Un matrimonio se rompe sin gritos. Disolución de un estado para no consolidarse en ningún otro: una familia deja de existir y sus integrantes –Leo, el padre; Isa, la madre; Sofi, la hija– se ven empujados a vivir una condición que no les sienta. Esa es la historia que Francisco Bitar, poeta santafesino ahora también narrador, despliega en Tambor de arranque. Y lo hace con un tono que recuerda un poco a Richard Yeats y sus apaleados personajes. La distancia justa para que la narración se desplace ágil y nos permita ver todo el escenario de devastación personal dentro de un preciso paisaje urbano.

Ganador del Concurso Provincial de Literatura Ciudad de Rosario 2012, Tambor de arranque posee una estructura compleja, de delicados engranajes, cambios de punto de vista y desdoblamientos de escenas, pero nada de eso se nota a simple vista. La novela se desliza ante nuestros ojos con facilidad, con personajes reconocibles, diálogos que suenan verdaderos, un uso de espacios y objetos que recala en el costumbrismo pero sólo para ponernos ahí, en esa escena sórdida o desmesurada en su tristeza de los recién separados intentando ponerse en pie.

Las grandes estrellas de la novela son las palabras y las cosas. Por un lado, un bello uso de la lengua (y con esto nos referimos al español rioplatense en su vertiente santafesina): “es la que va”, “la garrafa pierde gas y él fuma como un quemado” o “botellas de porrón”, puede leerse y casi hacernos escuchar el clásico sonido de las eses aspiradas. Por otro lado están los objetos que integran el mundo de esta familia.

Un perro viejo que se vuelve mascota nueva, un Taunus, una cubetera robada, una foto del viaje de egresados, dicen más sobre el entorno social e individual, las carencias y los daños irreparables, que los propios involucrados. Es con esos objetos, sobre ellos y por ellos, que esta pareja podrá intentar una redención, pero por separado. Y ésa es una manera muy concreta de mostrar la soledad en la que están hundidos.