Domingo, 21 de julio de 2013 | Hoy
Al morir, en 1999, Mario Puzo dejó un borrador del guión de El Padrino IV que obviamente estaba destinado a convertirse en una nueva película de la saga de Francis Ford Coppola. En ese texto incompleto se basó Ed Falco para Los Corleone, un libro que funciona como una precuela de El Padrino I, con un Vito cuarentón y padre de hijos adolescentes. Una nueva parte de la saga que, con algo de psicologismo y un estilo calcado del de Puzo, suma desventuras a la mitología de la familia. Y, claro, pide a gritos una película.
Por Mariano Kairuz
En la tapa figura bien grande el nombre de Mario Puzo, y un poco más abajo y en menor tamaño el de Ed Falco, pero se sabe: el autor de Los Corleone es Falco, quien supuestamente se basó en el borrador de lo que podría haber sido un guión para El Padrino IV, que el desconsiderado de Puzo dejó incompleto al momento de su muerte, en 1999.
Y el problema infranqueable a la hora de abordar Los Corleone (Emecé) es esa resistencia que le opondrán los fans más duros de una saga inoxidable como El Padrino a cualquier escritor que ose poner sus garras sobre la mitología de Vito Corleone y las Cinco Familias. Es decir, a cualquiera que se atreva a alterar o banalizar uno de los mayores-legados-de-la-cultura-popular-contemporánea. La crítica norteamericana recibió el libro –título original: The Family Corleone– examinando de cerca la correlación de esta historia con las otras que integran la serie, y comparando, un poco inútilmente, su estilo narrativo con el de Puzo. Inútilmente, vale decir, por dos razones: una es que el propio Puzo desestimó siempre los valores estrictamente literarios del que fue su quinto libro y su primer gran éxito de ventas, en 1969. La otra razón, y la más importante, es que no importa cuánta gente haya leído, siga leyendo o relea hoy aquel libro, El Padrino, quedó grabado en el imaginario colectivo a partir de las extraordinarias películas de Francis Ford Coppola, por lo que hoy es imposible acercarse a sus páginas sin pensar en Brando, Pacino, Duvall, James Caan y los demás. Es una obviedad, pero es la obviedad que tendrá que tener en cuenta cualquiera que acometa una intrusión en la saga.
Cronológicamente, Los Corleone se ubica entre los flashbacks de la juventud siciliana de Vito narrada en El Padrino II, y los sucesos narrados en El Padrino I, que empieza en 1946. Los Corleone arranca en 1933, en plena Depresión con Vito, de 40 y pico, consolidando su posición en Nueva York. Ahí están Peter Clemenza –el jefe de sus matones– y muchos de esos otros personajes secundarios que las películas volvieron inolvidables. Los Corleone ofrece un vistazo al proceso de consolidación de ese poder, y al futuro de los hijos de Vito. Michael y Fredo todavía son muy chicos y quedan en un segundo plano, pero el primero ya prueba ser más lúcido, educado e inteligente que sus hermanos mayores. Aunque el verdadero coprotagonista de todo el asunto es Sonny (Santino), un muchacho inquieto y ambicioso de 17 en quien no cuesta proyectar al mujeriego, impulsivo y violento Santino que tan mal termina en la primera película (interpretado por James Caan). Finalmente, está Tom Hagen, el hijo adoptivo germano-irlandés de los Corleone destinado a convertirse en mano derecha y consiglieri de Vito, que acá es, apropiadamente, un joven estudiante universitario. Una subtrama protagonizada por Hagen, aparentemente menor, da pie a uno de los cruces más importantes en lo que respecta a la “épica de El Padrino”: Hagen, siempre la voz de la sensatez, el que intenta mantener a Sonny lejos de los problemas, se mete en uno bien grande él mismo cuando tiene relaciones sexuales con una chica sin saber que se trata de la novia del grandote Luca Brasi (“una bestia, un demonio del infierno”, como lo definen en los primeros capítulos del libro). A partir de esta situación, Brasi –el gigantón interpretado por el ex luchador y ex guardaespaldas de la familia Colombo, Lenny Montana– comienza su relación con los Corleone. Si en la película Brasi tenía no más de diez minutos de pantalla, pero le alcanzaron para volverse inolvidable, Falco honra esa proyección cargando sobre este personaje buena parte de la perturbadora violencia física del relato (dando lugar a algunos de sus pasajes más gráficos).
Se ha dicho reiteradamente que El Padrino funciona como la respuesta literaria y cinematográfica a un sistema socioeconómico putrefacto, que consiguió retratar a la mafia narrándola desde adentro, como una comunidad con sus propios códigos de honor, y a Vito Corleone como una suerte de aristócrata dentro de este sistema. A diferencia de los capos de las otras familias, Vito se ve a sí mismo como un empresario que bastante a su pesar –y en razón de la naturaleza de sus negocios– debe recurrir a la violencia y la ilegalidad para mantener su empresa andando. Puede decirse que Los Corleone mantiene viva esta filosofía; en una entrevista, Falco –que tiene otros vínculos “artísticos” con la mafia: es el tío de Edie Falco, la actriz que durante siete años interpretó a Carmela Soprano en la serie de HBO– definió Los Corleone como un libro sobre “la corrupción y el papel de la violencia, el dinero y la oportunidad, en la cultura americana”. En todo caso, si algo afecta el potencial dramático del libro es su carácter de capítulo intermedio de una saga en la que los fanáticos ya conocen los destinos de todos sus personajes: es cierto que El Padrino II fue en parte una precuela –mucho antes de que la precuelitis cundiera en Hollywood–, pero a la vez, su otra mitad avanzaba en el tiempo junto a sus personajes. El libro padece un poco los efectos de ese mal extendido que son las precuelas, que tienden a explicar más de lo necesario a sus personajes, poniéndole demasiado psicologismo al relato (¡ah!: hay un traumático origen familiar en el carácter parco y bestial de Luca Brasi) y restándole misterio.
El año pasado se reavivó una larga disputa legal entre la Paramount –el estudio que produjo y distribuyó los tres films de El Padrino– y los herederos de Mario Puzo, a propósito de este libro: Paramount no quería que siguiera “mancillando” una saga a la que, alegaban, habían tratado con tanta “delicadeza” desde sus inicios; mientras que los Puzo querían dar por terminado ese contrato firmado con el estudio a fines de los ’60. En el fondo, la guerra que parece estar jugándose es la de una posible cuarta película inspirada o no por Los Corleone. El material está ahí: Falco llena sus páginas de referencias al original de Puzo y hasta replica algunas escenas clave; su estilo es directo, descriptivo, contiene acción y muchos diálogos que no requerirían mayor adaptación. Y como bien sabrán quienes hayan visto el corto documental “Los cuadernos de El Padrino”, si el libro de Falco está o no a la altura de la saga es lo de menos para hacer una buena película: en dicho corto, Coppola explica pormenorizadamente el proceso por el que seleccionó y ordenó las escenas clave del libraco de Puzo, planteándose en ocasiones cuestiones formales del tipo “¿cómo hubiera resuelto Hitchcock esta escena?” (así puede leerse en una de sus anotaciones a mano). Es un asunto casi tan viejo como el cine: los libros menores son los más fáciles de convertir en grandes películas. El tema es que haya alguien ahora –con Coppola ocupado en otras cosas y sus actores demasiado envejecidos– a la altura del trabajo: convertir este libro no mucho más que aceptable en otra obra maestra.
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