Domingo, 24 de febrero de 2013 | Hoy
En un solo volumen se reúnen tres novelas en las que Jaime Bayly viene redondeando la figura de un escritor asesino. Condenado por una enfermedad a no más de seis meses de vida, Javier Garcés decide liquidar en Lima, Santiago y Buenos Aires (escenario de Escupirán sobre mi tumba, la última entrega de la trilogía) a quienes le han hecho mal, sobre todo en el mundo editorial y el de la televisión. Y cuando todo amenaza con convertirse en un egomaníaco ejercicio a lo Bayly, aparece el personaje de Alma Rossi y se roba el corazón del escritor y los lectores.
Por Juan Pablo Bertazza
“Otro que me interesa y que no suele ser muy tomado en serio es Jaime Bayly.” Esa fue, acaso, la frase más incómoda que lanzó en una entrevista a este suplemento el joven Celso Lunghi, ganador de la segunda edición del premio de Nueva Novela de Página/12. Ese “otro” alude a una obra que parece salir prolífica de alguien que no parece un escritor. Pero Bayly, sí, debería ser tomado –y tomarse más en serio él– como escritor.
Escrita entre 2010 y 2012, con alguna inspiración en Millenium de Stieg Larsson, Morirás mañana es una trilogía compuesta por las novelas El escritor sale a matar, El misterio de Alma Rossi y la flamante Escupirán sobre mi tumba. Y, al mismo tiempo que consolida el reestreno de su heterosexualidad, felizmente unido a la joven escritora Silvia Núñez del Arco, el trabajo de más largo aliento del francotirador peruano acaba de ser publicado, en un único volumen, en nuestro país.
Javier Garcés es autor de tres novelas muy exitosas en ventas y muy resistidas por la crítica: Pajas, Coños, y Tetas; un canalla sentimental incorregible, un confeso hijo de puta hacedor de frases como “lo que me estorba es tratar en vano de ser una buena persona. Yo he nacido para encontrar belleza en la maldad, elegancia en el rencor y pureza artística en la venganza”. Otro clarísimo alter ego de Jaime Bayly que, en este caso, también se permite opinar sobre el campo literario, expresando, por ejemplo, que “Roberto Bolaño está sobrevalorado” o que “Isabel Allende no merece tantos golpes”.
Luego de detectarle un tumor cerebral, su médico de cabecera le comunica que le quedan, a lo sumo, seis meses de vida. Garcés decide, entonces, no perder el tiempo y aprovechar ese (nunca mejor dicho) deadline para cumplir una misión altruista: matar a todos los hijos de puta que alguna vez lo perjudicaron, denigraron, injuriaron, agravaron o simplemente lograron fastidiarlo con su sola presencia. Críticos literarios que sistemáticamente, y con dedicación de orfebre, se cargaron sus libros; escritores ancianos cuyo voto le impide a Garcés alzarse con un premio tan prestigioso como abundante (clara referencia a Juan Marsé, quien renunció al jurado y declaró públicamente su furioso desacuerdo con que la novela Y de repente, un ángel quedara finalista del premio Planeta), editores periodísticos que dejan de publicar, gradualmente, sus columnas hasta hacer que desaparezcan del todo y editores literarios que, sin derecho, se quedan con todos los derechos de las obras; ejecutivos de televisión que lo utilizan sin asco para grabar pilotos de programas que luego tendrán un conductor más barato y hasta la dueña de una reconocida cadena de librerías argentinas que, tras intentar seducirlo, saca de exposición todos los libros de Garcés por puro despecho.
Envalentonado por las paupérrimas pericias policiales, incapaces siquiera de instalarlo como sospechoso de los crímenes cometidos, Garcés empieza a tomarle el gustito al asunto, encuentra un goce estético y hasta una sensación de justicia al redimir al mundo de semejantes parias. Una adictiva sucesión de sangre fría cuya acumulación, acaso, tenga también como objetivo prorrogar su suicidio. En un homicida viaje iniciático a lo largo de Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires (ciudad donde transcurre la última entrega), Garcés deja un saldo escalofriante de catorce víctimas fatales más otras dos en cuya muerte tiene responsabilidad indirecta.
Y en esa potente y suma legibilidad de los libros de Bayly, parte de su marca registrada, hay algo de lógica de videojuego, de superación de niveles, en la dificultad escalonada a la hora de planear los crímenes: desde los más sencillos en Lima (dada la impericia total de la policía peruana, según los conceptos de Bayly) hasta la extrema dificultad de terminar con un ultracustodiado periodista y showman argentino a quien Garcés intentará matar a toda costa, ya que relacionó su consumo de drogas con el reciente suicidio de una diva argentina.
Parece mentira pero ese cruce que tan bien ejerce entre realidad y ficción le valió a Bayly el hecho de que quienes lo entrevistaron con motivo de este libro no pudieran dejar de hacer referencia a la posibilidad de resultar asesinados por el escritor, pensando acaso más de una vez cada pregunta. Una broma sí, pero una broma (las entrevistas pueden verse en YouTube) que se estira más de la cuenta, una broma que se enuncia, acaso, con el ceño fruncido y un exceso de latidos.
Tal como lo había hecho en sus primeras novelas, sacando los trapitos al sol de su aristocrática y conservadora familia, funciona en Morirás mañana un verdadero ventilador de miserias acerca del campo de la industria cultural de buena parte de la región, incluyendo por supuesto el mundo del entretenimiento y la televisión, con rasgos claros y nombres fácilmente codificables que, en todo caso, el odioso Bayly prometió revelar ante cualquier duda.
Claro que, entre tantas cadáveres y crímenes perfectos, hay alguien que se resistirá hasta las últimas consecuencia a engrosar la lista de víctimas fatales, la famosa figurita difícil por todo lo que representa para Javier Garcés: Alma Rossi, la mujer de su vida y de su muerte, la mujer que lo vuelve loco por el arte poética que subyace en su insuperable práctica de sexo oral y, al mismo tiempo, la mujer que nunca se dejó penetrar ni por él ni por nadie. Es notable lo que significa Alma Rossi para esta obra y para la carrera literaria de Bayly, y resulta estremecedora la conclusión entre mórbida y sensible del final del libro, ese verdadero golpe maestro, esa buena traición de mujer: por primera vez otro personaje resulta más importante que la interminable lista de sus alter egos. Libremente basada en Lisbeth Salander, la heroína absoluta de Millenium, Alma Rossi es el personaje más logrado de Bayly: femme fatale frágil y peligrosa, invencible, encantadora y, sobre todo, incapaz de predecir, cuenta en su haber con el asesinato de su propia madre (con la que tenía una relación mucho más sana que con su incestuoso padre), una de esas mujeres contadas con los dedos de la mano cuyo involuntario poder de seducción es incomparablemente mayor a su nivel de cordura y estabilidad. En ese unánime triunfo del personaje de Alma Rossi sobre el de Javier Garcés radica una de las claves para aquellos que, como el joven ganador del premio Página/12, consideran que la literatura de Jaime Bayly es importante. Porque ese francotirador egoísta, caprichoso, absurdo, irresistible, hedonista y carente de sustento en la mayoría de sus intervenciones políticas (su ignorante obsesión por el peronismo, con la que vuelve a la carga en este libro, es más risible que irritante) es capaz de enhebrar una literatura eficaz, vertiginosa y de un indudable vuelo poético.
Morirás mañana incluye un epígrafe de Borges que sentencia: “El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que él cree justa, no tiene culpa”. Y es verdad que en materia de literatura todo depende del punto de vista: Bayly no es un fantoche mediático que, cada tanto, escribe. Bayly es un escritor exquisito que roba inspiración de cada una de sus esporádicas fantochadas.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.