Objeto de reflexión del filósofo francés Jean-Luc Nancy desde hace más de veinte años, la ciudad en su mirada se muestra multifacética, caótica, ausente y en un futuro, quizá no muy lejano, destinada a desaparecer. Pero como lo corrobora en La ciudad a lo lejos, siempre en un proceso de incesante transformación.
› Por Mariano Dorr
Podría incluirse la obra de Jean-Luc Nancy en lo que Mónica Cragnolini (refiriéndose a Nietzsche, Blanchot y Derrida) llamó “temblor del pensar”, o pensamiento del temblor. Se trata de un trabajo teórico siempre oscilante, ocupado más en la profundización de las tensiones conceptuales antes que en su síntesis o resolución. Para Nancy, nosotros mismos somos esa tensión irresuelta entre vida y muerte: “Toda su vida, el cuerpo es también un cuerpo muerto, el cuerpo de un muerto, de este muerto que soy al vivir. Muerto o vivo, ni muerto ni vivo, soy la abertura, la tumba o la boca, una en la otra”, escribió en Corpus. La ciudad es también un conjunto de cruces, temblores, trayectos, choques, desplazamientos y emplazamientos en donde se pone en juego nuestro habitar –según Nancy– como transeúntes en permanente circulación.
La ciudad a lo lejos es un conjunto de textos que intentan abordar (de muy diferentes maneras) la cuestión de la ciudad. Sorprende encontrar, por ejemplo, un poema de Nancy dedicado a los “instantes de ciudad”: “Obra cuneta barrera / grúa pala rodera / martillo neumático compresor / alambrado avisador / sobre todas esas tripas / eléctricas gaseosas hidráulicas digitales”, escribe entre otros versos.
El Prefacio lleva como título “La ciudad incivil” y comienza señalando la que quizá sea la tesis de Nancy sobre su tema: “La ciudad no siempre fue, no siempre será, tal vez ya no sea”. Siempre igual a sí misma pero al mismo tiempo convirtiéndose todos los días en otra cosa, la ciudad se proyecta en un ejercicio deconstructivo sin descanso, nunca deja de levantarse sobre sí misma, aplastando, reconstruyendo, exhibiendo e invisibilizando su historia. Los dos primeros textos reunidos constituyen el núcleo del volumen; la primera parte –escrita en 1987– está dedicada a Los Angeles, California. El recorrido por Los Angeles no es ni un análisis ni una crítica, apenas un modo de atravesar la ciudad, entre el asco, la estupefacción, la nostalgia y el asombro. Doce años más tarde, Nancy es invitado a continuar la meditación. Retoma en donde había terminado su ensayo: la exasperación de la vida en las villas miseria de Los Angeles (no muy lejos de las mansiones más caras –y estúpidas– del mundo, en Bel Air, Beverly Hills), pero abandona California para pensar la ciudad contemporánea en general: “La ciudad mezcla y remueve todo, separándolo y disolviéndolo. Nos tratamos, nos rozamos, nos tocamos y nos separamos: es un mismo andar. Se está apretado cuerpo a cuerpo en un subterráneo o en una escalera mecánica. Todo el mundo se encuentra y se evita, se cruza y se desvía”, escribe. Sin proximidad, estamos sin embargo muy cerca, dice Nancy.
Si quisiéramos condensar en un solo elemento o en una imagen a la ciudad, no podríamos. Se trata de una “totalidad esparcida” en constante diseminación, exuberante e imposible de reducir a la imagen. En este sentido, nada más lejos de la ciudad que la fotografía postal: “La postal es a la identidad de la ciudad lo que la foto de identidad es a la persona: inexpresiva, sin espesor, lo contrario a un retrato, una suerte de índice o de icono en el sentido informático”. Al mismo tiempo, fotografía y ciudad resultan inseparables, unidas históricamente la una a la otra desde la aparición misma de la fotografía en el seno de la ciudad. Es la literatura –dice Nancy– la única capaz de ofrecer algo así como una imagen veraz de la ciudad. Y los textos aquí reunidos son, en buena medida, literatura. En “Rumoración” aparece un Nancy transeúnte, paseante, en busca de una frase sobre el rumor, tratando de pensar y de dejarse atravesar por la ciudad, subiendo a un ómnibus, escuchando el llanto de un bebé, mirando carteles publicitarios.
El filósofo francés viene trabajando en la cuestión de la comunidad desde hace ya algunas décadas. Sus escritos sobre la ciudad deben ser leídos en sintonía con La comunidad desobrada (1983) uno de sus ensayos más importantes, donde la cuestión del ser- con, el vivir- juntos, es abordada en toda su densidad. Transformándose, la ciudad deviene siempre otra ciudad, olvidándose de sí misma, capaz de cambiar su nombre y de nombrarse, a su vez, con muchos otros nombres, esquinas, barrios, vecindarios, villas, plazas, monumentos. En movimiento, siempre en camino y expandiéndose, la ciudad y el nombre mismo “ciudad” –advierte Nancy– podría desaparecer algún día en medio de un montón de edificios.
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