Domingo, 16 de junio de 2013 | Hoy
Rosa Regàs, una de las más destacadas escritoras españolas, ha abordado en Música de cámara su versión del franquismo y la posguerra. Se trata en concreto de una novela autobiográfica con la que obtuvo, en marzo de este año, el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.
Ciento catorce mil desapariciones y asesinatos cometidos desde 1936 en adelante. Treinta mil bebés sustraídos a los que se les cambió la identidad apenas comenzó la Guerra Civil. La única causa abierta en el mundo sobre los crímenes del franquismo sigue su curso en nuestro país, mientras que en España continúa vigente –y nada hace pensar que vaya a anularse– la Ley de Amnistía de 1977. Pero esa causa que se lleva adelante en Argentina avanzó de manera notable con las recientes declaraciones del juez Baltasar Garzón (congelado por la corte española debido, precisamente, a su propósito de investigar esos delitos de lesa humanidad en su país), quien habló de “un plan sistemático de eliminación, secuestro, desaparición, ejecuciones extrajudiciales y robo de niños”, y mostró documentos que prueban que la dictadura de Franco ejecutó una “política de eliminación, tortura y desaparición”. No es casualidad, obvio, que entre los principales acusados se encuentre José Utrera Molina, ultramontano franquista de 86 años y suegro del actual ministro de Justicia de Mariano Rajoy.
Traductora, editora y directora de la Biblioteca Nacional entre 2004 y 2007, Rosa Regàs es de esas escritoras que consideran que, al igual que sucede con la justicia, mejor es que sus libros lleguen tarde antes que nunca. Si bien entre sus diversas labores relacionadas con el mundo editorial –trabajó en Seix Barral y luego fundó su propia editorial, La Gaya Ciencia– había publicado algún que otro libro de relatos, las novelas (y los premios) que cimentaron su nombre las empezó a escribir de grande. Memoria de Almator la publicó casi a los sesenta. Luego llegaron Azul, en 1994, que le valió el premio Nadal; Luna lunera, en 1999, con el que obtuvo el Ciudad de Barcelona, y su célebre La canción de Dorotea, en 2001, ganadora del premio Planeta. Tardaron en llegar, sí, pero lo hicieron con éxito y sin pausa.
Música de cámara, su flamante novela, recibió el pasado mes de marzo el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Se trata de un libro bastante autobiográfico, sobre todo en lo que respecta a Arcadia Cañizares, la hija de una pareja de republicanos exiliados que vivió en Toulouse hasta los doce años y tuvo que regresar a Barcelona cuando sus padres murieron, en un accidente ferroviario. Con un claro acento extranjero, la única compañía de una viola y bajo la crianza de su tía Inés, prácticamente una desconocida, Arcadia comienza a vivir su temporada en el infierno del franquismo.
Con una eficaz combinación de Jane Eyre, de Charlotte Brontë, y la también catalana Mercé Rodoreda, Rosa Regàs va dando cuenta de los oscuros años de posguerra, la castración religiosa prodigada en los colegios de monjas, la férrea persecución política, la infatigable denigración de la mujer, la complicidad perversa con el régimen de la burguesía catalana y el silencio característico de todas las dictaduras. A pesar de que Arcadia pasa su infancia tratando de disimular las ideas heredadas de sus padres, en la adolescencia le sobreviene una oscura primavera que coincide con la llegada del amor. Esto es, cuando conoce a Javier: hombre tibio, inseguro, hijo de una adinerada familia catalana enriquecida por su complicidad con el franquismo que representa, en muchos sentidos, todo lo que ella odia. Sin embargo, Javier encuentra en su fascinación por Arcadia (nombre que hace referencia a la retrospectiva mirada idílica que durante el Renacimiento se tenía sobre Grecia) un punto de partida para comenzar a poner en cuestión su vida, y alcanzar algo parecido a un pensamiento propio. No obstante, ninguna pareja está conformada únicamente por dos personas, y es por eso que, a pesar de su incontrolable pasión, sufren las consecuencias de su abismal diferencia de clase e ideología en plena década del cincuenta. Es lo que sucede, por ejemplo, con el desopilante “equipo de matrimonios” al que asisten por imposición de la familia de Javier, un grupo religioso que vela por la moral y las buenas costumbres y que, por supuesto, no ve con buenos ojos los arranques de independencia de Arcadia. Es lo que hace de esta pareja el prototipo del amor que se funda más en el desencuentro y la distancia que en la unión propiamente dicha.
Música de cámara es de esos libros que despliegan lo que anuncia su título. La música de cámara está compuesta para un reducido grupo de instrumentos (generalmente de dos a veinte) y, en ese sentido, es lo contrario de la música de orquesta. Sus principales características son que cada instrumentista toca una parte diferente y no hay director, por eso es necesario que los músicos puedan mirarse entre sí. Pero además la palabra cámara hace referencia a la intimidad: implica que esa música puede ser ejecutada en una habitación, lo contrario en todo sentido de la chiesa, es decir, de la iglesia. La última novela de Regàs tiene una fuerte impronta polifónica, aunque esas voces están muy bien diferenciadas: la voz de Javier, de la tía Inés, de Arcadia, de cada uno de los amigos y enemigos de la pareja se van hablando sin pisarse, con total coordinación pero en permanente confrontación, sin diferencias jerárquicas y sin una voz rectora, la de un narrador que distribuya y, al mismo tiempo, coarte su expresividad. Es esa característica de la música de cámara la que le permite a Regàs indagar en las emociones más profundas de sus personajes, dar cuenta de sus fracasos más entrañables, y transmitir la inefable melancolía que se desprende de su enorme potencial para hacer que las cosas sean de otra manera. Pero la música de cámara le permite a Regàs, al mismo tiempo, decir grandes verdades sin desentonar, como la que le dice Arcadia a Javier en su emotivo encuentro durante los años ochenta: “¿Qué hubieras dicho si se hubiera pasado del nazismo a la democracia sin pedir responsabilidades, sin juicios, sin el desmantelamiento de las instituciones nazis, sin ni siquiera una comisión de investigación para dirimir los delitos de sangre? No se puede olvidar la cantidad de asesinatos que han quedado impunes, cometidos durante la dictadura por asesinos que siguen en la calle y forman parte del tejido social de la nación”.
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