RESEÑAS
El lazo dorado
QUIEN HUBIERA SIDO PINTADA
Juana Bignozzi
Siesta
Buenos Aires, 2001
32 págs. $ 5
POR WALTER CASSARA
Nacida en Buenos Aires en 1937, la poeta Juana Bignozzi emigró a España a principios de la década del 70, anticipándose a la diáspora que cientos de intelectuales argentinos, unos pocos años después, se verían obligados a elegir como única alternativa al sistema totalitario que imperaba en el país. Desde entonces reside en Barcelona, donde no se vincula con el medio literario y editorial más que a través de su oficio de traductora especializada en libros de estética y filosofía. Su obra poética (publicada íntegramente en Buenos Aires) indaga el desarraigo, no sólo como condición política, sino también como un modo de habitar en la historia y en la lengua: siempre hay en sus poemas horarios de trenes y nombres de ciudades prestigiosas, boletos de partida y regreso, un tono mundano que convive con la nostalgia; alguien enuncia el fondo deceptivo que impulsa todo viaje y evoca “no el olor del hogar, sino, una vez más, el de una vida inquieta”, como reza la apertura de uno de sus libros, más que un acápite, una profesión de fe de la propia poeta. Periódicamente suele retornar al país para deleitarnos con sus agudos epigramas y recordarnos su amor irrefutable y fiel.
Dentro de la generación de escritores que surgieron durante la década del 60, la poesía de Juana Bignozzi se destaca por el distanciamiento irónico con el que aborda e interpela las grandes gestas y los mitos heroicos que desvelaron a la mayoría de sus contemporáneos; ironía que habilita para su escritura cierto “empirismo herético” a lo Pasolini y que le permite ir y venir sobre sus pasos, reconociendo fallas y enormes osificaciones ideológicas como una artista en el trapecio del materialismo dialéctico, irreverente y algo trágica. “Educada para ser/ la magnífica militante de base de un partido” –dice Bignozzi en un celebrado texto de Interior con poeta– “que por no leer la historia de mi país/ se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto/ preparada para una eterna carrera de fondo/ tengo ante los ojos una pared impenetrable/ detrás de la cual sólo hay/ otros cincuenta años de trabajo y espera”. Carrera de fondo, de resistencia y lucidez, la obra de Bignozzi (no hace mucho reunida bajo el título de La ley tu ley) se juega en el agotamiento de un paradigma ideológico –el de la izquierda sesentista–, aunque trasciende sus lugares comunes mediante una reducción crítica implacable. Su estilo es lacónico y mordaz, más próximo a un preciosismo desencantado y neoclásico que a los cantares verborrágicos de la poesía social latinoamericana.
Quien hubiera sido pintada, el último libro de Bignozzi que la joven editorial Siesta acaba de publicar, es una lúcida vindicación de la pintura a través de la cual el poeta confronta las inconstancias y desacuerdos entre el arte y la historia –social y personal– desde un punto de vista muy preciso, definido en los primeros versos de un texto sobre Tiziano: “no es válida la carga del corazón/ la literatura se hace con colores/ los poemas con palabras/ y la música de una vida con la luz de los testigos”. Aquí lo que cuenta no es la mirada sentimental delaficionado ni el ojo severo del crítico, sino cómo la experiencia poética alumbra los cuadros parafraseados, el horizonte cultural y vital que dicha experiencia cuestiona y reanima bajo la luz de un prosaísmo ágil e inobjetable. Los cuadros que describe Bignozzi no son tan distintos a las polémicas que suelen desatar sus temibles apotegmas (“me han dicho que hay alguien duro y áspero/ que no sale después de las 8 de la noche/ y los que fueron jóvenes excedidos/ escriben cartas burocráticas desde Texas”) ni a las “ciudades prestigiosas” en las que cultiva y distrae su soledad, sin perder nunca el lazo dorado que la liga con la patria, el mismo lazo mítico que instala su escritura en el presente.