Domingo, 19 de mayo de 2013 | Hoy
En la última entrega detectivesca de Petros Márkaris, la crítica social se agudiza. El asesino, que deja sus muertos en lugares históricos, se convierte en el justiciero del pueblo en crisis y la sátira se vuelve cada vez más amarga.
Por Diego Fischerman
Los primeros cadáveres que aparecen en Liquidación final indican, de entrada, el signo de la última novela de Petros Márkaris. “¿Qué más nos queda por ver?”, pregunta –o se pregunta– Kula, una de las integrantes del equipo del Departamento de Homicidios de Atenas. Frente a ella hay cuatro ancianas muertas. Y una nota de suicidio: “Somos cuatro mujeres jubiladas... Primero nos recortaron la pensión... Después tuvimos que buscar a un médico privado para que nos recetara nuestros medicamentos, porque los médicos de la Seguridad Social estaban en huelga... Con cuatro jubiladas menos, mejorarán vuestras condiciones de vida”. En la última entrega de la saga del comisario Kostas Jaritos, como ya se había insinuado en la anterior, Con el agua al cuello, independientemente de quiénes sean los asesinos ocasionales, hay un único culpable: el sistema económico que llevó a Grecia al estado actual de las cosas.
Esta vez, mientras lidia con la reducción de su sueldo, con la vaga promesa de un ascenso –siempre y cuando no moleste demasiado a diputados o ministros– y con la posibilidad de que su hija vaya a trabajar a Africa en busca de mejores horizontes, al buen comisario apenas le quedan ganas de comer los tomates rellenos con los que su mujer, de vez en cuando, lo homenajea. Primero, no hay otra cosa que trabajo burocrático. La crisis y la desesperanza han hecho que hasta los crímenes desaparecieran. Y después, cuando los homicidios reaparecen, resulta que las víctimas son evasores de impuestos, profesionales y políticos enriquecidos durante años de corrupción, y que el asesino empieza a ser festejado como un héroe nacional cuando, con sus amenazas, logra que el fisco recaude en una semana más que lo que había ingresado a sus arcas en décadas.
Hasta el propio Jaritos reconoce que no tiene demasiadas ganas de descubrir a ese extraño criminal que deja a los muertos en lugares históricos –para que los contemple la Gran Grecia Antigua, en la que todos los griegos a pesar de todo siguen creyendo– y que publica su vida y obra –la de los ajusticiados– por Internet. Con menos trama policial y más pintura social que otras veces, y menos humor que desesperanza, este policía que se une a la serie de la picaresca del género delineada por el Pepe Carvalho, de Vázquez Montalbán, o del comisario Montalbano, creado en su homenaje por el siciliano Andrea Camilleri, se encuentra aquí con un caso sin épica. Ve en la televisión a los economistas expertos, a los banqueros extranjeros y a los representantes de la Troika encabezada por el FMI y se indigna bastante más que con su esquivo asesino. En el final, refiriéndose a un nuevo proyecto laboral iniciado por la hija junto a una amiga, dirá –y estará hablando de varias cosas a la vez–: “No conocerán días mejores. Pero, al menos, podrán luchar para evitar los peores”.
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