De visita en Buenos Aires, Qiu Xiaolong se ha convertido en una verdadera estrella: el curioso caso de un poeta que estaba en St. Louis estudiando a T. S. Eliot cuando sucedió la masacre de Tiananmen, se quedó en los Estados Unidos y empezó a escribir policiales. Ahora regresa a China como un visitante algo desfasado de los nuevos tiempos. Aquí presenta El crimen del lago, su última novela traducida al castellano, y cuenta acerca de la marca a fuego de la revolución cultural sobre su generación.
› Por Martín Pérez
Para los lectores chinos de las novelas del inspector jefe Chen Cao, sus aventuras no suceden en Shanghai, sino en una ciudad imaginaria, llamada H. No es ésta una decisión tomada por su autor, sino que fue una precaución de sus editores, ante una advertencia semioficial cuando estaban a punto de publicar la primera entrega de la serie, Muerte de una heroína roja. “Esa novela no puede suceder en Shanghai”, fue lo que les dijeron, y así se lo transmitieron al autor. “Los editores me aseguraron que China había cambiado”, explica Qiu Xiaolong. “Pero empecé a sospechar algo cuando no me fueron mostrando la traducción. Justo antes de su publicación, recibí un llamado pidiéndome que aceptase el cambio, cuando todo estaba listo y ya no me podía negar.”
Lejos de ser sólo el escenario de las aventuras de su personaje, Xiaolong asegura que Shanghai —su ciudad natal— es un personaje más en sus novelas, y que si bien debió resignarse aquella primera vez, siguió luchando para que las novelas sean fieles al original. “Una reseña en una publicación china reveló que H era Shanghai, y se las mostré a los editores, explicándoles que ya no era un secreto. Su respuesta fue que los censores no leen las críticas sino las novelas”, se ríe Xiaolong, que señala que finalmente se puso firme cuando llegó el momento de traducir El caso de las dos ciudades, la cuarta novela de la serie, ambientada en St. Louis y Shanghai. “Les dije que me parecía ridículo que una ciudad fuese real y la otra inventada. Y que si no me podían asegurar que ambas ciudades fuesen nombradas, prefería que no se tradujera.”
¿Qué fue lo que sucedió?
—Al día de hoy, sigue sin traducirse.
A pesar del caprichoso devenir, no sólo de su obra sino también de toda su vida ante los rigores de las autoridades chinas y de la historia política de su país, Qiu Xiaolong es una persona de risa fácil. De paso por Buenos Aires, invitado por Buenos Aires Negra —el festival internacional de novela negra porteño—, Xiaolong llega justo para acompañar la traducción al español de la séptima novela de la saga, El crimen del lago. “Es una aventura basada en una historia real, que sucedió hace unos cinco años. Y la siguiente, Enigma of China, que acaba de salir en inglés, está inspirada en otro caso aún más reciente. Pero nunca especifico la época en la que están ambientadas las novelas. Porque quiero seguir volviendo a China”, explica Xiaolong, que sufrió duramente los rigores de la Revolución Cultural de Mao durante su infancia, y con la que ha venido ajustando cuentas durante sus primeros libros, culminando en el admirable El caso Mao.
Recién después de ese largo ajuste de cuentas es que empezó a mirar otros temas más contemporáneos, como los peligros del medio ambiente en El crimen del lago, o la censura de Internet en el caso de Enigma of China...
—Lo que pasa es que yo nunca tuve la intención de escribir una serie de novelas, sino que arranqué ambientando la primera novela de Chen Cao en un período que conozco muy bien, el de comienzos de los ‘90. Por aquel entonces, muchos intelectuales teníamos esperanzas en que un cambio era posible dentro del sistema. Después de la revolución cultural, habíamos experimentado un cambio del estado de las cosas y creíamos que China se estaba moviendo en la dirección correcta. Así que para mí fue natural centrarme en lo que había dejado la revolución cultural. Pero la evolución de las novelas tienen que ver con la del personaje, y también la mía. Hablando a comienzo de año con un amigo periodista chino, me preguntó si me había dado cuenta de que mis últimos libros eran cada vez más enojados. Y pienso que hay algo de verdad.
Es como si estuviese menos enojado por lo que le pasó personalmente, pero más enojado por lo que pasa colectivamente.
—Creo que se puede decir eso. Obvio que sigo enojado con la revolución cultural de Mao. Pero hoy soy mucho menos optimista sobre el futuro de China.
Uno de los datos más repetidos de la biografía de Qiu Xiaolong es que lo primero que escribió fue la autocrítica que su padre debió presentar ante los Guardias Rojos. Como estaba esperando ser sometido a una operación de la vista, su padre no podía escribirla, así que su hijo de 13 años fue llevado al hospital para que lo hiciese por él. “Pero no sólo hice de su escriba, sino que también tuve que ser su bastón —explica—. Porque, además de presentar su autocrítica, debía pararse cada dos o tres días durante más de una hora sobre un escenario público, para ser humillado. Y como casi no podía estar parado, yo tenía que estar ahí, para sostenerlo.”
¿Creía entonces en esa autocrítica que escribió?
—Creo que algún tipo de duda debía quedarme, pero si la respuesta tiene que ser si creía o no, sin término medio, por supuesto que creía. Era pequeño, y creía en lo que me decían los demás. Y si todos decían que mi padre era culpable, ¡tenía que serlo! Creo que inclusive durante mucho tiempo estuve enojado con mis padres, porque pensaba que por su culpa mis amigos habían dejado de pronto de devolverme el saludo y me había quedado sin futuro. No iba a poder ser nunca un guardia rojo. Pero lo cruelmente irónico es que su crimen, haber sido el dueño de un negocio y haber hecho supuestamente mucho dinero, sería un gran mérito en la China de hoy en día.
Así como el joven Qiu sufrió en la primera línea las crueldades de la primera etapa de la revolución cultural, tuvo la suerte de poder quedarse en retaguardia para la segunda etapa, la de la reeducación en el campo. “Me salvé, porque sufría de bronquitis. Pero yo quería ir. Y eso que no sabíamos que iba a terminar siendo apenas por dos años. ¡Pensábamos que era para siempre!”
Aquel joven que de niño soñaba con ser escritor, científico o aún mejor, como decía Mao, un obrero proletario, terminaría aprendiendo inglés, gracias a la propaganda oficial por la visita de Nixon a China. “Si Nixon no hubiese visitado China, no sé cómo hubiese sido mi vida”, calcula Xiaolong, que estaba en St. Louis estudiando sobre T. S. Eliot cuando sucedió la masacre de Tiananmen, en el año 1989. “Creíamos que nos iban a escuchar, por eso la juventud salió a la calle”, recuerda el escritor, que tardó casi una década en volver a China. “Cuando empecé a regresar, todos me preguntaban por la ropa que tenía puesta, por mi vida cotidiana en los Estados Unidos. Ahora cada vez que voy, se burlan de lo que llevo puesto, y me recuerdan todo lo que debería estar haciendo, en especial ganando dinero. Un amigo me acusa de ser demasiado ingenuo en mis novelas, porque es inverosímil que un policía, y además miembro del partido, intente hacer lo correcto y vaya tan tranquilo por la vida.”
¿Y cuál va a ser su solución?
—Estoy haciendo que se meta realmente en problemas en el libro que estoy escribiendo ahora. En él, Chen Cao ya no es policía, ha cambiado de trabajo. El Viejo Cazador, el padre de su fiel colaborador en la jefatura, se está dedicando a ser detective privado, y tal vez tenga que ayudarlo. Pero aún no sé cómo va a terminar. Porque en el manuscrito Chen todavía no se ha decidido. Pero lo está pensando.
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