Eventos> El Festival Azabache de novela negra, que acaba de finalizar en la ciudad de Mar del Plata, va en camino de convertirse en una buena costumbre. Y este año supo abrir su paleta de colores a temas tan diversos como el fantasy, el terror y la gastronomía. Una actitud que cada vez más logra tender un puente interactivo con los lectores. Un balance provisorio a cargo de uno de los organizadores del festival.
› Por Javier Chiabrando
En el Festival Azabache todos encuentran lo que vienen a buscar. No hay consagración previa ni camino por recorrer que empañe esa felicidad. Este año asistieron ochenta escritores y todos encontraron algo: un rincón para exponer, un rincón para escuchar o para divertirse sin pensar en que a los escritores nos conviene ser más bien solemnes y dar a cada rato la fórmula para entender el mundo, y mejorarlo, de ser posible. El que también encuentra lo que viene a buscar es el público, los lectores, que durante esos cuatro días andan codo a codo con los escritores que admiran, con los que no admiran, y con los que no conocen y nunca leerán.
Este año, gente como Claudia Piñeiro, Juan Sasturain, Eduardo Sacheri, Gustavo Nielsen y Guillermo Saccomanno (entre muchos otros, perdón por las ausencias) encontraron un espacio para hablar de sus obsesiones, que las tienen (quizá por eso son escritores) y las muestran con gusto en el Festival Azabache. Hubo mesas sobre narcotráfico, crisis, política, civiles y dictadura, siempre con su correlato literario, integradas por escritores reconocidos, incluso famosos, junto a otros que vienen lidiando con una realidad más bien árida, con ediciones poco distribuidas desde editoriales sin respaldo financiero o del interior. Hubo también mesas para analizar el creciente interés que hay en el ambiente literario por la literatura de terror, que no descarta zombis ni merchandising sangriento. En otras dos mesas, editores y representantes de pequeñas editoriales contaron sus batallas ligadas a editar, distribuir y financiar sus productos. Hubo también un premio de novela negra y una instalación de Diego García Conde.
Los españoles Toni Hill y Carlos Zanón, el nicaragüense Sergio Ramírez, el mexicano Elmer Mendoza, los colombianos Patricia Nieto y Alberto Salcedo Ramos, Marisa Silva de Uruguay y la chilena Andrea Jeftanovic hicieron sus jugadas, mostraron sus obras, hablaron de sus realidades regionales y se despidieron dejando atrás lectores donde antes no los tenían o aumentando los ya conquistados en buena ley. El otro (y no es un mal apodo) que encontró lo que vino a buscar fue Alberto Laiseca, homenajeado por sus lectores, seguidores y ex alumnos de taller, muchos de ellos convertidos en escritores con futuro.
Vale la pena preguntarse por qué existen y se reproducen estos festivales de género negro, sobre todo en un mercado donde el género no es especialmente masivo en ventas, a diferencia de España donde, según comentó Carlos Zanón, lo que cuesta es encontrar a escritores que no escriban género negro. El tiempo lo dirá. Por ahora, el Festival Azabache irrumpe en el panorama literario regional de manera un tanto sorprendente, porque se organiza desde la periferia y en poco tiempo se constituyó como referencia ineludible. Luego llegarían otros y seguramente se sumarán algunos con el tiempo. Pero ninguno se parecerá al Festival Azabache, porque en este espacio lo solemne es bombardeado a cada instante con propuestas lúdicas, que algunos juzgan ridículas, pero de las que no se animan a desertar. Pasemos lista: “Desayune con su escritor preferido”, un espacio dedicado a que los escritores y los lectores desayunen junto al mar, compartiendo mesas y conversación. “El lado B”, donde los escritores son convocados para mostrar alguna idoneidad ajena a la escritura. Este año hubo escritores cocinando, boxeando, haciendo música y tarot. Hubo también un retiro literario donde los escritores contribuyeron a elaborar un documento sobre el futuro del libro que se conocerá en breve.
A diferencia del modelo instaurado por las ferias de libros, donde el autor da su charla y se vuelve a su casa a seguir con su vida, parte del éxito de este festival radica en obligar a convivir a escritores y lectores. Y cuando digo obligar, no exagero. Quizá por eso se lo toma por algo diferente; porque lo es.
Y cuando todos pensaban que el Festival Azabache era otro amontonamiento más de escritores de policiales, abrimos el juego a otros discursos, menos promocionados pero no necesariamente menos exitosos. Bastaría hablar de las actividades relacionadas con el fantasy, con cientos de chicos de escuela escuchando a autores como Leo Batic y Victoria Bayona. Sé que algunos lo consideraron una traición al género madre: el negro, o policial, pero la traición también es un tema negro, que ha dado buena literatura. En este caso la traición ha dado buenas actividades, sumando gente, y siempre lectores, más lectores.
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