Dom 17.11.2013
libros

UNA TEMPORADA (CORTA) EN EL INFIERNO

Sectas, pornografía dura, violencia, patologías ultramodernas y otras delicias. Es evidente que Chuck Palahniuk estaba a punto de caer en el infierno. Y lo hizo en Condenada, su particular visión de los dominios de Satanás, muy parecidos a la contracara más oscura del sueño americano.

› Por Fernando Krapp

Chuck Palahniuk finalmente escribió el libro que se esperaba de él. Después de meterse con el snuff, con el diario de un asesino, con boxeadores amateurs que se convierten en adeptos a sectas anti corporativas, de lindar con el fascismo, con la violencia, con gente que tiene problemas hormonales, con la pornografía y las diversas formas de masturbación, la transexualidad, con mucho cuero, con la promiscuidad, en fin, con todo eso que –siempre desde lejos– parece molestar, escandalizar y horrorizar a una sociedad con tantas iglesias de todo tipo y color como la norteamericana, era algo bastante esperable que terminara por escribir sobre un lugar tan temido: el Infierno.

Chuck manda entonces al Inframundo a una adolescente de 13 años que muere de una sobredosis de marihuana (habría que chequear un poco la verosimilitud de este veredicto narrativo) para que se encuentre cara a cara con el padre del Mal, Belcebú, el Príncipe de las Tinieblas, o como la época quiera que se llame. La pobre Madison es una gorda sin amor, criada por dos estrellas de cine plásticas con el coeficiente intelectual de un tábano semiaplastado, que plagaron sus múltiples casas por el mundo con niños desnutridos de Africa mientras practicaban frente al espejo el momento en el que entregaban con odio los premios de la Academia. Pobre pero no tanto: bicho urbano, hipertecnologizada, parecida a un personaje de Girls y con mucho léxico para la edad que ostenta, sabe cómo usar su precoz retórica para tomar ventaja y abrirse paso entre demonios que devoran condenados, y trabajos infernales con telemarketers de objetos que no sirven para nada. Al inventar su propio infierno privado, Chuck Palahniuk hace lo que hizo en un par de novelas atrás: satirizar la realidad política de la cultura norteamericana y convertir al infierno en una mala (en el buen sentido) película de Pixar, haciendo un pastiche entre cultura alta y baja. Son varias las referencias comparativas con dibujos animados para describir los escenarios infernales por los que se mueven sus personajes, lugares como el Desierto de Caspa, el Océano de Esperma Desperdiciado o el Valle de los Pañales Desechables Usados; nombres que en inglés sonarían más elegantes.

En ese viaje descripto como una suerte de Mago de Oz pasado de rosca, no hay mucha diferencia entre el Infierno y la Tierra. No solo porque todo el mundo está ahí, desde estrellas de cine hasta raperos y ex presidentes demócratas, sino porque existe, incluso, una continuidad económica entre un estadio y el otro. Madison consigue trabajo como telemarketer mientras intenta llamar la atención de un chico que le gusta, y a la par que pretende llegar hasta Satanás como si quisiera llegar a Buda con una pregunta aunque la verdadera excusa es charlar un rato a solas con él. Como en toda novela de aventuras, que no deja de ser una novela de aprendizaje camuflada, al héroe lo acompañan otros personajes; en el caso de Madison sus amigos no dejan de ser personajes clásicos a la Palahniuk: una animadora fanática de sus uñas, un nerd que se sabe toda la historia de los infiernos habidos y por haber, un músico punk acomplejado del que Madison se enamora instantáneamente y un deportista nato de fútbol americano. De todos modos, Palahniuk no pone el foco en las peripecias de este Club de los Cinco, sino que su estructura alterna, como hace en casi todas sus novelas, entre el pasado y el presente. Deteniéndose más tiempo en la relación de Madison y las enseñanzas fallidas de sus dos padres cuando estaba viva que en todo lo que le pasa mientras se quema en los fuegos animados del infierno.

El estilo: si lo que había impactado en ese mega boom y exitazo editorial con cantada adaptación al cine conocido como El club de la pelea era su escritura seca basada en el impacto, plagada de aseveraciones y sentencias, que parecía nutrirse de la norma publicitaria; una escritura cuyo ritmo narrativo avanzaba superponiendo tiempos a los golpes como punch lines y frases de venta de productos inservibles (“Solo después del desastre podemos resucitar”; “Tal vez la autosuperación no sea la respuesta”), que construía su apretado mundo moderno como una forma de inocular vacío desde el discurso mismo (algo que obviamente no funcionó, lo señala el propio Chuck en su prólogo), con el correr de los años y las novelas que siguieron la escritura de Palahniuk se fue preocupando cada vez más en ser correcta, elegante, y por llamarlo de algún modo, literaria. Y de a poco también se fue organizando a sí misma en una marca (por no decir slogan) de estilo. La estructura que persigue Condenada está camuflada como una novela de aventuras donde las peripecias hacen que la acción avance hacia un final auspiciado, pero en verdad lo que le importa a Palahniuk es la opinión de su propia voz; opinar sobre cuál es el estado de la cultura de su país.

Condenada. Chuck Palahniuk 254 páginas Mondadori

Cada cultura imagina un infierno distinto, quizás porque el infierno es eminentemente literario: desde Milton, el Dante, Goethe, pasando por Jacques Cazzote, Bulgakov y Twain, hasta Fellini, Favio, Richard Matheson en La casa infernal y Aurora Venturini con su reciente Los Rieles. Podríamos armar un arco de transformación social leyendo textos sobre el infierno desde el medioevo hasta nuestros días. Y en ese marco, Condenada no difiere de muchas de sus antecesores, es decir, todos esos textos que intentaron narrar el infierno como una metáfora de la sociedad en la que se vivía, y sobre todo como una metáfora del mal. Su mayor mérito consiste en sacarle la solemnidad y mostrarlo como un espejo no del horror sino del patetismo norteamericano: Madison pide a gritos al pobre Satanás que le saque de encima la mayor mochila que carga la experiencia moderna, la esperanza. Aunque quizás su pretendida corrosión caiga en un cuello de botella (como muchas de las novelas de Palahniuk), y aquello que nos parece tan repulsivo y revulsivo no sea más que algo pintoresco; un divertido recorrido por el Jardín bien podado del Mal.

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