Domingo, 21 de abril de 2013 | Hoy
Tal como se había anunciado, Papeles de trabajo II continúa con el proyecto de publicar los borradores inéditos de Juan José Saer, que concluirá en un tercer volumen de poemas y ensayos. En este caso, el lector puede asomarse al período más fértil en la obra del escritor, el que va de fines de los años sesenta, cuando se traslada a vivir a París, hasta su muerte, en 2005, cuando deja inconclusa la monumental novela La Grande. Pero quizá lo más importante de estos escritos sea asistir al diálogo interno de un escritor entregado en cuerpo y alma a la pasión de la literatura.
Por Claudio Zeiger
Siempre hay un equívoco alrededor de un escritor que sostiene o confiesa escribir para sí mismo. Onetti lo decía, y se lo tomaba como parte del juego, su juego de hombre apartado, el sempiterno solitario escondido detrás del humo. Hay que llegar a cierto punto en la relación con la literatura para entender cabalmente el sentido de esta clase de declaraciones, perforar lo que puede tener de pose o de desprecio frente a una entidad esquiva y por momentos temible conocida como “público”. Si no se escribe para uno mismo, ¿para quién se escribe? ¿Para los lectores? ¿Quiénes son? ¿Por qué no están presentes en el momento altamente solitario de la escritura? Después, cuando compran libros o los leen y se constituyen en público, ¿existen cabalmente para el escritor? ¿Es el escritor un proveedor de ficciones e ideas para los lectores, o deben los lectores ir hacia un autor, descubrirlo y en cierta forma, acatarlo inapelablemente?
Puede pensarse en estos interrogantes y sus más que ambiguas respuestas a la hora de enfrentrarse –una vez más–, a los papeles de trabajo de Juan José Saer: Papeles de trabajo II. Y no desde el costado más obvio, o sea, por el hecho de que constituyeron una suerte de escritura privada, documentos y testimonios para sí que no buscaban el acceso a la esfera pública de la lectura, sino porque esas preguntas pertenecerían a una suerte de metalenguaje, una “filosofía de la literatura” (no confundir con una literatura filosófica) que Saer persiguió a lo largo de su vida de narrador, poeta y ensayista, desde muy joven pero, en especial, en su madurez. Esta filosofía de lo literario vendría a ser una indagación que no desdeña, a la manera de Balzac o Dostoievski, una fuerte primacía de la intuición, enraizada en algún aspecto físico de la narración, en algo esencial de la poesía, en la percepción por encima de la descripción. Una intuición ruda. La intuición de que un hombre que se levanta de su cama y sale a la calle a la mañana viene de mucho más lejos que de su cama.
La puesta en acto de esta intuición ruda es algo familiar para cualquier lector más o menos consecuente de Saer. La sorpresa de estos papeles de trabajo reside, en todo caso, en la persistencia real de estas convicciones, de estas reflexiones, de estos intereses del escritor.
En un momento anota que sólo le importan sus afectos cercanos y su poética. Puede sonar algo limitado, algo egoísta, pero es abismal. Un amigo, un libro, un personaje, en pie de igualdad a la hora de escribir apuntes sueltos o una novela en firme.
Si Papeles de trabajo contenía muchos esbozos de textos posteriores, versiones e inclusive cuentos inéditos prácticamente concluidos, el material de Papeles de trabajo II es mucho más fragmentario y suelto, al mismo tiempo más preciso. Se trata esencialmente de las anotaciones de un escritor que se torna altamente reconocible en la obra que escribe en esos años, los de la década del setenta en adelante, cuando Saer se traslada a París y ya no vuelve a la Argentina sino como visitante, y la Argentina y Santa Fe se le vuelven una tierra chica de entrañable nostalgia identificada esencialmente con su juventud, los amigos y los libros de formación. Pero salvo contadas excepciones, en este segundo tomo se nota que la juventud ha quedado atrás. El escritor enfrenta el abismo de la madurez y las incógnitas del mundo entendido como una masa desbordada, una esfera dislocada, un amasijo. Algo, siempre, lo supera. ¿Qué se puede hacer sino registrar, proyectar, atrapar fragmentos desconcertados de ese amasijo? Por eso la profusión de breves epigramas, chicotazos de sentido o sinsentido, que buscan retener el aire de la época, captar la epifanía de un momento.
El perfume de este material es el de La mayor, en particular de los “Argumentos” que sazonan la segunda parte de aquel volumen célebre por el cuento de las comas, el de “ellos, antes, podían”, y también por “A medio borrar”, uno de sus mejores relatos. Pero el Saer del fragmento y las paradojas, el de la extrañeza y la ontología hecha carne, es el de los Argumentos y el de estos papeles.
El lector de Saer se va a encontrar casi todo el tiempo en tierra familiar, como en casa, salvo, quizás, en la autoficción sobre su ludopatía, su pequeño tratado curativo-catártico (al menos ésa es su intención manifiesta) acerca del juego. Desde luego que esta experiencia de casinos clandestinos y madrugadas de bolsillos vacíos había sido registrada en Cicatrices, de 1969, pero la materia aquí exhibida es de otra índole, y se constituye en uno de los momentos más altos del volumen.
También hay que destacar la “genética” de La Grande, que ocupa los últimos tramos del libro, y que más allá del interés específico para quienes deseen seguir lo que se llama una “obra en construcción”, plantea el interrogante de si el hecho de haber quedado inacabada no se convierte en una cifra siginificativa de toda la obra de Saer, obra sin orillas, limo primigenio sobre el que se edificó un enorme ensueño de luz y color.
Para dar la vuelta completa: Saer no declaró escribir para sí mismo como sí lo hizo Onetti sino que en sus papeles lo hacía en la práctica, ejerciendo, en todo caso, una forma de escribir en voz baja, o hablando en voz alta con él mismo. Es claro que este material difiere bastante de lo que fue su obra publicada. Son susurros, intercambios, momentos brillantes, chisporroteos e iluminaciones del fuego de una hoguera.
“Ya ha pasado el tiempo de los manifiestos: es hora de entrar en detalles”, anota Saer, con humor, resignación y un ímpetu combativo que lo tiene siempre en pose de batalla.
La batalla de la literatura fue una pasión que lo sostuvo en todo momento, sumido en los detalles, los afectos y su poética, una trama en la que se terminaron por confundir personas y personajes, lectores y escritores, en un mundo al que ahora podemos llamar “saeriano” y que a pesar de algunos intentos, sigue felizmente al margen del bronce, el mármol y el canon.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.