Periodista y escritor, Eduardo Blaustein sintió siempre la atracción por reflexionar acerca del rol de los medios, anticipando el “periodismo sobre periodismo” que hoy se ejerce con tanto ímpetu. Después de escribir Decíamos ayer (1998), una historia de la prensa bajo la dictadura, llegó el turno de Años de rabia, un volumen que registra los avatares de la prensa y los medios de la última década. En esta entrevista, Blaustein desgrana su propia relación con la profesión y sus zonas más conflictivas, convirtiéndose a la vez en protagonista y observador de un tema nacional de alcances globales.
› Por Angel Berlanga
“Esta es la versión final de un libro que siempre tuve en la cabezota”, dice Eduardo Blaustein en el bar El Paulista de Vicente López, a poquitas cuadras de su casa, y acerca de Años de rabia. El periodismo, los medios y las batallas del kirchnerismo, un volumen en el que posa su lupa y despliega análisis, ideas y opiniones sobre los avatares de esta última década, pero con proyecciones hacia atrás y hacia delante en el tiempo, un ojo al pasado puesto en las políticas comunicacionales y la relación con los medios del alfonsinismo y el menemismo, otro ojo al futuro de la prensa, del ejercicio del oficio, de los desafíos que presenta Internet y las pesadillas y las utopías de la comunicación global, del poder descomunal de las corporaciones, con presupuestos operativos que superan en algunos casos los de unos cuantos países poderosos. “El trabajo en el periodismo te lleva a hacer millones de cosas, pero el tema que más me gustó, siempre, fue el de los medios”, dice Blaustein, que nació en 1957 en la Ciudad de Buenos Aires y se crió en La Lucila, que es autor del clásico Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso, que se licenció en Ciencias de la Información en Barcelona, durante el exilio, y que al volver al país escribió en Humor y en Tiempo argentino, y al poco tiempo fue secretario de redacción de El Porteño, y luego editor de Página/12, allá por los comienzos. “Antes de este formato final, el libro iba a enfocar, desde la cocina del periodismo, en por qué tenemos los medios que tenemos –abunda–. Pero con la emergencia del kirchnerismo y con mi propio laburo en un medio kirchnerista (Miradas al Sur), se adaptó más a la época, a la discusión y al debate, y a las percepciones que tengo como periodista kirchnerista de estas prácticas. Además trabajé un tiempito en la parte de Comunicación de Ibarra, donde me embebí de temas como campañas políticas, la pelea con el macrismo en Capital. Y también tiene, el libro, un componente catártico, ¿no?”
Años de rabia empieza con una postal de recuerdo cordillerano, el cruce en auto de los Andes junto a sus padres en febrero de 1973, con las radios machaca que machaca: “¡Los marxistas! ¡Los marxistas!”. Los meses previos al golpe contra Salvador Allende. “Yo era un alfeñique zurdo de quince –escribe Blaustein–. Me acuerdo de mi propia sensación de muñeco adolescente, la impotencia ante esas arengas radiales, una muy ingenua perplejidad.” A la marca de origen sentimental le sobreviene la célebre cita de Historia de dos ciudades, de Dickens: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
Los años del kirchnerismo, sostiene Blaustein, son retratados desde los extremos con espantosa frecuencia: “El retorno de la política y la participación popular versus la monarquía o la diKtadura”. Apela, dice, a una figura “extremada y peligrosamente simplificadora”: el choque de frente entre “dos planetas”, el kirchnerismo y “la comunicación relativamente dominante”. “Hay demasiado grito en los medios, en la política y en la calle, y hay una frecuente sensación personal y social de agobio, de zozobra”, escribe, y también que se discute mal, y que no cree “en las neutralidades periodísticas”, y que observa a los medios dominantes “empeñados en la tarea de demolición de un gobierno que, con todas las críticas que se le puedan hacer”, las que comparte y las que no, “ha sido reiteradamente sostenido por la voluntad popular”. “A contramano de las lógicas del periodismo prepotente y omnipotente que padecemos, no pretendo vender ni gritos, ni puras certezas –anota Blaustein al final de su prólogo–. El lector verá qué hace con mis propias perplejidades, con mis preguntas abiertas, con incertidumbres o dolores, con posibles contradicciones a las que a menudo opté por expresar deliberadamente.”
¿Qué descubriste a partir de la publicación?
–Algo que verifica algunos de los temores y las afirmaciones del libro: la radicalización de las audiencias. El libro intenta superar las lógicas más primarias y empobrecidas de la polarización, la discusión en blanco y negro. Y descubro que en alguna web remota de la galaxia kirchnerista se hacen recortes en función de la creencia previa del lector: leen e interpretan lo que ya creían antes. Recortes en los que yo no necesariamente me siento reflejado. Se verifica, por supuesto, el silencio de los medios de la derecha, que no se hacen eco para nada del libro, por más que yo introduzco una serie de matices críticos al discurso y al periodismo kirchnerista. También verifiqué algo lindo: yo tenía cierto temor de que algún espacio periodístico kirchnerista se ofendiera por las críticas, y sin embargo ha habido un nivel de receptividad y discusión, una especie de bienvenida a esa discusión que me gustó, en parte porque demuestra su vitalidad, cierta capacidad de incorporar debates.
En la escritura hay idas y vueltas en el tiempo, la incorporación al relato de lo que va pasando a lo largo de este año en los medios, y mientras ibas desarrollando el libro, una construcción con muchas vertientes. ¿Por qué te inclinaste por este formato?
–Ya no me queda claro: cuando pasa el tiempo no sabés cómo fue que lo conseguiste. En principio por mi estilo, siempre fui como medio hippoide y ácrata en lo que fuera, periodismo, ensayo, literatura. Me gusta sorprender, utilizar múltiples ángulos: me considero un muy modesto heredero del concepto que usaba Aníbal Ford, de los cruces, la cosa interdisciplinaria. A múltiples realidades le podés entrar por múltiples ángulos, y eso desde el punto de vista de la eficiencia discursiva, de la amenidad, del cambio de ritmo, del tiqui-tiqui, te permite hablar de muchas cosas diferentes y sorprender. Qué sé yo: el flashback del quinto capítulo recuerda la historia comunicacional del alfonsinismo y me sirve para decir: “Hermano, buena parte de lo que estamos discutiendo hoy, la legítima construcción de una batería de comunicación desde el Estado, ya lo vimos en los años ’80”. Hay cosas muy específicas en otros capítulos, como los que dedico a Lanata y a 6, 7, 8, y reciben un tratamiento muy puntual. Todo el mundo se mete al libro por ahí, a buscar la roña, cosa que me gusta y me disgusta a la vez. Buena parte de la gente espera que en el capítulo de Lanata lo llene de mierda, y yo creo que es respetuoso, muy crítico, pero respetuoso, aunque progresivamente enojoso. Y en el caso de 6, 7, 8 me encontré con que todo el mundo –yo incluido– defiende su existencia, su necesidad de nacimiento, pero a la vez es curioso que el programa emblema de la comunicación kirchnerista sea tan debatido, crítica y cariñosamente a la vez, desde el propio palo.
“El libro no es un recorte de la totalidad del kirchnerismo sino de su discurso, su comunicación y su periodismo –subraya Blaustein–. Por eso no me gustaría que esto suene a hipercrítica totalizadora. Al contrario, y lamento si suena pedante, me siento orgulloso y valiente y a la vez medio solo en debatir desde adentro el kirchnerismo. Siempre he sido así, desde que era militante. Me parece que falta eso, introspección, debate interno. Intento avanzar en ese sentido y me siento un poco solo. Las columnas de Beatriz Sarlo en La Nación, por ejemplo, para mí son valiosas, me parece muy interesante su ejercicio de discutir contra la línea editorial del diario, en general, y no me parece bien ese aplanamiento que se le hace, de decir que ella y La Nación y la gorilada son la misma cosa. Es un empobrecimiento. Yo discuto el encierro, un discurso dirigido a los convencidos o casi, y una dificultad para interpelar a la sociedad. Por supuesto que el adversario, en el terreno mediático, tiene muchos más recursos y potencia. El kirchnerismo construyó herramientas de comunicación muy a los ponchazos: ahí sí que falta sintonía fina. El medio más inteligente, de acá a la China, por maduración e inteligencia, sigue siendo Página. Y es previo al kirchnerismo.”
Noté cierto desasosiego en el libro.
–Sí, un desasosiego que también es histórico, y bastante personal. Siempre tuve con el periodismo una relación de piel, rara, desde muy chiquito. Familia típica de clase media politizada, y cambiante por parte de mi viejo. En la previa del ’73, cuando los secuestros famosos de la época, yo me iba con la bicicleta y me fascinaba ver los camiones de exteriores de Canal 11, y hacía unos dibujitos muy simpáticos, unas sátiras sobre el show de la televisión: las típicas escenas de acoso sobre Corach o Pierri ahora. Desde siempre tuve una mirada entre ácida y crítica con los medios. Mientras estaba en Barcelona, una serie de lecturas me llevaron a meterme en Ciencias de la Información, pero más por el aspecto sociológico cultural que por el oficio del periodismo. En el libro digo, medio en chiste, que entré a una vida equivocada. Porque es un mundo que, con excepción de El Porteño y los primeros años en Página, en general he vivido con incomodidad. Cuando me fui del diario y me puse a escribir literatura, fue una gran venganza contra la opresión de los formatos del periodismo: fue un gran placer escribir los caracteres que se me diera la gana, como se me diera la gana.
En los ’90 hubo un boom de las escuelas de periodismo, pero en los últimos años disminuyó muchísimo el interés, ya no es tan deseable ser periodista. ¿Qué pasó?
–Así como hubo una burbuja inmobiliaria, también hubo una burbuja periodística. El ciclo fue más o menos así: salida de la dictadura, de una horrorosa complicidad, con lenguajes espantosos en nuestro periodismo, sobre todo para quienes veníamos del exilio, de ver revistas lindas y eso. Los medios tardaron mucho en descubrir la libertad, en salir de su cosa reprimida, retorcida, medieval, y con la consolidación de la democracia hubo un florecimiento. Y también se dio un proceso mundial, la famosa telepolítica, etcétera. Sobrevino un momento de prestigio muy fuerte y de mejora, el ciclo que arranca con la irradiación de Página y el descubrimiento que hace Clarín de esa renovación: ahí Clarín se preocupa en serio e incorpora temáticas, estilo, lenguajes, géneros de Página, se lleva incluso gente del diario. Clarín y La Nación se convierten en diarios bonitos, y como el gobierno era el menemismo, fue muy confortable para los medios denunciar la corrupción sin ir mucho más allá, el famoso efecto Frepaso, Alianza. Yo digo que hubo un enorme malentendido social (y nuestro) en que los periodistas y los medios venían a salvar al mundo y que éramos héroes y demás. Con el kirchnerismo ese malentendido un tanto se disipa, porque en la mayoría de los medios volvemos a ser nada más que engranajes en la pieza de una maquinaria monstruosa, con márgenes de libertad terriblemente estrechos, con una situación de mucha precariedad, incluyendo lo laboral.
Hoy, Lanata está parado en ese lugar de “periodista-héroe”. Para muchos lo es y para otros, por el contrario, es un mercenario que funciona al servicio de sus ganas de ser una estrella y la corporación.
–Lo tratan de mercenario, creo que con exageración, las audiencias kirchneristas, o por ahí la izquierda. Y otros sectores lo avalan como héroe, y eso es doloroso, hay que bancárselo y respetarlo, en el sentido de tratar de entender qué pasa. Yo lo llamo Billy The Kid, el héroe del pueblo antipolítico: él supo cuidar muchísimo ese lugar, con un grado de autoconciencia muy fuerte. Y es un lugar de mierda. Sobre todo por su gran simplificación, que ya data de la revista XXI, cuando saca el “Documento Nacional del Boludo”. Es un gran individualista y tiene esta mirada: “Una sociedad de borregos pelotudos, con una cupulita de políticos corruptos que los violan sistemáticamente, y yo vengo a denunciar esa gran injusticia. Pero ustedes son unos pelotudos, y necesitan de mí para que les abra los ojos”. Es una visión tan empobrecedora de la riqueza social, y tan pobre políticamente...
Desde el principio planteás en el libro un choque de planetas entre el kirchnerismo y la corporación mediática. Y a lo que a veces trata de desacreditarse en la disputa, como si fuera desatinado confrontar naranjas (gobierno elegido) con bananas (un grupo mediático), lo sustentás al final con ese capítulo destinado al futuro y al poder de algunas corporaciones, con presupuestos monstruosos. ¿Es muy real este enfrentamiento en la disputa por el poder?
–Sí, a eso no hay con qué darle, es absolutamente duro y real: son corporaciones gigantescas, con una característica que hace más perverso al fenómeno: la fusión con corporaciones financieras. Son un núcleo de poder contemporáneo durísimo, terrible, y no se trata sólo de la discusión argentina de Kirchner-Magnetto: es una discusión mundial. En Europa, que sufre un cansancio cultural y de la política espantoso, a estas cosas sólo las discuten minorías de indignados o sectores académicos. Lo saludable y lo lindo (a esto le da mucho espacio 6, 7, 8, y estoy de acuerdo) es que en la Argentina y en muchos países latinoamericanos a eso lo tenemos en discusión, cosa que no pasa en Europa, ni en Estados Unidos. Y esa fusión de la que hablaba es terrible, porque lo financiero lleva a lo mediático a prácticas del periodismo absolutamente degradadas, hacen cualquier cosa por vender, y lleva a la precarización, al amarillismo. Los famosos casos de espionaje ilegal a lo Murdoch: el lucro inmediato obliga a las industrias periodísticas y culturales a prácticas horribles. El nivel de incertidumbre es uno de los grandes rasgos de la contemporaneidad. Aparte de la muerte de los relatos fuertes, priman la incertidumbre y el desasosiego. En el sentido de lógica general: la política, el rol del Estado, las democracias, lo ambiental. Hay una terrible ausencia de nuevos pensamientos que aborden la complejidad. Antes teníamos respuestas: clasistas, liberales, existencialismo. Hoy hay un nivel de fragmentación y orfandad muy fuerte. Lo cual también explica la vitalidad, como contraespejo, del nuestro momento.
Que tiene su saludable correlato en Latinoamérica. ¿Cómo convive eso con el desasosiego?
–Bueno, tendría que dar una respuesta súper personal y me da pudor. Cuestión de temperamento mío, de personalidad. Digo, el domingo (por hoy) tenemos las PASO y estoy un poquito preocupado, no tengo idea de para dónde vamos. Una de las virtudes del kirchnerismo es que ha vuelto a emerger de situaciones complicadas. Pero el fin de este ciclo me daría tristeza: no tengo ganas de volver a un país pelotudo, con un gobierno objetivamente conservador, que no diga nada, con políticos caretas, nuevas inestabilidades. Sería un retroceso: no sólo porque será de derecha sino porque lo que venga será débil. Yo sé que no existen victorias eternas, pero me gustaría que el kirchnerismo se sostenga, siga mejorando, dando lo mejor de sí, para salir bien de estas batallas electorales.
A nivel general, ¿hay conciencia del poder que tienen los medios?
–Hay muchas capas divertidas y paradójicas. Cuando salía El Gráfico, cuántas veces habremos escuchado en la calle esto de que ponían a Boca o a River en tapa porque necesitaban vender: es una crítica antimediática antiquísima y lúcida. Por supuesto que las críticas se extendieron con el kirchnerismo. El otro día vino un techista a mi casa y cuando supo de mi laburo me preguntó: “¿Por qué miente tanto Clarín?”. La señora que limpia en la casa de mi vieja tiene una mirada similar. Es imposible una fórmula exacta, hay una mirada más distante, pero también existe una relación más ambigua y confusa que el kirchnerismo no siempre alcanza a leer: el consumo de medios también es entretenimiento puro, un paliativo para la soledad, para evitarla. Tiene múltiples sentidos. Venís cansado a tu casa y no querés poner Nietzsche, ponés Tinelli. Es muy complejo el fenómeno.
¿Tu visión sobre la ley de medios?
–Fue sensacional todo el debate previo, y en términos generales la ley es valiosa. Comparto, extrañamente, alguna crítica de Clarín y de otros en cuanto a que la ley nace un poco vieja, porque no incorpora las nuevas tecnologías. Me preocupa su implementación, porque me parece que estamos lejos de que se aplique concretamente a los grandes grupos. Y en cuanto a la construcción del tercer sector, todos sabemos que no alcanza con la ley, que es necesario incorporar lógicas de financiamiento en términos de desarrollo, articulaciones regionales. Desde el Estado se hicieron políticas comunicacionales buenísimas en ese sentido, Televisión Digital Terrestre, nuevos contenidos, Encuentro, el Incaa, pero falta mucho para que, por ejemplo, en el Noroeste se generen contenidos y que tengan sus audiencias. En ese sentido cambié una idea que tenía antes: no creo que la respuesta a la comunicación hegemónica sea un millón de radios de la CTA, las Madres, una fábrica recuperada en un pueblito de La Pampa. Hace poco es como que volví a Lenin: uno cree en los medios como organizador colectivo. Necesitamos articulaciones más vastas para toda la sociedad.
Pregunta que no se hizo mucho: ¿hay libertad de prensa en la Argentina?
–Pero sí... Por ahí tenemos un debate empobrecido o dañado por la polarización. Lamentablemente, en una recorrida por Internet vi una frase de Jorge Rial que es eficiente: el periodismo sólo fue complicado de ejercer en dictadura, no me rompan las pelotas.
Y sin embargo se machaca con que no hay...
–Es tan contra el sentido común esa afirmación, y sin embargo hay gente que se la cree. Todos los periodistas de la derecha y del establishment atacan con eso. Están diciendo: “Cristina hija de puta, te voy a descuartizar, sos una corrupta”, y dicen que no hay libertad de expresión. Que se afirme eso también es doloroso, que sectores grandes de las audiencias piensen que ésta es una dictadura o una monarquía: uno se tiene que pegar, no sé, con dos ladrillos contra la cabeza. Vuelvo al desasosiego: es muy alto el nivel de ceguera e infantilismo político.
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