RESEÑAS
El bufón de si
Cinco prólogos para cinco libros no escritos
Friedrich Nietzsche
Trad. Alejandro del Río Herrmann
Arena Libros
Madrid, 2001
118 págs. $ 20
Por Rubén H. Ríos
Escritos hacia mediados de 1872 –luego de la publicación de El nacimiento de la tragedia– y terminados el 29 de diciembre del mismo año, dedicados a Cósima Wagner con motivo del cumpleaños de ésta y a modo de disculpa quizá por no haber asistido a la primera fiesta navideña en Beyruth (Meca de los wagnerianos), los prólogos que el joven Nietzsche concibió desde el inicio para cinco libros que no escribiría nunca (si bien por ese entonces dictó la conferencia “Sobre el porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza” que será recogida póstumamente en libro y cuyo prólogo está incluido aquí) delatan tanto la extrema y temprana modernidad de su pensamiento y de su lenguaje como la “intempestividad” de quien ejerce una crítica radical sobre la cultura del hombre cristiano-moderno en máxima tensión o correlación con la antigüedad griega. No en nombre, además, de una restauración –como ha malentendido la lectura fascista– sino del porvenir.
De entrada estos textos sutiles y furiosos, crueles y poéticos, establecen un problema respecto de su estatuto. Esos cinco prólogos (“Sobre el pathos de la verdad”, “El Estado griego”, “La relación de la filosofía schopenhaueriana con una cultura alemana”, “La rivalidad homérica” y el ya mencionado) no son efectivamente eso –”prólogos”– ya que los libros que prologarían nunca existieron, ni siquiera en borrador. Por otro lado, no se trata más que de prólogos –breves, introductorios, dilemáticos– a una obra que falta, que nunca estuvo. En definitiva, si estos escritos pertenecen al género apócrifo (muy explotado por Borges y otros) no escapan al cautiverio de lo ficcional, pero como a la vez se proponen como ensayos fragmentarios de un todo vacío tampoco dejan de lado toda posibilidad de verdad. Lacan y Foucault, al menos, cuyas nociones de verdad no excluye el de ficción –la verdad tiene estructura de ficción o con ella se logran efectos de verdad–, aportan si se quiere algunos elementos para leer los “prólogos” nietzscheanos como textos isotrópicos (todas las direcciones posibles son igualmente probables), disparadores de pensamiento, provocaciones (demasiadas veces contradictorias y duales) lanzadas como dardos envenenados al corazón de la modernidad.
El propio Nietzsche parece desgarrado por esa tensión entre el legado de los antiguos griegos (descubierto en los trabajos filológicos) y el de los modernos, entre paganismo y cristianismo, entre la verdad y la no-verdad. En largos pasajes su voz se hace cavernosa y terrible, la voz de un antiguo griego reencarnado en la época del igualitarismo liberaldemocrático y del internacionalismo financiero, de las masas obreras engañadas por la “dignidad” del trabajo y de la aristocracia del dinero. Es una voz, una máscara perturbadora que exige la guerra y la invención de un nuevo Estado que ha sido aprovechada (y reducida) por las elaboraciones de derecha. En cambio, la voz de “La rivalidad homérica” –erudita, mesurada– se asemeja a la de un moderno ilustrado que examina en la democracia helénica, con delicados dedos, el sentimiento de “rivalidad” entre los ciudadanos de la polis que luchan entre sí por destacarse en la vida pública a través de la excelencia y como medio de evitar –en la medida que todos compiten por ser considerados los “mejores”– que uno o un grupo de ellos se levanten en amos e instalen una tiranía sobre el resto. El sentido original del “ostracismo” habría sido apartar de lacomunidad a los hombres excepcionales que ceden a esa voluntad de dominio. Sin embargo, con ello el joven Nietzsche cuestiona lo que en “El Estado griego” tolera: la esclavitud.
Prodigiosa esquicia la nietzscheana, extraña dialéctica instantánea y en abismo –sin tercer término–, exaltado campo de batalla de las tendencias políticas y filosóficas que se han dirimido en el siglo XX sin consumarse hasta sus últimas consecuencias. En estos “prólogos” esas tendencias toman la forma de una guerra sin antecedentes en la historia de la humanidad occidental a favor del surgimiento de una gran cultura, un nuevo Renacimiento (el otro polo referencial en la descarga crítica contra la modernidad) que libere a los hombres de la barbarie de aquel siglo XIX. A poco menos de 130 años de los Cinco prólogos para cinco libros no escritos –traducidos sólo recientemente al castellano–, la dimensión del pensamiento de Nietzsche no ha ganado en transparencia sino en complejidad. Elogiarlo o rechazarlo, desde enclaves que atacó con todas las armas disponibles, son actos de una estricta nulidad. Lo que de fondo ha querido decir ese “bufón de sus propios ideales” (según Ecce Homo) todavía permanece a resguardo, quizá, de todas las interpretaciones.