Domingo, 17 de febrero de 2013 | Hoy
Tao Lin vive en Nueva York y es uno de los exponentes, quizás el más promocionado, del movimiento Alt Lit: una forma de reproducir y al mismo tiempo representar las escrituras digitales. Lo cierto es que detrás de cierta parafernalia de Internet y redes sociales anidan el viejo minimalismo, la angustia existencial, aunque de tonalidades más leves, y un humor propio del teatro del absurdo.
Por Fernando Krapp
Hoy día, las viejas formas analógicas de reunirse en un bar, discutir enardecidamente ideas estéticas fumando un cigarrillo tras otro, buscar un escritor faro contra quien rebelarse y a quien dirigirle insultos, plantear manifiestos con más oraciones unimembres que párrafos, sacar no más de dos números de una revista literaria, son rituales casi de cortesía que han mudado en apariencia su estantería a las pantallas plasma vía Twitter, Facebook, Vimeo, Tumblr, Flickr, y la mar en coche. Existe entre toda esa mermelada dietética de las redes sociales un movimiento norteamericano llamado Alt Lit, léase Alternative Literature, cuyo nombre no sólo hace referencia a la traducción directa de los términos, sino que también pareciera simular el botón del teclado Alt+, ese que manda señales alternativas a las teclas dominantes, aunque uno no sabe bien para qué sirve ni cómo.
Bien, ¿qué es eso de la Alt Lit? Aparentemente estuvo dando mucha tela a las revistas literarias norteamericanas del momento, ardientes en deseo de novedades, aunque no es más que un grupo de chicos intentando hacer literatura en conjunto. Uno de sus miembros define a la Alt Lit así: “La idea de una persona viviendo una vida literaria estaba muerta. Dave Eggers, Franzen, Foster Wallace no estaban viviendo literariamente. Eran más bien como profesores. La vida literaria se trata de vivir; como Rimbaud, Whitman, Celine, Bukowski”. Es decir, restituir la vitalidad a un arte que en apariencia parece domesticado por las especulaciones literarias de la burguesía o la intelligentsia dominante.
¿Los escritores de la Alt Lit? Ahí van: Noah Cicero, Frank Hinton, Sam Pink, Guillaume Morissette, xTx (así como suena), Lucy K Shaw, Megan Boyle, entre otros igual de desconocidos. Todos relativamente jóvenes aunados por las fascinaciones digitales y que parecen desechar la idea de publicar en papel, sin dejar de mirar a ese formato con la esquina de los ojos. Entre todos ellos hay un nombre que nos llegó hace unos años: un narrador, poeta, cineasta, performer, nacido en 1983, oriundo de Virginia, con ascendencia taiwanesa, llamado Tao Lin. Aparentemente, uno de los formadores del movimiento con más seguidores en Twitter, que comenzó escribiendo para el formato blog, continuó haciendo dibujos en Paint, intervino Nueva York con la cara de Britney Spears y se consolidó con demás actitudes que lo convirtieron en artista performático, multitask, “portavoz” de la generación indie, etcétera. Su novela Richard Yates arribó a las desconectadas costas del Plata por la editorial Alpha Decay, y no era precisamente una biografía. Según su autor, ese título es así porque sí, como cuando se escribe un mail y después no se sabe qué poner en el “asunto”, entonces va lo primero que se te ocurre.
Ahora, la joven editorial argentina Dakota incluyó en su igualmente joven catálogo un libro de Tao Lin con un nombre que parece un cuento corto: hoy el cielo está azul, con manchas azul brillante y una luna pálida y pequeña y voy a destruir nuestra relación hoy, que tiene amplias resonancias con el libro de su compañera de batalla Megan Boyle, también recientemente traducido por Dakota, con un título igual de largo: Antología de entradas inéditas del blog de un empleado mexicano de Panda Express. En todos los cuentos, Tao Lin echa mano a los procedimientos clásicos del teatro del absurdo de Ionesco y les pega una leída rápida a las dramatículas y cuentos cortos de Samuel Beckett, para pasarles finalmente el tamiz de las entradas de blogs: pocos caracteres, escritura simple y visual, de lectura rápida, sin principio y sin final, minimalista por conveniencia, como una entrada de diario con la idea previa de crear un personaje sobre quien escribe y no a la inversa.
Las situaciones desarrolladas son absurdas, con cierto toque de humorismo desencantado. Sus personajes, casi todos jóvenes abúlicos, tristones y apesadumbrados por la mera existencia, atascados en una ridícula carencia, con el deseo congelado al lado de unas milanesas de soja en el freezer de un supermercado, desacreditan el peso dramático de lo que les pasa tergiversando las situaciones de acuerdo con su propia percepción; un secuestro se convierte en una situación de enredo familiar; un chico pelea con su madre y termina viajando sin quererlo ni buscarlo a Taipei; otro chico es arrojado al mar por su hermano y termina criado por delfines; otro chico tiene serios problemas personales con una pared; una rama en el jardín deriva en una inverosímil metáfora sobre el matrimonio. En definitiva, los personajes de Lin esperan a Godot no para recibir una explicación sobre la existencia ni para alivianar el peso de la angustia de todo el siglo XX, sino para que les arregle la conexión a Internet.
Más allá del bombeo publicitario que hubo en Estados Unidos, algo que no se le puede reprochar a Tao Lin, Megan Boyle y a los muchachos de la Alt Lit, es la búsqueda frenética por entender los procesos de escritura digital, e intentar procedimientos literarios que no sólo parecen mucho más acordes a las nuevas plataformas de circulación, sino que dicen algo sobre la forma que tenemos de relacionarnos hoy en día los unos con los otros, donde la vida cotidiana tiene cierto retrogusto a absurdo, y la depresión y la angustia son formas erráticas y fugaces de estar felices.
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