Domingo, 10 de marzo de 2013 | Hoy
Con su debut en una editorial independiente a los 65 años, la santafesina Ana Cerri logra en los cuentos de Límite Oeste un universo lírico y cercano, hecho de miedos y soledades, que se alimenta de la infancia y el pueblo chico. Y que, al mismo tiempo, constituye una plataforma de lanzamiento hacia lo trascendente.
Por Laura Galarza
Fue Diana Bellessi quien le insistió para que publicara sus cuentos a Ana Cerri. En el último, “Límite Oeste”, que da nombre al libro, dos niñas se hacen amigas en la adversidad. Una de ellas, la protagonista, va con su padre a ver a una curandera: “Mi panza era el Paraná arrastrando camalotes”, dice la niña que cuenta. Cuando llegan al lugar, hay otra que espera mientras curan a su yegua porque “no tenía fuerzas para nada”. Las niñas empiezan a hablar a través de la ventanilla de la camioneta, así como hacen los niños aunque recién se conocen: hablan de lo importante. “Escribir versos es lo que más me gusta y cuando sea grande es lo único que voy a hacer: escribir versos”, le dice Diana, la que espera. “Si ella puede, también yo tengo que poder”, se dice la protagonista sobre el final mientras escribe una poesía y la mete en un sobre para mandársela a su amiga. Estas dos niñas no son otras que Diana Bellessi y la misma Ana Cerri.
“Cualquiera que haya sobrevivido a la infancia tiene información sobre la vida para el resto de sus días”, ha dicho la enorme cuentista norteamericana Flannery O’Connor. Y los cuentos de Cerri fermentan dentro de los límites de la infancia, además de los de pueblo y provincia. Límite que, paradójicamente, es una plataforma de lanzamiento a lo que será determinante. Quizá porque como le dice en el cuento “Corona de espinas” Sor Sepulcro a Diomira, la niña que se cría en un convento: “Lo que el alma no cuenta se descarga malamente en el cuerpo”.
Cerri nació en Rosario el 30 de octubre de 1947, pero creció –al igual que Bellessi– en un pueblo, Soldini, a 14 km de la ciudad, en el límite oeste de la provincia de Santa Fe. No se sabe mucho más de la autora: que es licenciada en Periodismo y Ciencias de la Información. Pero también – rebuscando– que estudió Teología, fue monja durante 12 años y dirigió un psiquiátrico en San Fernando.
Por la época en que Cerri fue a vivir a Soldini, según consta en la página de la Comuna, “estaba en ejecución el acceso pavimentado” y aún no había cordones ni veredas. Casas y vidas sin fronteras, en continuidad. Así también lo están los relatos y cada uno de los personajes de Cerri, que a pesar de estar separados por un título son parte de un todo moldeado por la misma soledad, miedo, sometimiento, envidia, amenaza. La chica que cada tarde como un ritual se lava la cara antes de llorar; Agustín que se vuelve loco buscando el dedo que se voló de un escopetazo; la niña con la panza revuelta por culpa de la nueva maestra (“sentí que el pan con manteca me navegaba en el estómago como un mar lleno de desolación”); la otra que le lleva comida a su hermana mayor por las noches a escondidas porque el padre la echó de su casa; una novia abandonada y operadora telefónica del pueblo que espera, como Penélope, a su prometido; la niña del primer cuento (“¿Podemos casarnos papá?”), que podría ser acaso la del final, abrazada a su padre en la moto (“Yo sentí que me crecían alas, y que las alas de él, de mi papá, me envolvían y a la vez me dejaban sentir cómo hendíamos el aire”). Porque hay poesía en la prosa de Cerri. Cada historia es un bocado dulce, a veces salado, ya que al fin las cosas no son ni buenas ni malas, simplemente son.
La editorial que da a conocer a la autora, peak-a-boo, es una editorial pequeña, artesanal y cuyo nombre en inglés alude al juego infantil del “¡Acá está!, juego que tanto Freud como Piaget, dos estudiosos del mundo infantil, supieron descifrar como el juego que le permite al niño saber que las cosas, así como se van, vuelven, lo que ayuda al niño a no desesperar mientras espera. “El tiempo con desesperación no se mide”, dice la narradora en el cuento “Royal Enfield”, por la niña que ve a su padre desaparecer en la moto tras esa nube de polvo que se levanta como un muro en el horizonte. La desesperación, a la que Kierkegaard le ha dado estatuto de enfermedad del espíritu, es quizá lo que mueve a cada uno de los personajes de Cerri por sus límites, que son cornisas. Entonces Cerri, que por sobre todo comprende a sus personajes, acaricia sus cabezas con palabras bellas. Comprende a cada uno de esos que viven a pocos pasos, que estando cerca están tan lejos.
Límite Oeste
Ana Cerri
peakaboo
86 páginas
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