Dom 24.02.2013
libros

El best seller de la Guardia Civil

Casos> El último ganador del Premio Planeta de España 2012, Lorenzo Silva, es un autor reconocido en el ámbito de la novela negra. Con la saga de los detectives Bevilacqua & Chamorro no sólo se convirtió en el autor favorito de la Guardia Civil, sino que se alzó con el galardón que con o sin crisis otorga 600.000 mil euros. Homenajes a Pepe Carvalho y agenda de actualidad convergen en La marca del meridiano, aunque se trate de una incursión más bien leve en la crisis europea.

› Por Laura Galarza

El muerto cuelga de un puente en un descampado, sin rastros de equimosis alrededor del cuello. Para cualquier lector de policiales entrenado, pan comido: lo mataron, después lo colgaron. El cuerpo tiene marcas de haber sido torturado con una plancha. El caso queda en manos de Bevilacqua y Chamorro, la pareja de guardias civiles fetiche de la saga que Lorenzo Silva, flamante ganador del Premio Planeta 2012 con La marca del meridiano, viene escribiendo desde hace quince años y siete títulos. Silva dejó de trabajar como abogado para Arthur Andersen en el 2002 donde, dice, sólo tenía el tiempo del verano para escribir, así que la primera novela de Bevilacqua-Chamorro, El lejano país de los estanques, la escribió en un mes y con ella ganó el premio Ojo crítico 1998. Después le siguió El alquimista impacien-te, también escrita en unas vacaciones y con la que obtuvo el Nadal 2000 y vendió 200.000 ejemplares. Desde entonces y por más que Silva cuente en su haber con más de cuarenta títulos entre novelas, relatos, ensayos y literatura infanto-juvenil, el nombre de este madrileño nacido en 1966 quedó pegado para siempre al policial. Desde 2008 es el comisario del Festival Getafe Negro y se ha vuelto –dicen– un experto en la Guardia Civil. A ella dedicó el ensayo Sereno en el peligro (Premio Algaba 2010) y hace dos años le otorgaron el título de Guardia Civil Honorífico por su contribución a la imagen del cuerpo. Dentro de la Guardia, Silva cuenta con acérrimos seguidores que, además de leerlo, no se pierden ninguna de sus presentaciones y hasta suelen hacerle alguna objeción o darle algún consejo.

La marca del meridiano. Lorenzo Silva Planeta 399 páginas

Ahora bien, el muerto que plantan en La marca del meridiano es de la propia brigada. Se trata del subteniente Robles, jubilado y antiguo maestro de Bevilacqua o “Vila” para los amigos, y para los que no aciertan al pronunciar su apellido. Esto llevará al sargento, que además es uruguayo de origen (“sudaca”), a encontrarse con un pasado algo oscuro de su compañero que también de rebote lo confrontará con sus propios dobleces y le hará tambalear –un poco, no más– el tablero donde siempre está claro quiénes son los héroes y quiénes los villanos. A eso alude la “marca del meridiano” que, cada vez durante la resolución del caso, Bevilacqua cruza al trasladarse entre Madrid y Barcelona. Sobre la autopista se indica que por allí pasa el Meridiano de Greenwich, una línea imaginaria con la que Silva aprovecha para representar la tensión política entre Cataluña y España, el presente y pasado del investigador, y ese límite que no debe cruzarse. “Ahora ya sabes por qué no cruzo la raya, Juan. Porque la crucé una vez y, como dice el dicho, la cagué con ventanas a la calle”.

El poli siglo veintiuno de Silva es un poli que piensa. Al que le suena su celular con música de Freddy Mercury. Que cita a Kafka, a Houellebecq y como se licenció en psicología entiende Tótem y Tabú y es capaz de autointerpretarse: “Ella era un sueño. Lo que había soñado toda mi vida o, si me pongo psicoanalítico, la encarnación perfecta de mi fantasma lacaniano”. Esto le dice Vila a su compañera Chamorro en una noche de confesión, donde ella cruza a la habitación de él y entonces Vila le cuenta de un viejo amor que pudo haberlo hecho cruzar la raya. Esa escena de la pareja de policías es de las más humanas que se encuentran en la novela y en la que claro, como lo exige el género, ellos tampoco cruzan la raya: se seducen pero no concretan. Cómo no recordar en este sentido a la bella Emma Peel despidiéndose de John Steed con un beso en la comisura de los labios en el legendario capítulo “No me olvides” de Los vengadores. De todas maneras, la Chamorro de Vila no es lo que Emma a John. El la trata como una subalterna, nunca tiene escenas protagónicas y como estrategia narrativa, Silva la utiliza para que Vila vaya explicando sus tesis policiales o para llorar en su hombro y volverlo así un poli sensiblero que escucha a Serrat y a Bisbal en su auto.

Lorenzo Silva escribe un policial de pura trama detectivesca que reflexiona acerca del mal del mundo sin profundizar, y con apenas algunas pinceladas de vida común y subjetividad (encuentros que duran un par de páginas con su hijo adolescente o con su viejo amor). Sumado al uso del coloquial (a los ya acostumbrados “puñetero” y “gilipollas”, el lector argentino puede llegar a toparse con un “En-cajé impertérrito la parrafada”), hace que en el balance final, las lágrimas del sargento no alcancen a empañar los ojos.

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