Dom 02.06.2013
libros

EL JUSTICIERO

Su literatura, que empezó a ser conocida en Argentina a partir de la publicación de Ellos eran muchos caballos (Eterna Cadencia), es netamente experimental, pero nada más alejado de la obra y la figura de Luiz Ruffato que un concepto cerrado o elitista del lenguaje, la forma y también la manera de plantarse frente a su tiempo. Proveniente de una familia muy pobre de Minas Gerais, ha dedicado los últimos años a escribir un ciclo de novelas sobre la clase trabajadora de Brasil. En esta entrevista, Ruffato habla del revuelo provocado por sus antologías sobre la negritud, la condición gay y la literatura hecha por mujeres, y explica por qué considera que el escritor todavía tiene un compromiso frente a la sociedad.

› Por Luciana De Mello

En la plaza principal de Cataguases, un pueblo chico y pobre al sur de Minas Gerais, el padre de Luiz Ruffato vende pochoclo en su carro. Es semianalfabeto, su hijo de once años está trabajando con él como ayudante del pipoqueiro. Un día pasa por el puesto un hombre de sombrero. Es sábado, hay mucho trabajo. El hombre le pregunta al padre si su hijo va a la escuela. El padre contesta que sí: el niño asiste a la Campaña Nacional de Escuelas de la Comunidad, una de las tantas a las que van los pobres del pueblo. El hombre se aleja con su paquete de pochoclo prometiéndole conseguirle una vacante en la mejor escuela pública de Cataguases. Al lunes siguiente el padre está en la escuela, buscando al hombre de la promesa, que resultó ser el director del colegio. Ruffato comienza a estudiar ahí, donde hay una biblioteca bien equipada, el lugar que elige para esconderse de sus compañeros cada vez que se siente sapo de otro pozo. La bibliotecaria permite que el niño use esos bancos como guarida sólo si se pone a leer. El pacto es un libro por semana. En el calor sofocante de Cataguases, el primer libro que lee es de un autor ucraniano, sobre un lugar cerca de Kiev donde masacraron a doscientos mil judíos. La novela trata del relato de una de las familias que intenta sobrevivir a ese horror. Ruffato recuerda que esa noche levantó fiebre: “Fue en ese momento que descubrí que existían cosas más grandes que mi barrio, mi ciudad, cosas más grandes que Brasil –de lo que yo tampoco tenía mucha idea de qué se trataba–. Tanto me transformó aquella lectura que le dije a mi madre que yo quería ser escritor y ella se puso a llorar porque su sueño era que yo fuese operario. Ella me dijo así: ‘você teim que cuidar do feijoao’. Sin embargo, con el tiempo, a pesar de que fue ayudante del padre, tornero mecánico y operario en fábricas –o mejor, por cada uno de estos trabajos–, esas primeras lecturas se convirtieron en la piedra fundamental de un destino elegido. Luiz Ruffato se convertiría en uno de los escritores más inquisitivos de la literatura contemporánea brasileña, no sólo por los temas que aborda sino también por la estructura narrativa donde los pone a combatir.

Cuidar los porotos

Ya desde su primer libro de cuentos publicado, Remorsos e Rancores (1998), como en el segundo, Os sobreviventes (2000), el escenario es Cataguases y sus personajes son representantes de las clases medias y bajas, subempleados, ex prostitutas, peluqueras, empleados de fábrica, un mundo de gente sufrida y sin esperanza donde el único mandato que pasa de padres a hijos es el de “cuidar do feijoao”. Por eso, al preguntarle sobre la narrativa brasileña contemporánea Ruffato es crítico al respecto: “Yo creo que está muy cerca de toda la literatura joven que se hace hoy pero con algunas especificidades. Mi generación está todavía con algunas preocupaciones que son muy liberales, se escribe con la intención de reflexionar sobre el país por medio de algunas temáticas como la violencia urbana, las impasses de una cierta cultura brasileña, quiénes somos nosotros, qué queremos de nosotros. Curiosamente no hablamos sobre la dictadura militar, que es algo muy reciente. Para mí es un misterio. Lo que sucede en Brasil es que se evita la confrontación. Entonces lo primero que se hizo con la dictadura fue la amnistía general, para que no hubiera discusión al respecto, y con esto se perdió la posibilidad de reflexionar sobre nuestro pasado; nosotros no hacemos esto. Y con respecto a la generación que viene después, yo creo que está muy preocupada en hacer una literatura degustable. O sea, una literatura un poco superficial, marcada por esta tendencia de una cierta americanización de los temas, de la escritura, hasta del lenguaje. Se pierde entonces esta posibilidad de reflexionar sobre el país, sobre algún tipo de identidad. Hoy son muy pocos los autores que tienen esta preocupación. Y esto es muy curioso, el año pasado salieron los mejores autores jóvenes de Brasil en la revista Granta y en esos textos se percibe muy claramente esto de hacer algo que guste, que sea fácil de traducir, de vender a otros países... una literatura degustable.

¿Y qué ocurre con el movimiento llamado “literatura marginal” del que forma parte Ferrez, que nace en Capao Redondo? ¿Cómo influye en lo que se está escribiendo en este momento, teniendo en cuenta que efectivamente traen otras voces desde la periferia social?

–Es un movimiento muy interesante pero muy problemático. Porque es la primera vez que tenés escritores de la periferia de la ciudad, escritores de familias pobres, de formación pobre, hablando sobre ellos mismos. Es la primera vez que esto ocurre en Brasil y es un hecho histórico importantísimo. Pero tiene un problemita en mi opinión, y es justamente que el sistema editorial lo absorbe y entonces pasa a tener un registro al que se llama “literatura marginal”. ¿Qué es la literatura marginal? Es la literatura que los blancos no hacen, que las clases medias no hacen, que los católicos no hacen. Es la literatura que todos nosotros no hacemos. O sea, yo hago literatura con mayúsculas, pero ellos hacen “literatura marginal” y éste es un problema muy serio, porque los propios autores no lo perciben, tanto que la academia asume también este título de literatura marginal y lo analiza desde ahí. En mi opinión, la literatura marginal no es algo en sí, pero es tratado como algo en sí. Por ejemplo, los sellos editoriales crean literatura marginal; los autores marginales crean literatura marginal; la academia ilustrada crea literatura marginal, y esto para mí es una tragedia. ¿Por qué? Porque si un autor marginal quiere escribir algo que no sea marginal, no puede. Claro que no, porque es un escritor marginal. El sistema de la cultura lo apresa dentro de ese rótulo para que no contamine, porque si entonces ese autor va a escribir otra cosa, con esos errores gramaticales o de forma, ¿cómo es posible que se acepte si no es dentro de lo que llamaron literatura marginal? En cambio, si sale de lo marginal está permitido porque son pobres, se los lee como pobres y entonces ahí sí está permitido, y el resto lo va a ir a mirar como miran los turistas.

Pensaba que estaba más protegido, que ellos editaban sus libros, que tenían su propia marca.

–Sí, pero todos los autores comienzan autopublicándose y luego una editorial les ofrece publicar y ¿cómo el autor va a rechazar la oferta de publicar ahí? Es complejo. Es como un destino medio fatal pero no hay otra. Claro que existen autores, excepciones, de los que publican sus propios libros. Ferrez es mi amigo, él publica en Alfaguara. ¿Cómo escribís para la favela desde Alfaguara? Es algo históricamente muy importante, el movimiento hip hop que origina este brazo de la literatura es muy importante, pero no se puede mitologizar. Yo creo que es ingenuo pensarlo de otra manera. Esta marginalidad es una vanguardia al revés. A mí me parece ingenua esta idea de purismo: ah, son escritores de la favela, encapsulados, es un safari al Africa. No es verdad ni lo podría ser. Yo conozco a algunos escritores que les gustaría que no hubiese contaminación, a mí me interesa la contaminación. El problema es que el contacto de la literatura marginal con el resto se hace de manera higiénica. Yo no creo que la gente quiera conocer el mundo marginal, a mí me parece que es como cuando tenés la experiencia del otro pero desde una experiencia higiénica, porque hay un papel en el medio, no hay un contacto directo, es hospitalario. Entonces es como cuando un niño tiene una enfermedad viral y se los junta a todos los demás para que no entren en contacto y luego no pasa nada, no pasa a mayores, es higiénico.

En este empeño por visibilizar a los ausentes de la literatura brasileña, Ruffato no sólo escribe sobre la clase trabajadora de su país, sino que también ha dirigido varias antologías para diferentes casas editoriales de Brasil. Luego de que saliera publicada una antología de Nelson Oliveira que se llamó Generación 90, decidió comenzar por las mujeres escritoras. Es una generación a la que yo pertenezco, de hecho me publicaron en esa antología, pero al ver que entre los autores sólo figuraba una mujer, Cintia Moscovich, me quedé furioso, me molestó mucho esa falta de verdad. Yo conocía a muchas mujeres que estaban escribiendo y que no aparecían en ninguna antología como parte de ninguna generación. Es muy claro el machismo que aparece en todos los lugares, incluso en este momento. Todas las veces que se habla de mujeres escribiendo, es como en el caso de la literatura marginal, se la rotula “literatura femenina”. Por eso el libro que compilé se titula 25 Mulheres que Estao Fazendo a Nova Literatura Brasileira. Luego publiqué un segundo volumen que se llamó Mais 30 mulheres que estao fazendo a nova literatura brasileira. Sumamos entonces 55 autoras y fue una provocación. Tuve una entrevista en la que se escandalizaron porque dije: “No me hablen de Generación 90 si la mitad no son mujeres. Yo les ofrezco cincuenta y cinco. ¿A cuántas publicaron ustedes?”. Y tuve la suerte de hacer algunas antologías más de intervención. Hice una colección en una editorial de Río de Janeiro que ya tiene tres volúmenes. El primero es sobre la cuestión de la homosexualidad, el segundo es sobre la cuestión del racismo, y el tercer volumen es sobre la cuestión de la corrupción. Todas en el mismo formato: antologías panorámicas de ficción donde hay cuentos que van del siglo XIX hasta hoy. La idea es ver de qué manera cada uno de estos temas fue tratado a lo largo de la historia. A mí me gusta muchísimo este trabajo de compilar, sobre todo porque es una oportunidad de estar muy cerca de las cosas que están haciendo los colegas. Ni todo siempre me gusta. Cuando pienso en antologías yo no pienso en que todo tiene que gustarme, sino en que ese texto que elegí debe estar representando algo importante en determinado momento. Entre esas cincuenta y cinco mujeres hay algunas que a mí no me gustan nada, pero mi opinión no cuenta en ese sentido. A mí no me interesa publicar a amigos porque ellos no precisan eso de mí, son mi amigos y punto. La idea es siempre intentar una reflexión sobre cosas que no están analizadas. La antología sobre el racismo no es sobre racismo, es sobre la cuestión del negro en Brasil. Fue la primera antología sobre este tema que salió por una casa editorial comercial, Lingua Geral. Ya hubo otras sobre este tema, aunque siempre se dio entre grupos de negros, asociaciones de negros y lo que pasaba era que los libros terminaban circulando con una lógica de gueto. Esta fue la primera antología que no estaba ligada a eso sino que era para el público en general y que va recorriendo la historia del tratamiento de este tema. Comienza con una mujer, en el siglo XIX, una negra que se llama María Firmina dos Reis. No es buena, pero es increíble cómo en 1875 esta mujer negra viviendo en el interior del país, en Maranhao, escribió una novela en un cuento. Ese cuento es sobre la esclavitud, la antología se llama Cuestión de piel y fue comprada por el gobierno federal para distribuir en las escuelas. En la antología sobre la cuestión gay hay escritores que no son gays pero que están ahí para discutir la cuestión. Hay autores importantes como Rubén Fonseca, Lygia Fagundes Telles, y está también Machado de Assis. Yo tuve un problema muy serio por causa de esto. El cuento se llama “Píliades y Orestes” y es una historia muy curiosa, porque se trata de dos amigos que andan todo el tiempo juntos, hasta que uno de ellos se casa y la historia continúa con una pasión tremenda. Los críticos machadianos dijeron: ¡No, esto es amistad masculina! Pero no, qué amistad masculina... es una pasión loca de uno por el otro, es increíble. Pero para los críticos, pensar en Machado de Assis escribiendo un cuento con temática gay... no, vade retro, nunca. Hubo dos familias de autores que no autorizaron la publicación de cuentos en esta antología. Una fue la de Mario de Andrade y la otra la de un escritor que se llama Murilo Eugênio Rubiao. Es muy curioso eso, porque ni siquiera era una antología gay, sino que era sobre la cuestión gay.

Lo que está en construcción

Con Ellos eran muchos caballos, su primer libro publicado en Argentina por Eterna Cadencia, Ruffato no sólo ganó el Premio APCA, y el Premio Machado de Assis a la mejor novela del 2001, sino que también lo llevó a obtener reconocimiento internacional. Gracias a esta novela pudo dejar su trabajo de periodista para dedicarse por completo a la literatura y poder vivir de ella. Aunque reconoce que nunca dejó de ser un operario, ahora es un trabajador de la palabra. Ruffato enfatiza en el hecho de poder cobrar por cada charla, encuentro, taller especial al que se lo invite. “El hecho de ser un escritor no te hace diferente del resto, tenés que comer, que generar un ingreso, y yo lo digo abiertamente. Hay muchos intelectuales a los que les da vergüenza hablar de dinero a la hora de cobrar por sus intervenciones, es algo que queda mal, que te desprestigia en ciertos ambientes y que tiene que ver con el elitismo de la literatura. A mí no me parece, yo quiero hacer dinero con la literatura, es mi trabajo, como cualquier otro que hice en mi vida.” Sin embargo, a pesar del reconocimiento de Ellos eran muchos caballos, que él define como un ejercicio de lenguaje, Ruffato tenía un proyecto en mente más ambicioso que le llevó seis años de escritura, El infierno provisorio. Esta obra abarca cinco novelas: Mamma, Son Tanto Felice (2005) O Mundo Inimigo, publicada en el mismo año, Vista Parcial da Noite (2006), O Livro das Impossibilidades (2008) y finalmente, Domingos sem Deus (2011).

El proyecto de Ruffato era ficcionalizar la historia de la clase trabajadora brasileña desde mediados del siglo XX hasta el inicio del siglo XXI. Cada volumen trata de un período histórico específico. “Empecé a imaginar esta idea, este proyecto, a partir del momento en el que entré a la universidad y empecé a leer literatura brasileña con mucha intensidad. Y descubrí con interés que no había nada respecto de esta clase. Hay de todo sobre el mundo rural, todo ese cosmos está representado. Sobre el mundo urbano hay muchísima literatura respecto de la burguesía, de la clase media alta, del lumpen, pero no hay sobre los trabajadores. Ni siquiera en las novelas de televisión. Ahí el trabajo que aparece es desde la figura de las empleadas domésticas, que sin embargo nunca se tematiza. Pero las personas que se toman el tren o el autobús, las caminan para llegar a sus trabajos, o quienes trabajan en cosas que son invisibles, como por ejemplo las peluqueras, el mesero, el taxista, el obrero de la fábrica, estos personajes están totalmente ausentes de la literatura brasileña. Y como yo soy de formación obrera –trabajé como obrero textil, como tornero mecánico, trabajé de muchísimas cosas–, mi madre era una lavandera analfabeta, mi padre era semianalfabeto, entonces yo me dije que tenía que escribir sobre mis padres, sobre mis amigos, sobre mi barrio. Y como fue un proyecto tuve que hacer algo antes: buscar la forma. Porque para mí era muy paradójico escribir sobre este tema usando la novela tradicional burguesa. Entonces el problema nunca fue encontrar la temática, sino buscar la forma en la que contar todo ese mundo. Demoré muchísimo en comenzar, así es como surge Ellos eran muchos caballos, que fue un ejercicio formal para llegar a escribir El infierno provisorio. Nace de una necesidad de comprender el lenguaje con el que iba a manejarme. Son historias un poco más largas pero con una experimentación muy fuerte. No hay una secuencia lógica ni cronológica, no hay un pasaje de un personaje a otro, aunque la lectura del conjunto –espero– tiene el sentido de una caminata que alguien hace saliendo del campo en la década del 50, hasta la ciudad de San Pablo en los inicios del siglo XXI. La idea fue intentar una respuesta a la letra de una canción de Caetano Veloso que dice así: “Lo que está en construcción ya es ruina”. Esta es la idea, porque nosotros salimos de una situación de campo, con espacios amplios y el tiempo marcado de manera sucesiva, hacia una situación de espacios muy pequeños en la ciudad, con tiempos simultáneos. Lo interesante de esto es qué pasó en el breve transcurso de una generación. O sea, alguien que nació en el campo en 1950, cincuenta años después estaba viviendo en un mundo completamente opuesto.

Ahí también hay una historia de la violencia.

–Claro, pero no esta violencia callejera sino la violencia contra las mujeres, los niños, la violencia de no poder alcanzar nunca esa felicidad, en el sentido más amplio, la felicidad de tener el amor de una persona que te acompañe en la vida, la felicidad de tener cosas materiales, que es importante, la felicidad de saber que tu hijo tendrá una oportunidad como todas las otras personas. No hay, no hay eso. Entonces esta violencia sí, claro, aparece, surge en las calles también pero como una consecuencia del problema anterior. Yo creo que la literatura es muy paradójica, porque de todas las artes es la única que se enseña en la escuela, como materia. Pero, al mismo tiempo, es el arte más elitista que hay. ¿Por qué? Porque uno puede ser músico sin formación, o pintor sin formación, un cineasta sin formación, siempre que se haya aprendido esa técnica en cualquier taller, como un obrero. Pero uno no puede ser un escritor sin una formación muy buena, no es una formación cualquiera, se necesita formación en la lectura, en la escritura, tenés que tener herramientas sólidas. Y esto es un problema, porque impide –y acá volvemos a la cuestión de la literatura marginal– que haya una gran cantidad de escritores reflexionando al respecto de cosas que no sean la clase media, el problema del ombligo, eso en Brasil es muy claro. Entonces mi misión, con muchas comillas, es presentar una idea de Brasil que sea convergente, diciendo, sí, Brasil es todo eso que se ve de Brasil pero también es esto que yo estoy escribiendo, esta otra parte de la sociedad tiene que ser representada.

Entonces sos de los que piensan que la literatura sí tiene una función.

–Si yo no creyese fuertemente en eso, no escribiría. Yo soy fundador de una iglesia, es un chiste pero es verdad, y se llama Iglesia del Libro Transformador. La idea es que uno dé testimonio sobre el libro que te cambió la vida. Esto es lo que hacen las iglesias pentecostales, ellos preguntan así: ¿Hermana, qué te cambió la vida? y los demás contestan: Yo era un alcohólico, mi vida era una mierda total, pero encontré la Biblia y entonces... La idea es ésta, es un chiste pero hay un Facebook, que no soy yo, es una chica que fundó la sede mundial en Curitiba, ella es de Curitiba. ¡Tienen una insignia y todo! Hay una biblioteca hoy en Curitiba que nació de esta idea: leer te cambia la vida. En mi trabajo literario tengo una preocupación muy grande por eso, porque el escritor tiene una responsabilidad social. De todas formas, creo que todavía estamos muy lejos de una educación transformadora, porque la realidad es que somos una pequeña secta de lectores en Brasil y eso es algo muy grave. De aquí a quince años, me gustaría tener la felicidad de poder pensar sobre estas cuestiones que me preocupan hoy y decir: Bueno, estoy viviendo en un país mejor y por lo tanto mi literatura puede ser diferente de la que hago hoy.

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