Laura Restrepo fue cobrando peso propio en el mundo de las escritoras de libros masivos cuyo referente indiscutido es Isabel Allende. La escritora colombiana no ha olvidado sus orígenes en el tren de su profesionalización. Y eso también encuentra sus expresiones en conflicto en Hot sur, la novela donde retrata la vida de los migrantes latinos en los Estados Unidos.
› Por Juan Pablo Bertazza
Seis o siete meses. Es el tiempo de retraso que tuvo la publicación de Hot sur, la última novela de Laura Restrepo, a causa de un accidente doméstico que sufrió luego de un largo viaje a Berlín. De regreso a su casa en México, la escritora colombiana fue recibida con demasiada efusión por sus dos amados perros, Oso y Alelí. La derribaron hasta sufrir una violenta caída que redundó en una serie de fracturas en su pie izquierdo. Restrepo tuvo que someterse a distintas cirugías que incluyeron la colocación de tornillos. Según el comunicado de la editorial, la importancia de la novela ameritaba tenerla en perfectas condiciones de salud para engalanar presentaciones, encuentros y entrevistas, es decir, para que pudiera conducir en óptimas condiciones a lo largo de esa ruta oficial que significa el lanzamiento de un libro importante. Desmintiendo rotundamente a todos aquellos que dudan de la entidad del autor, la dilación de Hot sur no hace más que acrecentar la figura de su autora: hasta tanto no hubiera escritora, tampoco iba a haber libro.
No obstante, a lo largo de las más de quinientas páginas de esta novela subyace la idea opuesta: la obsesión de Restrepo por borrar cualquier rastro de voz narrativa, para que no haya intermediación entre personajes y lector: “En esta novela evito escribir directamente, lo hacen los propios personajes, a través de diarios, notas o entrevistas. Escribir sobre lo escrito, para que el lector se ponga en la voz del personaje sin pasar por mí”, va aclarando esta exitosa escritora traducida a más de veinte idiomas en su raid de entrevistas.
Justamente, entre esas dos aguas parece navegar la literatura de Laura Restrepo, un extraño motor que coquetea acaso con el best seller –las temáticas, los diseños de tapa, una escritura sencilla– pero que, a su vez, se alimenta de investigaciones periodísticas y se anima a incluir citas –en principio– “piantalectores” de Derrida, Deleuze y hasta Sloterdijk; una escritora que se va como quien se desangra, que anuncia que se aleja del texto como quien se aparta para hacer notar aun más su presencia.
Sin condena ni conmiseración, Hot sur da cuenta de la dignidad de muchos latinos que, a lo largo de la historia, intentaron hacerse un lugar en Estados Unidos, sin que eso les valga el mote de gusanos; un rescate interesante en tiempos de resurgimiento de la Patria Grande.
Más allá de cierta veta comercial y de sus muchos laureles, que incluyen el Premio Alfaguara por Delirio, la carrera de Restrepo tiene, efectivamente, mucho de compromiso social y político: muy temprana militante del trotskismo, saludó el socialismo del siglo XXI impulsado por Hugo Chávez, y antes, en la década del ochenta, participó de las negociaciones con la guerrilla que se llevaron a cabo en su país.
Dividida y multifacética, como alguien que nunca sale igual en las fotos, acaso la propia Restrepo tenga un poquito de cada uno de los personajes de Hot sur. También, por supuesto, de María Paz, joven colombiana, atractiva y luchadora que, en su intento de realizar el sueño americano, da con un buen trabajo: realizar encuestas sobre higiene a diversas clases sociales. Pero, acusada de haber asesinado a su marido, María Paz va a caer a la particular cárcel de Manninpox, una de las más extrañas de Estados Unidos, “un despliegue arquitectónico en medio del bosque, en forma de castillo europeo de estilo incierto, algo así como un Disney World del horror”. En ese encierro, Paz conocerá a un escritor, Cleve Rose, que imparte un curso de escritura creativa para las internas, un curso que ella seguirá especialmente por diversas razones, una de las cuales es no perder la dignidad.
Además de las atrocidades y la angustia que se vive en sus húmedas celdas, esta cárcel cuya potente descripción es de lo más interesante del libro se caracteriza también por ser escenario de la pugna idiomática que se va gestando entre latinas y sajonas: de hecho, uno de los aspectos más hostiles que sufren las presas tiene que ver con una disposición según la cual no pueden hablar español en las esporádicas visitas que reciben, prohibición que rige aun cuando no sepan hablar inglés. Pero la pelea simbólica no termina ahí: un café de la zona lleva, por ejemplo, el sugestivo nombre en español de “Mis errores”, y está ubicado justo en la línea divisoria entre el mundo libre y el reducto de las internas.
Al mismo tiempo, Hot sur despliega un arsenal de locuciones, giros y expresiones idiomáticas correspondientes a diversos países de habla hispana, dejando también lugar para algunas frases en inglés que se incluyen en cursiva.
En el mismo sentido, es muy interesante cómo la novela plasma en su argumento la idea tan derrideana de la escritura como ausencia e incluso como muerte. En Hot sur siempre existe un abismo entre quien escribe y el destinatario: María Paz lee en la cárcel un libro que la conecta con la vida, pero se convence de que su autor sentiría asco al enterarse de que ese libro –con el que duerme y va al baño– lleva, por ejemplo, manchas de su sangre; María Paz le escribe una serie de cartas a su profesor de escritura con la ilusión de que él arme una novela a partir de su vida, misivas que no llegarán a destino ya que termina siendo su padre quien las lee cuando Cleve pierde la vida en un confuso accidente en moto.
Por momentos demasiado descriptivo –a tal punto que parece que le sobran varias páginas–, Hot sur es acaso el libro que más cabalmente representa la carrera de Laura Restrepo, a partir de esa doble valencia: una trama nítida, algo lenta pero atractiva, por un lado; y, por el otro, una serie de reflexiones y planteos que no abundan en los libros más masivos.
En esa resultante abreva, precisamente, la obra de Laura Restrepo. Una escritora que, aunque no la veamos, siempre está.
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