Domingo, 5 de mayo de 2013 | Hoy
Comenzó su carrera literaria como poeta experimental, para volcarse más tarde a la crónica de viajes y el periodismo de opinión. Vital, viajero y combativo, el holandés Rudy Kousbroek se haría célebre en los últimos años, hasta su muerte en 2010, con un género llamado por él mismo “fotosíntesis”. Una foto en blanco y negro dispara un texto breve y contundente, atravesado por la nostalgia y la reflexión. El secreto del pasado reúne una selección de estos notables trabajos donde el pasado se activa para hablarle al presente.
Por Rudy Kousbroek
Cuando tenía doce años quería poder recordarlo todo y ver con los ojos cerrados. Ahora sé que también otros han tenido tales exigencias para con la vida. Borges pretendía el recuerdo total y Hein Donner ver con los ojos cerrados. Borges (dejo a Donner para otra ocasión) creó la figura de Funes el memorioso, el joven que retenía en su memoria todo lo que entraba en su cerebro, no importaba por qué vía, pero principalmente a través del ojo. Podría decirse que la facultad de recordar de Funes es, en realidad, una metáfora de la fotografía. Que la fotografía todo lo conserva y, a diferencia de lo escrito, encima sin faltas, es algo de lo que me percaté sólo más tarde. Todo desaparece salvo lo que está fotografiado. La única imperfección es que la fotografía no abarca la realidad en su totalidad. No obstante, lo que muestra la fotografía es: “esto ha existido”.
A menudo las fotos son fruto del azar, pero ésta no. Los antecedentes son curiosos: después de la Primera Guerra Mundial, cuando arrancó la industria cinematográfica, surgió en Hollywood la necesidad de contar con decorados para las películas ambientadas en Francia. Estos decorados debían parecer auténticos. Se creó una oficina dedicada a tomar fotografías de la realidad cotidiana en Francia, principalmente de París, y de ese modo se obtuvieron imágenes de todo tipo de sitios existentes: una terraza de café, la portería de un conserje, el escaparate de un zapatero, los interiores de una peluquería, de una oficina de correos, de un restaurante común, y también de detalles: por ejemplo, cómo eran el contador de un taxi parisiense, o la ventanilla de un banco, el lavabo de la habitación de hotel de la Ciudad Luz,la bicicleta de un repartidor de periódicos, la gorra y el capote de un policía. Las tomas las realizaban por encargo los hermanos Séeberger en París.
Por eso, estas fotos tienen algo muy singular. Si no se conocen los antecedentes, no se sabe dónde radica esa singularidad. Tienen la identidad de las cosas que nadie mira, cosas cotidianas que nadie registra conscientemente, pero que aquí forman parte de una percepción universal en la que todo tiene el mismo peso. Lo que muestran es el aspecto que tienen las cosas cuando no se olvida nada, cuando se tiene la memoria de Funes el memorioso.
En otras palabras, son imágenes de una universalidad, aunque sea limitada, pues es evidente que no lo abarca todo: un ejemplo de metonimia, un todo designado por una parte. Limitada también en el tiempo, una realidad que ya no existe: París en los años veinte. Y también en esto hay algo singular, un paralelo extraño: los años veinte parisinos tienen algo universal. Fueron los años más fecundos del siglo, mucho de lo que entonces era nuevo todavía hoy es reconocible. A esto se suma el hecho de que la arquitectura de París apenas ha cambiado.
De ahí la perfección de esta imagen, conmovedora como un juguete reencontrado. Tan perfecta, tan intacta, tan parte de una realidad integral y conducente al irrefutable sentimiento de que el pasado no ha desaparecido, sino que está en otra parte. Lo admito, mucho de esto es personal y tiene que ver con esa segunda juventud victoriosa que experimentaron los automóviles de los años veinte, y que también yo pude aprovechar personalmente. Después de 1945, estos coches, a menudo de alta perfección técnica, fueron comprados con avidez por jóvenes interesados en historia y en mecánica; es por eso que aun hoy los asocio con la juventud. Lamentablemente, ahora se han convertido en objetos de colección para fanfarrones adinerados.
Este Renault NN descapotable fabricado hacia 1925 es un buen ejemplo de un vehículo en el que tres décadas después yo veía cómo se paseaban temerariamente a los estudiantes parisienses, con inscripciones tales como Ne riez pas madame, votre fille est peut-être dedans! (¡No se ría, señora, que tal vez aquí dentro está su hija!). Con el radiador detrás del motor (4 cilindros, 850 cm cúbicos), tres velocidades, el volante a la derecha, depósito de gasolina adelante sobre las rodillas, con un pequeño grifo para entrar el suministro. Apto para 80 km/h con viento a favor. Soplándote el pelo. Mi nombre es Funes.
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