En Viajes virales, la escritora y ensayista chilena Lina Meruane aborda la literatura sobre el sida que se empezó a producir en el ámbito de América latina desde mediados de la década del ochenta hasta los primeros años del nuevo siglo. La construcción de un sujeto a partir del virus y la enfermedad, el impacto de los viajes y la intimidad también como un asunto público, son ejes cruciales para un trabajo pionero y destacable.
El viaje de un azafato –el paciente cero–, el viaje de los disidentes sexuales del sur hacia las capitales “liberadas” del norte, el viaje de regreso a la patria-moridero: el viaje en forma de epidemia del virus del VIH en este libro de ensayo de Lina Meruane, donde se traza un recorrido que, semejante a la evolución en el tratamiento de la enfermedad desde sus comienzos hasta ahora, no alcanza un destino concreto, como si el final del viaje dejara latente un espacio abierto por donde seguir andando. Sobre estos desplazamientos, Lina Meruane propone una lectura en espejo de la respuesta que generó el capitalismo en decadencia de los años ’80: la era del mundo globalizado y su farsa de inclusión democrática. El VIH-sida, propone Meruane, viene a mostrar la contracara de ese nuevo modelo neoliberal que “no sólo no cumplirá con las prometidas condiciones de igualdad democrática o económica entre continentes sino que presentará el viaje letal del virus como emblema de ese fracaso”.
Meruane vuelve sobre la obsesión que rige la mayor parte de su obra de ficción: el mundo de la enfermedad, las relaciones de poder sobre el cuerpo del paciente, el estigma reconvertido en herramienta de combate como respuesta del disidente expulsado, marcando un trayecto en dos partes si no se cuenta la primera: Inicio del recorrido, de alguna manera vinculada con la experiencia del contagio de un amigo cercano, donde la certeza compartida de la fragilidad hizo que la lectura de El color del verano, de Reinaldo Arenas; de Pájaros de la playa, de Severo Sarduy, y de Salón de Belleza, de Mario Bellatín, diera origen a su investigación: la producción discursiva de la peste, tanto dentro como fuera de la narrativa latinoamericana que va desde los inicios de la crisis en 1980 hasta los primeros años de este siglo. La propuesta es reflexionar de qué manera este corpus seropositivo da cuenta no sólo de los procesos de cambio dentro de la cultura del capitalismo en América latina como escenario de la liberación sexual, sino también cómo las nuevas tecnologías comunicativas y de viaje posibilitarán a las sexualidades disidentes llevar adelante su utopía de libertad.
En Bitácora de un viaje seropositivo se aborda los significados de la errancia de las comunidades disidentes que se identificarán con la figura del extranjero. La visión anticipadora de Pedro Lemebel, cuando frente a la masiva entrada en América latina de la ideología gay gringa, toma nota ante la amenaza de la desaparición del cuerpo de “las locas”, que siendo anteriormente las únicas disidentes a la vista, ahora corren el riesgo de desaparecer ante el eclipsamiento de la estampa del “macho gay”. “Y cómo te van a ver si uno es tan re fea y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco, como diciéndote: ‘te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay’.”
La tercera parte, que da nombre al libro, Viajes virales, se adentrará directamente sobre las narrativas del virus. El retorno a las naciones moridero, el síndrome de la desaparición femenina, que apunta a la invisibilización de las mujeres dentro de la narrativa seropositiva como correlato de lo que sucedía –inclusive ya en los tiempos avanzados de la peste– con la figura de la mujer portadora. El último capítulo analiza el avance de la comunicación virtual, en la que se configura una nueva manera del “estar juntos” mediante la supresión del contacto-contagio de los cuerpos. La ansiedad, de Daniel Link, es revisada como modelo de un discurso que analiza las relaciones amorosas en la esfera de la ficción virtual. Si bien Meruane trabaja sobre autores que han escrito extensamente sobre la temática homosexual en Latinoamérica (Reinaldo Arenas, Witold Gombrowicz, Néstor Perlongher, Fernando Vallejo, Mario Bellatín, Severo Sarduy, Copi y Pedro Lemebel), también hay una lectura atenta sobre la obra de autores que han tratado la cuestión del sida tanto dentro como fuera de la ficción. Es el caso de las crónicas de Marta Dillon en Vivir con virus y Un año sin amor, de Pablo Pérez. En cuanto a la ficción, están Adiós a la calle, de Claudio Zeiger, un cuento de Guillermo Saccomanno, Deje su mensaje después de la señal y la ya mencionada novela de Link. Lo interesante de esta selección del corpus seropositivo argentino es que los textos no sólo marcan un itinerario abarcativo que va desde los años más críticos de la enfermedad –hacia mediados de los ’90– hasta el nuevo siglo, donde el sida ya no es sinónimo de muerte. Los narradores de estas obras pasan del tono intimista de la crónica a la construcción de un sujeto ficcional, hasta llegar a un núcleo compartido que podría concentrarse en la problemática del encuentro con el otro. La soledad, el dolor por la pérdida del sexo sin miedo, la dependencia de un cóctel ordenador de la vida en horas de tomas, la última premisa de la imposibilidad del amor en la esfera de lo real, es lo que aleja a estos textos de los que anteriormente Meruane analiza. Ya no hay una comunidad en viaje, una comunidad que vuelve o se aleja para constituirse en un frente de resistencia colectiva, sino individualidades que registran una “constelación de pequeños avatares alrededor del Gran Tema” como definirá Zeiger luego de la lectura de Vivir con virus. En este sentido, hay un ruido en el planteo del viaje global al que apunta Meruane, porque si bien el sida en tanto epidemia impactó en la idea de individuo unitario, y escindido y fragmentario del posmodernismo occidental, poniendo en jaque al “yo” individual y soberano, arrastrándolo desde la esfera más personal y local hasta la más bestialmente planetaria, en las que estas pequeñas realidades individuales reclaman una respuesta colectiva-universal, existe ya desde el recorte del corpus una invisibilización del continente más afectado y que todavía hoy está a años luz de poder brindarles a sus pacientes una posibilidad de vida digna. Si bien es imposible hacer un recorrido absoluto del tema, la ausencia del enfoque sobre Africa, o el recorte occidental del viaje, podría estar replicando lo que la autora sostiene sobre otras dimensiones del sida y sus narraciones. Hay un lado del sida que tiene que ver con el planteo de las opciones: la opción sexual, la opción a la representación del macho viril, opción al látex y a los encuentros virtuales. Sin embargo, todas estas opciones corresponden al mundo occidental/capitalista o su contracara dentro de sí mismo. La opción del viaje de liberación sexual, del viaje por tratamiento, del viaje de regreso a la patria, es una verdadera entelequia dentro de estos límites geográficos; y si bien Viajes virales es un libro necesario y destacable, un paso importante dentro del continente para reflexionar sobre una batalla que hoy se sigue librando, es necesario considerar el cruce de la frontera hacia esos otros cuerpos narrativos que tienen, sin lugar a dudas, mucho que aportarle al canon de la mirada global.
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