigos de la última hora y todos quienes lo conocieron.
En los próximos meses, aparecerá en Francia El Caso Céline, los archivos daneses, de Francois Marchetti y Heinz Frellezen, investigación en la que se incluirá el documento correspondiente al proceso verbal de arresto de Céline el 17 de diciembre de 1945 (rescatado del Ministerio de Justicia de Dinamarca), un dramático episodio que le valdría un año y medio en prisión, y revela que el escritor estaba armado con un revólver y también sospechado de haber practicado abortos clandestinos.
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