Michel Foucault y Gilles Deleuze mantuvieron una intensa relación de afinidad intelectual de la que se fueron distanciando, a pesar de que no hubo una pelea concreta entre los dos. A la muerte de Foucault, Deleuze emprendió una serie de cursos sobre su obra, que ahora se empiezan a publicar en castellano. Los imperdibles consejos de un profesor a sus alumnos: paciencia, dejar hablar a los filósofos, escucharlos hasta el final.
› Por Mariano Dorr
La relación entre Foucault y Deleuze nace de la confluencia hacia una misma pasión filosófica: Nietzsche. Podría pensarse como una auténtica amistad nietzscheana, sobre todo teniendo en cuenta que luego de estrechar sólidos lazos que unirían sus intereses durante años, finalmente dejaron de verse sin atravesar una verdadera ruptura. Fueron distanciándose hasta tener, cada uno, la sensación de no poder siquiera realizarle un llamado telefónico al otro. Deleuze comentó alguna vez que “nos vimos con menor frecuencia por la fuerza de las circunstancias, y por lo tanto se nos ha hecho más y más difícil volver a vernos. Cosa curiosa, no dejamos de vernos por causa de un desacuerdo sino al revés: como dejamos de vernos, se estableció entre nosotros una especie de incomprensión o distancia”.
Tras la muerte de Foucault en 1984, Deleuze señaló el sufrimiento que implicó para él no sólo la desaparición física de Michel sino el hecho de que no hubieran vuelto a verse durante tantos años, desde 1977. Hubo algunas polémicas en el medio; no coincidieron en las posiciones políticas respecto de algunos casos resonantes. Tuvieron diferente punto de vista a propósito de algunos textos (específicamente, un libro de Glucksmann, un ex maoísta que realizó una fuerte autocrítica, encomiada entonces por Foucault). Durante los años de amistad, se leyeron mutuamente y cada uno de los dos escribió extensas reseñas del trabajo del otro. Algunos ejemplos de este intercambio de lecturas pueden ser, por un lado, el artículo de Deleuze sobre La arqueología del saber, publicado en 1970 en la revista Critique; el título era: “Un nuevo archivista”. Foucault, por su parte, en 1969 dio la bienvenida a Diferencia y repetición, de Deleuze, publicando en Le Nouvel Observateur un artículo que tituló: “Ariadna se ha ahorcado”. Michel escribió también que tanto Diferencia y repetición como Lógica del sentido eran para él “libros importantes entre los libros importantes”, y que la obra de Gilles planearía sobre nuestras mentes durante muchos años hasta llegar un día en que, “tal vez, el siglo será deleuzeano”.
Cuando dejaron de verse, no dejaron, sin embargo, de leerse. En la ceremonia en homenaje a Michel Foucault, el día de su entierro, Gilles Deleuze tomó la palabra para leer un pasaje de El uso de los placeres, el segundo volumen de la Historia de la sexualidad: “¿Qué valor tendría el empeño de saber si sólo proporcionara la adquisición de los conocimientos, y no, en cierto modo y en la medida de lo posible, el desvarío del sujeto que sabe?”, citó. Y fue precisamente la cuestión del saber, tal y como fue desarrollada por el autor de Vigilar y castigar, aquello a lo que Deleuze dedicó su primer Curso sobre el pensamiento de Michel Foucault, entre octubre y diciembre de 1985, en la Universidad de Vincennes.
El saber: Curso sobre Foucault es la traducción (a cargo de Pablo Ires y Sebastián Puente) de las desgrabaciones de las clases de Deleuze en Vincennes. El resultado es una impresionante exposición del trabajo foucaultiano, enfocando el estudio entre la Historia de la locura en la época clásica y Vigilar y castigar. Según Deleuze, la preocupación fundamental de Foucault es la investigación de lo que serían las condiciones de posibilidad de una época; es decir, aquello que hace posible determinadas “formaciones históricas”, como es el caso del hospital general (lugar en el que se evidencia al loco junto al vagabundo y al desocupado, el sujeto de la sinrazón, en el siglo XVII) o las prisiones (en donde se evidencia al delincuente, al criminal, hacia fines del siglo XVIII). Dice Deleuze: “Es como si cada época se definiera, ante todo, por lo que ve y hace ver, y por lo que dice y hace decir”. Cada época es susceptible de ser estudiada de acuerdo con este dualismo que puede resumirse en ver y hablar. Esto es, régimen de visibilidades (evidencias) por un lado, y régimen de enunciados (discursividades) por el otro. Dualidad en la que un ámbito no es reducible al otro y donde lo que opera es un complejo proceso de relaciones y captaciones mutuas. La dificultad del pensamiento de Foucault es abordada por Deleuze con tanta paciencia que, luego de leer algunas clases, parece sencillo encarar los grandes textos foucaultianos. Y Deleuze anima a sus estudiantes: el que aún no haya leído a Foucault, que comience a hacerlo ahora mismo, y no saltando de un texto a otro, mejor tomar un libro y leerlo completo, dice.
Son imperdibles los consejos sobre cómo leer a Foucault y, de modo más general, los comentarios de Deleuze sobre cuál es la mejor manera de atravesar un curso sobre la obra de un filósofo: “Confíen en el autor que estudian. ¿Pero qué significa confiar en un autor? Quiere decir lo mismo que tantear, que proceder por una especie de tanteo. Antes de comprender bien los problemas que alguien plantea, hace falta... no sé... hace falta rumiar mucho. Hace falta agrupar mucho, reagrupar las nociones que se están inventando. Hace falta mandar a callar en uno mismo, a cualquier precio, las vías de la objeción (...). Confiar en el autor consiste en decirse: no hablemos demasiado rápido, dejémoslo hablar. Hay que dejarlo hablar a él”, dice.
El saber... es apenas el Tomo 1 de los tres Cursos sobre Foucault. Los próximos títulos serán El poder y El deseo. En la Serie Clases, Cactus editó ya varias de las lecciones de Deleuze, entre cursos sobre pintura, Kant, Bergson, Leibniz, Spinoza, el cine o el antiedipo. El respeto y hasta la obsesión de Deleuze por el pensamiento de Foucault están presentes en cada momento de sus clases. Minucioso recorrido en busca de un Foucault apasionado por ver y por captar enunciados.
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